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Francisco Ortiz Pinchetti

14/10/2014 - 12:01 am

Para que no me olvides

A raíz del advenimiento de la frustrada alternancia democrática en nuestro país, con la salida del PRI de Los Pinos en el año 2000, tuve la idea y la intención de escribir una columna semanal intitulada de manera fija con el nombre que ostenta la presente edición de Por la Libre, dedicada a recordar episodios, […]

A raíz del advenimiento de la frustrada alternancia democrática en nuestro país, con la salida del PRI de Los Pinos en el año 2000, tuve la idea y la intención de escribir una columna semanal intitulada de manera fija con el nombre que ostenta la presente edición de Por la Libre, dedicada a recordar episodios, anécdotas y personajes del viejo régimen como una modesta contribución a la enclenque memoria nacional.  Lamentablemente nunca cuajó el proyecto, quizá porque ningún medio se interesó en dar cabida a semejante ociosidad. Ahora constato que pudo ser una aportación, modesta pero valiosa, ante la eventualidad que entonces suponíamos remota de un regreso de los priistas al poder presidencial.

Hoy están de nuevo en Los Pinos. En dos años, su renovada presencia ya trasmina de nuevo las estructuras políticas y sociales, de modo que de pronto pareciera que nunca se hubieran  ido, que no existieron esos doce años de gobiernos panistas que para la mayoría de los mexicanos acabaron en el fracaso y que los personajes de ayer, y algunos de antier, están otra vez tan campantes en la escena nacional como si nada hubiera pasado.  Con nuevos estilos o formas, alineados al marketing irremediable, vuelven a hacer gala de su impunidad, su prepotencia y su autoritarismo. No otra cosa asoma en las tragedias recientes de Guerrero y el Estado de México.

Cuando imaginé mí Para que no me olvides semanal, me apliqué inclusive en hacer una relación de hechos y personas que merecerían ser recordados como ejemplos de lo que el priismo significó en su larga primera etapa de 70 años. Así, apunté casos notables como la represión desatada en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado contra ferrocarriles, estudiantes, médicos; la matanza de incipientes guerrilleros en Ciudad Madera, Chihuahua, en 1965; la represión feroz de campesinos que derivó luego en la guerra sucia de los años setenta, fundamentalmente en Guerrero; la represión de 1968, los cacicazgos sanguinarios, atroces,  en todos los rumbos del país; los fraudes electorales estatales sucesivos de Baja California, Sinaloa, Durango, Nuevo León, Chihuahua, San Luis Potosí, Sinaloa, Tabasco, Puebla en los ochenta y noventa; la proliferación y protección durante décadas del corporativismo, el charrismo sindical, los acarreos, la compra y coacción de votos; el saqueo ostentoso  y los despilfarros presidenciales sexenio tras sexenio, los negocios millonarios privados a costa de los cargos públicos,  la “caída del sistema” en 1988, el endeudamiento externo ilimitado,  las devaluaciones, la inflación galopante (que ya se asoman de nuevo), las grandes mansiones, los yates y los aviones de los integrantes de la clase política, el crecimiento incontenible de la miseria extrema y de la brecha entre ricos y pobres; el deterioro de la educación pública, el establecimiento de una cultura de la simulación y de la ilegalidad; el control y la sumisión voluntaria o impuesta de los medios de comunicación, la persecución y asesinato de críticos y opositores.

Hice también una lista de personajes –vaya nómina-- que debieran de ser inolvidables y paradigmáticos, muchos ya desaparecidos, varios en placentero retiro al cobijo de la impunidad  y otros plenamente vigentes. Apunté entre otros, por supuesto, a Gustavo Díaz Ordaz, Fidel Velázquez, Joaquín Hernández La Quina, José Díaz de León, y a los expresidentes Luis Echeverrfía Álvarez, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari; a Práxedes Giner Durán, Braulio Fernández Aguirre, Tomás Garrido Canabal, Raúl Caballero Aburto, Alfonso Martínez Domínguez,  Raymundo Abarca Calderón, Alfonso Corona del Rosal, Jorge Rojo Lugo, Gonzalo N. Santos, Carlos Sansores Pérez, Víctor Cervera Pacheco, Carlos Jonguitud Barrios,  Arturo Durazo Moreno, Rubén Figueroa Figueroa y Rubén Figueroa Alcocer; Oscar Flores Tapia, Antonio Toledo Corro, Carlos Han González, Manuel Bartlett Díaz  (hoy adalid de la democracia);  Arturo Montiel Rojas, Mario Villanueva Madrid . Y también Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa Patrón, grandes operadores del partido fundado por Plutarco Elías Calles en 1929, que hoy ocupan de nuevo en sitios clave del andamiaje político nacional.

