Dicen que la mejor forma de resistir el dolor es mirar al futuro. Pensarse hacia adelante. Visualizarse fuera de la crisis. Abandonar el momento amargo: verlo como una prueba superada.
Me parece que es la única manera en que podemos trascender la actual crisis nacional.
Me explico.
Ayotzinapa tiene pasmado al país. Ya nos costó un Alcalde y su esposa en la cárcel. Ya nos costó un Gobernador con licencia. Ya nos costó más de 70 detenidos. Y por supuesto nos ha costado 43 desaparecidos, 6 muertos, varias fosas… más lo que se acumule. Ya de México solo se habla en el mundo a partir de Ayotzinapa. Atrás quedó el éxito reformista y la apuesta ambiciosa de la agenda transformadora.
No, México no es ahora esa nación deseable para invertir o para visitar. A pesar de que las cifras de turismo y de inversión se mantengan dentro de los cánones, la percepción internacional es que no contamos con la capacidad de estado para garantizar la seguridad y el respeto de los derechos humanos de nuestros habitantes.
El Caso Ayotzinapa bien podría servir como caso de estudio sobre la fragilidad institucional: un narco-alcalde, una narco esposa, una narco-policía… un cártel del narcotráfico. Es la suma de todos las tentaciones y todos los miedos. El extracto amargo de lo que no debe de suceder nunca más. El extremo de la corrupción que todo lo carcome.
En ese pasmo estamos todos: ciudadanos, empresarios, periodistas, activistas, políticos e intelectuales que no podemos hablar de otra cosa porque el dolor es tan grande que la indignación no alcanza: por eso hay que marchar cada vez que se nos invite, por eso hay que hacer memes como “¡México lindo y qué herido!”, por eso hay que hacer y dar entrevistas para hablar de la tragedia.
Hablar de los detalles, las hipótesis, los responsables, las víctimas. Hablar, hablar y hablar en un ejercicio dialógico exhaustivo que para algunos será mero morbo pero para muchos otros significa una verdadera catarsis. Un ejercicio discursivo de la memoria. Un acto de recordación por esos 43 que tienen nombre y apellido y que merecen ser encontrados, vivos o muertos.
No me parece ocioso abundar en el tema. Tampoco me parece que la motivación sea mera especulación. Me parece que es el primer paso para encontrar verdad. Es imposible que podamos superar Ayotzinapa si no encontramos certezas que nos lleven a saber lo que realmente sucedió, por qué sucedió y quienes son los responsables. La verdad sobre lo sucedido en Iguala es requisito indispensable para que se aplique justicia.
Requerimos pues, una construcción más compleja: apelar a la memoria, construir verdad y a partir de ella aplicar justicia.
Los 43 jóvenes y sus familias merecen ser recordados y reconocidos, merecen que se establezca una verdad pública que deslinde y asigne responsabilidades y; por último, que sirva para realizar juicios y aplicar sentencias.
…
Me preguntó ayer una periodista ecuatoriana: ¿Por qué los mexicanos han encontrado cientos de cadáveres en fosas clandestinas durante años y se han quedado callados; y ahora se indignan por estos 43 jóvenes?
Debo confesar que no tuve una respuesta a bote pronto. Rumié la pregunta durante todo el día para encontrar alguna certeza. Pensé en la coyuntura política, en el momento histórico, en las razones y los por qué’s. ¡Equivoqué el enfoque! La respuesta no está en el pasado sino en el futuro: Ayotzinapa no ha sucedido por algo, sino para algo.
Dice el Padre colombiano Leonel Narváez, de la Fundación para el Perdón y la Reconciliación, que no es posible perdonar y reconciliar viendo al pasado: hay que mirar al futuro partiendo de una base que es voluntaria y por lo tanto, creativa: re-significar el hecho doloroso. Preguntarse no por qué, sino para qué.
Creo que Ayotzinapa guarda un profundo “para qué”.
No se si la clase política, los líderes sociales y los medios de comunicación seremos capaces de apuntalar un discurso de esa altura. Veo demasiado concentrados a los políticos en salvar sus pellejos culpando al partido contrario. Demasiado ocupados a ciertos líderes en sacar raja y posicionar sus figuras. Demasiado absortos a los medios en no rasparse con sus audiencias, mientras mantienen sus presupuestos públicos.
De verdad no lo se, no hemos formado nuestro carácter para esa estatura. Ayotzinapa exige y seguirá exigiendo lo mejor de nosotros mismos. Hay que apostar por las propuestas concretas, por las salidas creativas de futuro: imaginar alternativas que pueden ir desde la instalación de una Comisión de la Verdad, hasta figuras intermedias de fiscalías independientes o mesas de trabajo colaborativo con la inclusión de Organizaciones Civiles y Expertos Internacionales.
De nada nos sirve atascarnos en el discurso del dolor y el odio. De nada sirve la polarización y la radicalización. Una puerta quemada es muy poco contra el dolor de 43 jóvenes desaparecidos. Pero es innecesaria, no soluciona nada.
Vamos intentado otros enfoques y otras maneras, vamos dejando atrás el pasado sin olvidarlo. Hagamos memoria y construyamos una verdad compartida de lo qué sucedió ese 26 de septiembre. Exijamos y apliquemos justicia para los responsables concretos que tienen nombre y apellido. Pero hagámoslo como principio y no como final. El principio de un nuevo equilibrio entre ciudadanos y políticos.
La desaparición forzada de estos jóvenes no puede ser una herida más en la piel de este país tan adolorido. Tiene que ser una cicatriz que constituya un símbolo de algo más poderoso: el punto de partida para la construcción de una memoria colectiva nacional. Los cimientos de una sensibilización ciudadana. El primer paso de un camino de acercamiento y religación entre unos y otros.