1. Ayotzinapa
“Yo no soy Ayozinapa [es más, ni sé qué es eso]”, así se tituló el texto de Jesús Solís que salió publicado la semana pasada. En éste, a pesar del título provocador que seguramente enfadó a muchos y los alejó de su lectura, el autor apuntaba hacia un problema de fondo: la proliferación de columnas de “opinión” respecto a un tema, en contraposición con la poca “información” que se tiene del mismo.
Más aún, señalaba una de las consecuencias que tiene este fenómeno: “la necesidad que tengo de verme informado y de emitir una opinión sobre absolutamente todo”.
En esta era dizque “de la información” se ha vuelto un mantra decir que en “internet está todo”, que “el que no está informado es porque no quiere”. No obstante, y seguramente usted ya habrá tenido la experiencia, este mantra se encuentra bastante alejado de la realidad. Si uno intenta encontrar los datos duros sobre un tema de actualidad específico -digamos, una cronología objetiva y concisa de los sucesos en Ucrania, Ayotzinapa, Tlatlaya o Zambia- terminará naufragando en un titipuchal de artículos de opinión sin tener en claro cuáles han sido los hechos y sin resolver muchas de las preguntas que tenía al inicio. De ahí que Jesús Solís pidiera en su artículo que “los que saben”, se junten para tenernos al tanto, “con información, no con opiniones, y nos expli[quen] a los ignorantes todo lo que no sabemos”.
Yo hago eco de su propuesta.
2. Los panfletos
Un panfleto es un ensayo o tratado corto (menos de 80 páginas) sobre un tema de actualidad que, por lo general, es controversial. Ésa es una de las definiciones de la palabra en inglés.
En español, curiosamente, la definición de panfleto según la RAE es “1. m. libelo difamatorio. 2. m. Opúsculo de carácter agresivo”. Y, en otras definiciones castellanas, se hace énfasis en que el panfleto es un escrito satírico. Es decir, en nuestra bonita tradición lingüística, se cambia el “ensayo o tratado” por “libelo u opúsculo” y; la controversia, por la “difamación, agresión y/o sátira”.
En la definición inglesa de la palabra también se hace hincapié en que el panfleto debe de ser escrito de forma clara, para la comprensión de las mayorías y, por lo general, el panfleto ha de invitar a la movilización, a tomar partido en la controversia en cuestión y, en ocasiones, a hacer tales o cuales actos después de analizar las consecuencias de varias opciones. Para lograrlo, el buen panfletista ha de analizar los argumentos y contraargumentos de cada una de las posturas al respecto. Y, por supuesto, para analizar argumentos y contraargumentos, el buen panfletista ha de elegir y aportar datos duros.
¿Por qué en la tradición inglesa se complementan el análisis racional con la emotividad mientras que en la tradición castellana prevalecen la burla, la agresión y la difamación? Ése sería un bonito tema de tesis doctoral. Pues algo similar sucede con la palabra “arenga”: en inglés puede ser un “discurso apasionado” o un monólogo teatral mientras que, según la RAE, es un discurso “para encender los ánimos”. Es decir, ¿por qué en nuestra tradición cualquier texto político tiene tan mala fama? ¿Será por el conservadurismo de nuestras academias?
El caso es que tanto los panfletos como las arengas son tremendamente mal vistas. Y, salvo su mejor opinión, en nuestro idioma parece que ni siquiera tenemos una palabra para designar su equivalente en inglés. De ahí, en parte, la queja de Jesús Solís.
3. La importancia de los panfletos
El panfleto sería lo que en México llamamos “ensayo”. Pero con los requisitos de que éste ha de ser claro (lo cual es casi una contradicción en la tradición ensayística del último medio siglo), que éste debe de tomar una postura de forma decisiva (lo cual va en contra de la tradición que considera al autor como un tipo que en teoría puede ser objetivo y carente de sentimientos). Además, este tipo de ensayo ha de ser propositivo y ha de analizar causas y consecuencias (lo que va en contra de la tradición académica que busca sustentar cada enunciado con una fila de citas y, por lo mismo, propone lo menos posible). Al hablar de un tema de interés social, el autor ha de partir de su realidad y volver a su realidad en el ensayo (lo cual, por supuesto, va en contra de nuestro querido malinchismo y de la tradición de la torre de marfil que busca sólo abordar temas etéreos y diáfanos).
