A la par que la comida chatarra invade América Latina y el Caribe la epidemia de obesidad se desata en la región. Existe una correlación entre el aumento en el consumo de productos ultraprocesados (PUP) en cada país con el incremento de los índices de sobrepeso y obesidad.
Diversos estudios señalan que entre más se consumen los PUP, que tienen la característica de contener altas concentraciones de azúcares, grasas y sodio, más se abandonan los alimentos y las dietas tradicionales y aumenta el índice de masa corporal (IMC) de las personas. En un documento presentado en estos días en la reunión de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) que se realiza esta semana en Washington, y a la que asisten los representantes de todos los ministerios de salud del continente, se concluye que las bebidas azucaradas, los “snacks” y las comidas rápidas son los causantes principales de las enfermedades y muertes que crecen más rápidamente en la región: la obesidad, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y algunos cánceres.
Un estudio realizado por la propia OPS mostró que de 1999 a 2013 las ventas per capita de productos ultraprocesados aumentó de forma permanente en 12 naciones de la región, desplazando las dietas tradicionales basadas en alimentos saludables (figura 1), a la vez que se encontró que el aumento en el consumo de alimentos ultraprocesados estaba asociado con un aumento en el índice de masa corporal de los adultos en todos los niveles de consumo.
El documento señala que no sólo el consumo de alimentos saludables está asociado con la salud de las personas, reconoce también que la sociabilidad que rodea a las comidas se asocia a la salud. Desgraciadamente, la comida tradicional y el hábito de convivir al comer se está perdiendo. La sustitución de los alimentos naturales, procesados mínimamente en las cocinas o ingeridos en estado natural, está siendo sustituido aceleradamente por productos resultados de “formulaciones creadas a partir de sustancias extraidas de alimentos (grasas. almidones y azúcares). Incluyen una amplia gama de snacks densos en energía, cereales de desayuno endulzados, galletas y pasteles, bebidas azucaradas, ‘comida rápida’, productos animales reconstituidos y platos listos para calentar”.
Un experto de la Organización Panamericana de la Salud, el Dr. Enrique Jacoby, señala que la dieta tradicional que aún es fuerte en varias naciones de la región, se formó en un largo proceso que tomó siglos, constituyendo parte de nuestra cultura e identidad, siendo sustento de la economía rural y de la biodiversidad agrícola. El Dr. Jacoby indica que la introducción masiva de la comida chatarra soportada en una invasiva publicidad, con etiquetados engañosos, con formulaciones adictivas y con una imponente distribución está destruyendo esta riqueza en el curso de solamente 20 a 30 años.
Frente a este proceso hay naciones ejemplares que se han resistido manteniendo una fuerte valoración de su riqueza culinaria, de sus dietas tradicionales. Un caso destacado es el de Italia donde han fracasado los restaurantes de comida rápida que únicamente tienen como sus mayores clientes a los turistas, otro caso es Francia y otro más Japón. En todos los casos existe una fuerte valoración de sus dietas tradicionales y no es de extrañar que estos países sean los que presenten los menores índices de sobrepeso y obesidad entre las naciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
En México vemos el peor de los escenarios: nuestra población es la que más consume refrescos, pastelillos, sopas instantáneas y botanas en el mundo; a la vez que hemos reducido drásticamente el consumo de frijol (50% menos en 20 años), de frutas y verduras (30% menos en 14 años) y abandonado el consumo de amaranto y chía. Tanto el frijol como el amaranto y la chía representan parte de los alimentos con mayores cualidades nutritivas en el mundo. No ha existido ninguna política para fortalecer la producción de estos alimentos y para revalorizarlos entre la población. Los gobiernos federales, estatales y locales, en cambio, realizan un sinnúmero de actividades en conjunto con las grandes corporaciones de la comida chatarra ayudándoles a posicionarse aún más de lo que hacen sus campañas multimillonarias de publicidad.
La figura 2 muestra los cambios en el índice de masa corporal en América Latina en adultos en función de las ventas de productos ultraprocesados entre 1999 y 2009. Los países donde las ventas de productos ultraprocesados son menores y donde las dietas tradicionales prevalecen tienen un promedio de IMC menor mientras que los países donde las ventas de esos productos son mayores, como México y Chile, tienen un promedio de índice mayor. Al igual que en Europa y Asia donde se pueden encontrar países con economías desarrolladas con niveles más bajos de sobrepeso y obesidad que el resto, en el caso de la región de América Latina y el Caribe se encuentran naciones como Uruguay con un nivel de vida alto para la región con menores índices de sobrepeso y obesidad que naciones como México con un nivel de vida más bajo. Al mismo tiempo, en naciones de más bajos ingresos se observa como entre más aumenta el consumo de ultraporcesados se va incrementando el sobrepeso y la obesidad entre la población, como Perú y todas las demás naciones.
El documento señala la necesidad de políticas integrales que vayan desde la producción hasta el consumo, que apoyen la producción y los mercados locales y regionales de alimentos, que conviertan las opciones saludables en accesibles para la población, que regulen la publicidad y los etiquetados de alimentos de manera efectiva, promoviendo la preparación y las habilidades culinarias en las familias, revalorizando la cocina tradicional.
Cuando el documento se refiere a las regulaciones de la publicidad y del etiquetado de los productos, no se refiere a regulaciones cosméticas como las que se han implantado recientemente en México. Se refiere a la regulación de todo tipo de publicidad de este tipo de productos, sin importar el medio y las estrategias que utilizan las industrias para llegar a los consumidores, en especial, a los niños y adolescentes. Se refiere a etiquetados realmente útiles para los consumidores y no engañosos como los establecidos por COFEPRIS. Se trata de poner por delante el interés público y no aprovechar la necesidad de estas políticas para conveniencia de pactos entre corporaciones y funcionarios que sacrifican la salud de las personas por intereses empresariales e individuales.