Francisco Ortiz Pinchetti
24/10/2014 - 12:01 am
Los miembros y las miembras
Muchos atribuyen a Vicente Fox Quesada el haber puesto de moda el aberrante desdoble del lenguaje para supuestamente favorecer una equidad de género al mencionar por separado uno y otro sexo. Tienen razón. Por lo que me tocó conocer, efectivamente, el controvertido grandote de Guanajuato no fue el iniciador de esa práctica, pero sin duda […]
Muchos atribuyen a Vicente Fox Quesada el haber puesto de moda el aberrante desdoble del lenguaje para supuestamente favorecer una equidad de género al mencionar por separado uno y otro sexo. Tienen razón. Por lo que me tocó conocer, efectivamente, el controvertido grandote de Guanajuato no fue el iniciador de esa práctica, pero sin duda fue quien la impulsó y llevó al nivel del discurso presidencial.
Un día de abril de 1995, durante su segunda campaña electoral por la gubernatura de Guanajuato (luego del fraude electoral de 1991, la anulación de esos comicios y el nombramiento de Carlos Medina Plascencia como gobernador interino), Fox Quesada sorprendió a quienes lo acompañábamos en una gira por el sur de la entidad al romper el monótono esquema de sus mensajes. Durante un concurrido mitin en la plaza principal de Acámbaro (la tierra de unos deliciosos panes llamados acambaritas), el candidato panista soltó por primera vez un “ciudadanas y ciudadanos” para referirse a los ahí reunidos. Pidió luego que los papás levantaran “a las chiquillas y a los chiquillos”, porque “quiero verlas y verlos”. Dijo luego con su vozarrón que era muy importante que el día de las elecciones “las electoras y los electores” acudieran temprano a depositar su voto. Finalizó por supuesto agradeciendo a “nuestras amigas y nuestros amigos” su presencia y entusiasta apoyo.
Nunca supe si la aberración lingüística partió solo de una de sus frecuentes ocurrencias o si la idea le fue sugerida por Martha Sahagún, entonces ya su más cercana y escuchada asesora. De lo que estoy seguro es que en ello fue definitiva la presencia de Martha Lucía Mícher Camarena en aquella contienda electoral. Malú Míher, como todo mundo le llama, fue la candidata del Partido de la Revolución Democrática (PRD) a la gubernatura guanajuatense. Proveniente de organizaciones de izquierda y activista en movimientos de defensa de los derechos de la mujer, ella tenía incorporado a su lenguaje político ese reiterativo estilo. En efecto, se refería invariablemente a “las mexicanas y los mexicanos”, “las trabajadoras y los trabajadores”, “las leonesas y los leoneses” y otras linduras.
Malú Mícher, licenciada en Pedagogía egresada curiosamente de la Universidad Panamericana del Opus Dei, ocupó el tercer lugar en las elecciones estatales extraordinarias del 28 de mayo de ese año, en las que Fox Quesada arrolló con un 58.1 por ciento de los votos. Ella obtuvo apenas un siete por ciento de los sufragios, lo que no era poco para la escasa presencia perredista en la entidad. Fue luego candidata a la presidencia municipal de León y ocupó la secretaría de la Mujer del CEN del PRD. En 2003 se convirtió en diputada federal plurinominal y desde el Congreso emprendió una batida contra los hermanos Bibriesca Sahagún, hijos de la entonces ya primera dama Marta Sahagún e hijastros del presidente Fox Quesada, por supuestos negocios ilegales al amparo de su cercanía con el poder. Inclusive, presidió una Comisión legislativa especial, encargada de las investigaciones en contra de Manuel y Jorge Alberto Bribiesca Sahagún, a quienes nunca se comprobaron las acusaciones de tráfico de influencias en su contra. En 2006, la aguerrida antifoxista fue nombrada por Marcelo Ebrard directora general del Instituto de las Mujeres del Distrito Federal.
Fox Quesada sólo sonrió cuando durante su campaña presidencial le pregunté, creo que en Morelia, si en efecto le había “volado” a Malú Mícher el necio y reiterativo recurso lingüístico que acabaría por caracterizarlo. Aceptó sin embargo que le había dado muy buenos resultados, “sobre todo entre las viejas”. El hecho es que lo siguió utilizando cada vez con mayor ahínco, buscando ajustar a él toda clase de términos hasta llegar a notables aberraciones. Llegó a aventarse rollos como este: “Todas las mexicanas y todos los mexicanos debemos tener bien presente que el reto de educar a nuestras hijas y a nuestros hijos nos obliga a redoblar esfuerzos para que cada una y cada uno de ellas y ellos tengan un ámbito adecuado para su desarrollo. Para ello, debemos contar con las maestras y los maestros que realmente estén comprometidas y comprometidos con la educación de las chiquillas y los chiquillos que les encomendamos, para hacer de ellas y ellos ciudadanas y ciudadanos que verdaderamente amen a su país y estén dispuestas y dispuestos a entregar su vida por él y capaces de sentirse orgullosas y orgullosos de ser hijas e hijos de una patria grande y generosa”.
Y un día tuvo un dislate genial, ya durante su campaña por la Presidencia de la República, en el año 2000. Una tarde de mayo, en plena campaña proselitista, acudió a un encuentro con los integrantes de la Unión Sindical de Sobrecargos de Aviación, (USSA), en la colonia Del Valle. Fue recibido por Alejandra Barrales, entonces dirigente de las azafatas (y los azafatos, claro), en un atiborrado salón de la sede sindical. “¡Me honra saludar a los miembros y las miembras de esta gran organización!”, dijo Fox Quesada muy serio, sudoroso, al iniciar su discurso.
Todo esto viene a cuento porque el pasado 17 de octubre se cumplieron 61 años de que se otorgó a las ciudadanas mexicanas el derecho a votar y ser votadas y 59 de que pudieran ejercieran ese derecho por primera vez. Cuesta creer que antes de ese 3 de julio de 1955 les estuviera vedado ejercer un derecho tan elemental en un sistema democrático como se ostenta ser el nuestro; pero así era. Lo cierto es que el otorgamiento del derecho al voto de las mujeres corrigió apenas un atentado histórico contra sus derechos más elementales. A lo largo de las décadas siguientes, sin embargo, ha sido necesario legislar una y otra vez para que más por mandato de Ley que por méritos propios se entreguen a las mexicanas cargos de elección popular, como diputaciones, senadurías, presidencias municipales. Así, la supuesta equidad de género resulta una imposición y no un acto de auténtica igualdad entre ambos géneros. Las ocurrencias de Fox Quesada, seguidas por no pocos intelectuales, dirigentes de izquierda y feministas, resultan sin duda divertidas, aunque poco aportan realmente a una equidad de género que sigue siendo un lejano anhelo en nuestro país. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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