Más aún, este tipo de ensayo ha de mostrar y analizar datos (lo cual fuerza al autor a ir a buscar dichos datos y no sólo, como a menudo sucede con las “columnas de opinión”, a redactar lo primero que le pasa por la cabeza después de leer una nota). El panfleto, también, ha de tener argumentos y hay que saber distinguir que las consignas, los lugares comunes, las peticiones de principio, los enunciados categóricos y los argumentos ad hominem no son argumentos. Por último, si bien la burla, la sátira y el humor son formas de contraargumentar, sería buenísimo que nos diéramos cuenta que ésta es sólo la forma más burda de hacerlo. ¿Por qué? Porque una sátira o una burla sólo dan lugar a una réplica del mismo tipo, a otra sátira y otra burla, de modo que un debate racional sobre un tema de interés social termina convirtiéndose en un concurso de chistes. Y no, con concursos de chistes difícilmente se llega a proponer algo que valga la pena para la sociedad.
Y vaya que tenemos que plantearnos seriamente qué estamos haciendo con nuestro país.
4. La urgencia de los panfletos
Sí, urgen. Independientemente de la facción política a la que usted sea afín, supongo que ya también le van quedando cortos estos discursos basados únicamente en consignas e imágenes. Tomemos el caso de Ayotzinapa: Que renuncie Fulano, Que renuncie Perengano, Vivos los queremos, AMLO tuvo la culpa, Fue el estado, etcétera. Muy bien, ¿y luego?
Tomemos por caso la petición de renuncia a Peña Nieto, asunto abordado tanto desde la izquierda como desde la derecha. ¿Quién queda de presidente interino?: el secretario de Gobernación. ¿Y no es éste, en todo caso, el responsable de que unos pidan la renuncia del otro? Mejor aún, el interinato de éste terminaría con el nombramiento, por parte del Congreso, de un presidente interino que, a su vez, sería substituido (si esto sucede antes de que Peña Nieto cumpla dos años en el cargo) por el que resultara ganador en unas elecciones extraordinarias. Y, si la renuncia sucediera después de los dos años de Peña Nieto, dicho presidente interino, elegido por el Congreso en voto secreto, se quedaría lo que reste del sexenio. ¿Pero no han sido las votaciones del Congreso, precisamente, las de las reformas, las que han ocasionado buena parte del descontento social? Entonces, ¿cómo dicho presidente interino ficticio podría tener el peso y el respaldo de la mayoría de los mexicanos? Y en caso de que sí se convocara a elecciones extraordinarias, ¿qué partido o candidato político tendría hoy la entereza moral para ser respaldado por la mayoría de los mexicanos?
Ninguna de estas preguntas puede ser respondida con “opiniones”.
Así, es necesario que las diversas facciones políticas vayan saliendo de su modita de corear consignas para empezar a proponer derroteros, a partir de análisis, de argumentos y contraargumentos, de datos. Es necesario también, como dijera Jesús Solís, que las personas “que saben” vayan haciendo lo propio y dejen de asumir que estamos enterados de todo eso que ellos sí saben. Y, por supuesto, que dejemos de pensar que la burla y la sátira es lo mejor para construir instituciones.
Para concluir, comparto unos ejemplos de lo que pienso que es un buen panfleto (escrito por Samuel Johnson en 1771 en contra de la Guerra de las Malvinas), de una arenga o manifiesto (escrita por Eric Hobsbawm hace diez años) y de un ensayo que, si bien es revelador, hay que sobrepasar el sopor de las primeras páginas (escrito por Achille Mbembe en 2006).