Crecí escuchando a nuestros políticos decir en sus discursos que los jóvenes éramos “el futuro de México”. Ya tengo 34 años y ese futuro todavía no llega.
Confirmo esta certeza pesimista a propósito del Caso Ayotzinapa. Leo con encabronamiento las notas del periódico El Sur de Guerrero. Todavía no sabemos si los 28 restos encontrados en las fosas de Iguala son los de los estudiantes desaparecidos, pero las declaraciones de los detenidos apuntan a la desgracia.
El caso rebasa mi capacidad de indignación. Esos jóvenes humildes se manifestaban y más allá del historial rebelde de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos, manifestarse en un país que se presume democrático como el nuestro no es delito. La respuesta fue una incomprensible y brutal agresión de la policía y un grupo del crimen organizado denominado “Guerreros Unidos”. Los mismos que hoy a través de mantas amenazan con revelar los nombres de los políticos corruptos que los encubren.
Esos jóvenes no debían morir. Punto.
Tampoco deben morir aquellos cuyos nombres figuran en los cientos de cenotafios repartidos por las avenidas de Culiacán y Ciudad Juárez víctimas de la violencia. Esas “pequeñas tumbas” son el testimonio que cancela todo futuro promisorio.
Pero ¿qué significa ser joven en México? Según el INEGI, en México hay 31.4 millones de jóvenes de entre 15 y 29 años y representan el 26.3% de la población total. Es decir, 1 de cada 4 habitantes del país son jóvenes en edad productiva. Esto sirve para explicarnos una oportunidad única para el país y que a las generaciones actuales nos toca vivir: el bono demográfico.
Gracias al “bono demográfico”, México se encuentra en la coyuntura perfecta para pegar el brinco en sus niveles de desarrollo económico, pues cuenta con la mayor parte de su población en los segmentos más jóvenes. Esto significa que durante los próximos 30 años gran parte de su población será capaz de trabajar. Pero esa capacidad no garantiza un empleo.
Las grandes oportunidades solo se hacen presentes una vez en la vida y en México la nuestra es el “Bono demográfico”. ¿Estamos listos? No.
No solo no lo estamos, tampoco estamos haciendo la tarea.
Ver las condiciones actuales de nuestra juventud dan ganas de salir corriendo. ¿Qué debe hacer un joven de 15 a 29 años? Muy fácil, debe estudiar o trabajar. Según los datos de INEGI solo el 37.5% de los jóvenes de 15 a 19 tiene algún grado escolar medio superior y la tasa de desocupación juvenil alcanza el 8.2%, casi el doble de la tasa nacional de 4.8%. Y si profundizamos en los datos encontramos temas más graves: de los pocos que trabajan, muchos están “sub-ocupados”, es decir, aceptan trabajos informales o parciales con tal de recibir algún tipo de remuneración. Según la encuesta, la proporción de jóvenes que se ocupan de manera informal es del 67%.
Y más grave aún: a nuestros jóvenes no solo los estamos maleducando y desempleando, también los estamos matando.
Según el apartado de mortalidad de la encuesta, en 2012 fallecieron 36,956 jóvenes, lo que en términos porcentuales representa 6.1% de las defunciones totales. A nivel nacional fallecen 323 hombres por cada 100 mujeres de 15 a 29 años; las principales causas de muerte en los varones son provocadas por agresiones (32.2%), accidentes de transporte (17.1%) y por lesiones intencionales (6.6%), todas ellas catalogadas como violentas y que en conjunto representan 55.9% de las defunciones totales de este grupo de población.
Otra encuesta, la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2013 (ENVIPE 2013) señala que el tema que más preocupa a los jóvenes es la inseguridad con 56.6%, por encima de temas emergentes como el desempleo (49.2%), pobreza (31.4%), educación (30%), corrupción (28.6%), salud (28.2%).
Ayotzinapa representan el sacrificio doloroso de las generaciones que deberían ser capaces de poner todo su capital físico e intelectual para construir nuestro futuro. Vamos tarde, muy tarde, en brindarles mejores condiciones para explotar su potencial.
Si así de mal estamos, entonces ¿cómo hacemos la tarea?
