Anarco

06/11/2014 - 12:01 am

Decía Hobbes que lo contrario del bienestar y el progreso social eran el caos y la anarquía. La Guerra de todos contra todos. El hombre lobo del hombre.

Ese caos al que se refiere Moisés Naím en su libro “El fin del poder”, donde explica con claridad y lucidez como la dinámica actual de degradación del poder está poniendo en jaque las estructuras. Cito: “Un mundo en el cual todos tienen el poder suficiente para impedir las iniciativas de los demás, pero en el que nadie tiene poder para imponer una línea de actuación, es un mundo donde las decisiones no se toman, se toman demasiado tarde o se diluyen hasta resultar ineficaces”.

La cita aplica para problemas complejos como el calentamiento global. Y aplica con gran pertinencia para el caso del crimen organizado y su relación con el estado mexicano.

Las semanas recientes demuestran con una oportunidad excepcional como la actuación y las decisiones de un Alcalde de un municipio casi desconocido (Iguala), en un estado pobre y problemático del país como Guerrero, alcanzan para cimbrar al país entero, derrumbar la credibilidad del equipo de gobierno en turno (incluido el Presidente), poner en duda su capacidad de gestión y atraer la atención internacional.

Las decisiones de José Luis Abarca y su esposa, una pareja con un poder relativamente pequeño, derrumbaron el Mexican Moment y cambiaron la conversación mundial sobre nuestro país alrededor del mundo. Y mientras los 43 sigan sin aparecer, la tensión social nacional y la presión internacional seguirán creciendo.

Ya algunos columnistas como Ciro Gómez Leyva o Pablo Hiriart han salido en defensa del Presidente Peña Nieto argumentando una obviedad: que el Presidente no desapareció a los normalistas y que el responsable directo es José Luis Abarca, el Alcalde con licencia. Eso está más que claro, pero lo que olvidan estos columnistas es que el fondo del reclamo al Presidente es bastante más complejo y radica en que su figura es la última responsable del estado que guarda la nación, eso incluye la economía, la ecología, la política y, por supuesto, el estado de derecho. Lo que se le reclama al Presidente no es que él los haya desaparecido, sino que sea incapaz de encontrarlos.

En ese mismo sentido, es lógico pensar que a quien más urge que los jóvenes aparezcan es al Gobierno priista en turno, cada hora que se acumula en la impunidad y la incertidumbre, es un grito más en las manifestaciones estudiantiles, los paros nacionales y las notas nacionales e internacionales. Por eso vimos a un Presidente demacrado y cansado frente a los padres de los jóvenes desaparecidos y asesinados en Iguala: por que no tenía nada que ofrecer, ninguna respuesta, ningún hallazgo. Nada concreto.

Vale señalar que esta situación de caos que priva en Guerrero ha servido de escenario perfecto para que otros grupos de poder aprovechen la coyuntura. Grupos que pertenecen a partidos políticos, a movimientos pseudo-sociales y hasta periodistas e intelectuales que buscan lucrar con esta tragedia dolorosa para llevar agua a su molino. Esto es posible precisamente gracias a la tesis de Naím: en este mundo de pulverización del poder, de redes sociales y de globalización, los micropoderes pueden aspirar a confrontarse con los poderes tradicionales aprovechando ciertas circunstancias.

La situación general del país es preocupante. Lo que vimos ya en Michoacán, vemos ahora en Guerrero y se vislumbra en Tamaulipas, Sinaloa o Veracruz es la insurgencia del crimen organizado al nivel de poner en entredicho la fuerza y el control del estado mismo en sus tres niveles: municipal, estatal y nacional.

Aquellos narcos que empezaron bajando mota de las zonas serranas con la intención de venderla a mejor precio en el “otro lado” han devenido en organizaciones multinacionales flexibles, configuradas en redes de franquicias y lugartenientes con la capacidad de adaptarse y diversificar sus negocios hacia otros delitos más graves como la extorsión, la trata de personas o el tráfico de órganos. Nada de esto sería posible sin la corrupción institucionalizada y la conformación de un “directorio” (como le llama Buscaglia) de empresarios y políticos como parte de su estructura criminal.

Los otrora narcos son ahora anarcos: artífices del caos y la anarquía a través de la fuerza y la violencia; y de un discurso que permea en las clases sociales menos favorecidas: el del atajo hacia el éxito material. Un atajo que en este país, donde nacer pobre es garantía de morir pobre, es casi imposible de rechazar.

José Luis Abarca, es el ejemplo perfecto de esta dinámica: un joven humilde y ambicioso que escala en la pirámide social a través de la política y el crimen organizado y que, una vez en la cima del poder (su micropoder), es capaz de desaparecer -en un arrebato tal vez- a 43 jóvenes normalistas usando a la policía que estaba a su mando.

No podemos ser ingenuos, son tiempos para apelar a la prudencia y a la urgencia de manera simultánea.

A la prudencia porque hablar de la renuncia del Presidente es caminar sobre una cuerda floja: no tiene ningún sentido. Nadie gana en este país abonando a la inestabilidad. El Presidente no tiene que irse, tiene que hacerse responsable. Necesitamos un estado fuerte capaz de poner en orden y meter en cintura al crimen organizado a través de un sistema judicial implacable pero transparente. Firme pero honesto.

Para la urgencia porque mientras en la escala de prioridades nacionales no se privilegie la reforma por un verdadero estado de derecho, seguiremos nadando en aguas turbias. No hay desarrollo económico posible si en el país reina la impunidad, la corrupción y la violencia. Cualquier Reforma Energética palidece ante el hallazgo de unas fosas clandestinas.

Aprendamos del caso teniendo memoria y aplicando justicia. Entendamos los tiempos y trabajemos desde la sociedad civil para limpiar nuestras Procuradurías, nuestros Congresos, nuestras instituciones de Gobierno. La coyuntura tiene a la clase política en situación de debilidad, necesitan legitimar y vertebrarse. Es la oportunidad para definir prioridades y fijar una agenda civil. Los liderazgos están por allí, dispersos y asediados por el estado y los criminales. Habrá que rescatarlos, ir por ellos para unirlos, para unirnos en torno suyo.

Es el momento de la sociedad civil. Ya es hora, no queda mucho tiempo.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.
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