Francisco Ortiz Pinchetti
30/09/2014 - 12:01 am
El Metiche
De un tiempo para acá me ha dado por meterme en todo lo que no me importa. Cuando menos eso es lo que muchos me dicen. Soy un metiche irredento. En lugar de ocuparme de mis asuntos, como debiera, nada más ando por las calles en busca de cosas qué criticar, asuntos que no me […]
De un tiempo para acá me ha dado por meterme en todo lo que no me importa. Cuando menos eso es lo que muchos me dicen. Soy un metiche irredento. En lugar de ocuparme de mis asuntos, como debiera, nada más ando por las calles en busca de cosas qué criticar, asuntos que no me incumben, infracciones ajenas, pecados sociales. ¿En qué me afecta que un pobre desempleado coloque unas cubetas o unos huacales para apropiarse de los cajones de estacionamiento y vendérselos como si fueran suyos a los automovilistas? ¿Cómo me atrevo a reclamarle al propietario de un establecimiento de la Del Valle el que acondicione la banqueta frente a su tienda o su farmacia como estacionamiento exclusivo para sus clientes, en batería, con lo cual le facilita a éstos el acceso a costa de los peatones? ¿Por qué me molesta que las taquerías o los restaurantes de la Nápoles se “amplíen” con todo y mesas sobre las banquetas, para ganar mayor capacidad para sus negocios? ¿Quién soy yo para reclamarle al dueño de un perro que no suelte a su mascota en el Parque Hundido sin correa o no recoja las haces de su angelito, como lo establece la Ley de Cultura Cívica? ¿Por qué, sin ser autoridad, me meto a reclamarle su abuso a los vendedores ambulantes que no sólo entorpecen el paso de los transeúntes por la banqueta sino que se roban la luz, venden alimentos sin ningún control sanitario, atascan el drenaje con sus desechos grasientos, contaminan el ambiente con olores nauseabundos y arruinan el aspecto urbano? ¿Quién soy yo para ponerme a arrancar de los postes los gallardetes colocados por las inmobiliarias para anunciar la venta de sus departamentos, lo que por supuesto también está prohibido?
Mi manía me ha causado reclamos sin cuento, a veces de manera airada y hasta agresiva, no sólo de los directamente involucrados en esas acciones, que para mí son infracciones, sino sorprendentemente de muchos transeúntes e incluso vecinos que me reprochan mi gratuita injerencia. “¿Y a usted qué le importa?”, me dicen los oficinistas que pagan al franelero por su lugar para estacionarse, los empleados que consumen tortas y tacos en los puestos ambulantes, los que se solazan viendo corretear a sus mascotas, sueltas, entre niños y plantas (con el riegos y el daño que ello implica) en los parques, los comensales sentados en torno a las mesas que convierten las banquetas en presuntuosas “terrazas”, como en París, dicen ellos, en las que las viandas son aderezadas con la polución y los gases de los automóviles y la podredumbre que flota en el aire citadino. A menudo son los propios usuarios de esas violaciones a la ley o beneficiaros de la arbitrariedad los que salen en defensa de la “pobre gente” que necesita comer y tiene derecho a buscar el sustento de una manera honrada en lugar de dedicarse a robar, lo que suena lógico; pero sorprende aún más que a veces sean los propios residentes del rumbo los que con argumentos similares justifique los abusos que debieran de combatir, denunciar y erradicar, al exigir a las autoridades correspondientes, generalmente omisas o involucradas por vía de la corrupción vil, la aplicación de leyes y reglamentos. “Todo mundo lo hace”, “¿en qué lo afecta?”, ¿para qué se mete en problemas?”, “en México nadie respeta la Ley”, son obuses que me disparan a quemarropa y que cada vez con más trabajo logro esquivar.
Mi cruzada contra la impunidad, que algunos califican como quijotesca, aunque la mayor la califican de inútil, tiene su inspiración en la actitud de otros grandes metiches cívicos que me ha tocado en surte conocer. Uno de ellos es un actor de cine de nombre Pablo Gorgé que no tendría por qué ni para qué estar metido en causas ciudadanas que lamentablemente poco siguen. Me cuentan que hace algunos años, más joven todavía, encabezó la resistencia de los vecinos de Santa María la Rivera, donde vivía, para evitar la demolición del Museo del Chopo, que pretendían sustituir por un edificio. Lo salvó. Y efectivamente es uno de los pocos líderes naturales que ha logrado triunfos evidentes y contundentes, en su caso particular en la defensa del Parque de San Lorenzo de Tlacoquemécatl del Valle, en la Delegación Benito Juárez. Este gran metiche logró frustrar hace cinco años la intención de las autoridades del DF, apoyadas por la Delegación, para perforar un pozo de extracción en un parque público que está protegido por la Ley de Salvaguarda del Patrimonio Urbanístico del DF (de cuya existencia me vine a enterar apenas). Fray Pablo del Pozo, como desde entonces le decimos, ha logrado evitar en varias ocasiones talas masivas e irresponsables de árboles en el parque, así como la instalación de vendedores ambulante en el mismo. A pesar de encontrarse a menos de cien metros de Insurgentes, rodeado de edificios de oficinas, el jardín es el único de la demarcación que se mantiene, gracias a Pablo y sus afanes, libre de informales.
Definitivamente no tengo las facultades de Fray Pablo del Pozo para estos menesteres de metiche cívico ni su talento para evitar confrontaciones radicales. A menudo me enojo. Ya me pasó una vez que acabé en la delegación de policía con unas educadoras de perros que se habían apropiado de la cancha de básquet del parque público frente a mi casa para instalar su redituable escuela canina. A veces me siento frustrado ante la actitud de mis congéneres. Siento que de poco sirven mis alegatos sobre el cumplimiento de la Ley, mis argumentos a favor de la salud pública, mis afanes en busca de una convivencia civilizada en la que todos nos respetemos. Invariablemente me desarman con la lapidaria frase que disparada a bocajarro: “¿y a usted qué le importa?”. Lo que denota por supuesto el grado de concientización social, la sana convivencia y la tan mentada participación ciudadana. Ante eso es difícil responder con prédicas sobre la triste realidad de una sociedad egoísta, individualista, ajena cuando no contraria a una solidaridad social mínima. Creencias que tiene uno. Bueno, eso pienso yo y algunos de mis vecinos, porque por lo visto la mayoría de los capitalinos nos miran como bichos raros. Y además metiches. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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