Urge tomar las decisiones correctas y realizar los cambios necesarios en nuestra estructura institucional para generar condiciones reales de crecimiento económico y desarrollo social. Muchos de esos cambios caben dentro de las denominadas “reformas estructurales” de Enrique Peña Nieto y que lo tienen ahora en el suelo de la popularidad presidencial.
Allí está la mal implementada reforma educativa, que si bien es ambiciosa, sigue sin trastocar el poder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y sus fracciones más retrógradas como la CNTE. Mientras la mayor parte del presupuesto destinado a educación acabe en los bolsillos de la burocracia sindical, la calidad de la educación en México seguirá arrojando resultados decepcionantes. Visto así, el reformismo es mera simulación.
Como ha señalado Viridiana Ríos, Directora del semáforo “México ¿Cómo Vamos?”, reformar nunca ha sido suficiente. No lo será si durante la implementación no se traducen las buenas intenciones constitucionales en cambios concretos. Hasta ahora, tanto la estrategia de seguridad como las reformas educativa y fiscal, no parecen alterar el equilibrio de poderes entre el estado y los sindicatos, la informalidad y el crimen organizado. Ese que recién amenaza en Guerrero con revelar a los corruptos. Ojalá lo hagan.
El tiempo concederá o negará la razón a Peña Nieto en su afán reformador. Ya no estamos para omisiones. El precio significa dejar ir la mayor ventana de oportunidad del país para insertarse en una de las diez economías más grandes del mundo. Apostar por la simulación es elegir la mediocridad y cancelar a fuerza de egoísmo el sueño de millones de jóvenes mexicanos que aspiran a una vida mejor que la que han tenido hasta ahora.
De nada servirán las reformas si para el caso Ayotzinapa no hay verdad y justicia. La detención y sentencia del Alcalde de Iguala, José Luis Abarca, junto con TODOS sus cómplices, el desmantelamiento del grupo delincuencial “Guerreros Unidos” y la renuncia del Gobernador Ángel Aguirre, son condiciones indispensables para restaurar el estado de derecho en Guerrero.
No hay medias tintas, o se aplica la ley o Peña Nieto cargará con los muertos de Ayotzinapa como Díaz Ordaz con los de Tlatelolco.
Una generación puede medirse en función de su capacidad para reconocer su rol en un momento histórico preciso. Debe ser capaz de asumirse responsable de su tiempo y su circunstancia. La generación que gobierna este país de manera explícita: la clase política; y aquellos que lo gobiernan de manera tácita: los grandes poderes fácticos; serán juzgados por su capacidad para negar o aceptar su responsabilidad en este momento. No confío en ninguno de esos “dos Méxicos”. Los primeros están demasiado enfocados en conservar sus privilegios de poder e impunidad, y los segundos demasiado contentos con seguir extrayendo las jugosas rentas que cobran a diario a millones de mexicanos. A ambos les alcanzará el crimen organizado tarde o temprano. Michoacán, Tamaulipas, Sinaloa y, ahora Guerrero, ya son buenos ejemplos.
Prefiero creer en un “Tercer México” minoritario pero vigoroso que cree en el trabajo duro y honrado, en el conocimiento compartido, en pagar impuestos y en exigir su correcta aplicación y transparencia; en cuestionar su presente. En ese México que cree en construir un futuro para los jóvenes que vienen y que no se merecen que no les dejemos nada. Como si el país que heredamos fuera nuestro.
Las segundas oportunidades se acabaron para nosotros. Somos afortunados de vivir este momento histórico, pero también debemos ser responsables. La historia se embiste, el destino surge del encontronazo.
Somos muchos los que creemos en un mejor México, ojalá seamos capaces de encontrarnos. Ojalá aprovechemos toda oportunidad para presionar y exigir justicia para los jóvenes de Ayotzinapa. Por el bien mío y el tuyo… por el bien de Nosotros.
EL BURÓ.
“La filosofía política del siglo XX”, Akal, 2011. Michael H. Lessnoff nos ayuda a comprender a los filósofos políticos más influyentes del siglo pasado. Toma como punto de partida a Weber para hacer desfilar a Marcuse, Popper, Arendt, Hayek, Rawls y Habermas. Muy recomendable.