 En todos estos casos, que cito de memoria, el cobijo de la impunidad ha sido el factor común que ha permitido a los políticos del Partido Revolucionario Institucional evadir la ley, gozar los frutos de su corrupción y, en muchos casos, volver una y otra vez a las esferas del poder. Luego de sacar al PRI de Los Pinos, en el 2000, el presidente panista Vicente Fox Quesada hizo un intento por esclarecer las atrocidades del pasado y castigar a los responsables con la creación de una Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP). La propia impunidad, las complicidades y finalmente la ausencia de una decisión política contundente por parte del propio Fox Quesada hicieron que no se obtuviera resultado alguno  de esa tentativa de justicia.

Seguramente olvidamos también que el infierno que hoy vive Guerrero tiene su explicación en esa realidad de impunidad  y en una historia de  autoritarismo, represión y crimen. Es tal vez el mejor ejemplo de lo que el PRI ha representado para México a lo largo de la historia. El 30 de diciembre de 1960, por citar los casos más recientes, el entonces gobernador Caballero Aburto ordenó a la policía estatal disolver a balazos una protesta estudiantil en Chilpancingo. Hubo 19 muertos. El Senado de la República dispuso en enero de 1961  la desaparición de poderes en el Estado y el gobernador se fue a su casa, sin pagar por su crimen. El 20 de agosto de 1967, alrededor de 800 campesinos copreros encabezados por el siniestro César del Ángel Fuentes, priista por cierto, que intentaron tomar la sede de la Unión de Productores de Copra de Guerrero, en Acapulco, fueron  acribillados por  policías judiciales, guardias blancas y pistoleros dejando un saldo de 38 personas muertas y más de 100 heridas. El gobernador Raymundo Abarca Calderón , que urdió el enfrentamiento y facilitó el acopio de las armas que se utilizaron contra los copreros, salió incólume, absolutamente impune. Vendrían luego los años aciagos de la guerra sucia, el surgimiento de la guerrilla, el arrasamiento de comunidades campesinas completas, la desaparición de centenares de personas. Nunca pagó tampoco el gobernador Figueroa Figueroa sus excesos criminales.

El último antecedente conocido del escalofriante episodio de Iguala, donde 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa fueron levantados  y desaparecidos el pasado 26 de septiembre, ocurrió 19 años atrás, el 28 de junio de 1995. La masacre de Aguas Blancas fue un crimen perpetrado por la policía estatal de Guerrero y planeado por Rubén Figueroa Alcocer, el hijo, en el vado de ese nombre, ubicado en el municipio de Coyuca de Benítez de la Costa Grande.  Agentes del agrupamiento motorizado de la policía guerrerense dispararon en contra de un grupo de miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) que se dirigían a un mitin político en la población de Atoyac de Álvarez. Hubo 17 campesinos muertos. La matazón –conocida gracias a la difusión de un video por el periodista y conductor Ricardo Rocha-- le costó a Figueroa Alcocer la gubernatura, pero no la cárcel,  como debió ocurrir. Obligado a renunciar, fue sustituido precisamente por el entonces también priista Ángel Aguirre Rivero, hoy nuevamente gobernador bajo los colores del PRD, que obviamente no movió un dedo contra su antecesor y padrino político.

Pienso que en un país que padece una suerte de Alzheimer nacional, el registro de hechos y personas como los aquí invocados tiene una importancia mayor. Lo comprueba el hecho de que esos y otros priistas, herederos políticos de los primeros, regresaron al poder frente a nuestras narices –y con el aval de nuestro voto, además-- como quien vuelve a casa después de unas largas vacaciones. Ojalá seamos capaces de aprender una lección tan obvia y saber recordar. Digo, al menos para que no me olvides. Válgame.

DE LA LIBRE-TA

Con todo y chivas, Por la libre a cuestas, emprendo la mudanza de esta columna del día martes al viernes de cada semana. Así, a partir del viernes 24 de octubre los espero en mi nueva ubicación en SinEmbargo.Mx.

 

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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