Tabletas SEP: impacto ambiental

24/09/2014 - 12:05 am

I. Una cena con el ex-Secretario

El “Güero” hablaba maravillas de su proyecto: darle una laptop a todos los niños de este país. Decía que era el gran avance para la educación y que su producto era mucho mejor que el que proponía la competencia, “ese señor que se dedica a los teléfonos”. Las personas reunidas en aquella casa de San Pedro Garza García, Nuevo León, hace 6 años, escuchaban con interés y todo iba muy bien hasta que su infame servidor hizo una pregunta:

--¿Cuál es la vida media de los equipos?

--¿Qué?

--Todas las computadoras, tanto por hardware como por software, tienen una vida media estimada. Si la vida media de sus laptops es de tres años, por ejemplo, significaría que todo niño mexicano (suponiendo que trata excelentemente su máquina y no se moja, ni se rompe, ni se la roban) necesitaría 4 laptpops desde que inicia la primaria hasta que termina la preparatoria y entonces, si decide estudiar una carrera, necesitará otra más. ¿Cuál es la vida media de los equipos que usted propone?

El “Güero” se puso colorado y respondió un galimatías para terminar diciendo que no sabía cuál era la vida media de las laps. Entonces yo hice la siguiente pregunta que me importaba:

--Ante tal cantidad de desechos electrónicos, muchos de ellos peligrosos, como las baterías, ¿ya se tiene pensado algún programa nacional de manejo de residuos?

Fue el acabose. Las personas de los diferentes medios de comunicación ahí reunidos no soltaron el tema hasta que la anfitriona decidió que la cena ya estaba lista. Y, por supuesto, al “Güero” no se le bajó lo colorado hasta después del postre.

II. Las tabletas SEP

“No, pues no sirven pa' gran cosa, pero pa' los niños están bien. Tienen un Android que ya está obsoleto y, a lo más, les van a durar dos años: ¡y eso si no las rompen!”, me dijo hace unos días un verdadero experto; es decir, el dueño de un local en la Plaza de la Computación en Puebla, ahí donde por todos lados se anuncia la venta de fundas protectoras para “Tabletas SEP”. Dos años de vida media, haga usted sus cuentas de cuántas necesita cada niño para su educación, luego multiplique por la cantidad de chamacos del país y por el peso de cada tableta, y tendrá las toneladas de basura electrónica. Este pasado 18 de agosto se entregaron 709 mil 824 tabletas.

Y se anunció con bombo y platillo. Tabletas para profesores y para estudiantes de quinto grado de primaria en los estados de Colima, Puebla, Estado de México, Sonora, Distrito Federal y Tabasco. La versión corregida y aumentada de las computadoras que se entregaron el año pasado.

No tengo idea de quién fue el que ganó el contrato a fin de cuentas (el “Güero”, el “señor que se dedica a los teléfonos” o alguien más) pero es lo que menos importa. Importa el impacto ambiental de una idea que, en el mejor de los casos, parece tomada sólo con la emoción crédula de que toda nueva tecnología es mejor, importa que es un gran negocio e importa, por supuesto, el impacto real que puede tener esto en la mejora de la educación.

Ahora abordaré el primer punto y, la próxima semana, los siguientes. Así que si usted es profesor, agradecería muchísimo sus comentarios para nutrir la siguiente entrega.

III. Impacto ambiental

Calcular el impacto ambiental de cualquier producto, su huella ecológica, siempre es sumamente complicado pues hay que tomar en cuenta y evaluar todos los procesos que intervienen en la fabricación, distribución, uso y desecho del mismo. Para el caso de una planta de jitomates para autoconsumo que sembramos en el jardín de la casa o en una maceta, es “simple”: tomamos el espacio de tierra que ocupa, sumamos los litros de agua que usamos para regar, los fertilizantes e insecticidas (si es que los usamos) y su impacto a la salud (años que tardan en degradarse, contaminación de agua y suelo, etc...) y, básicamente, ya está.

Pero si usted es ligeramente quisquilloso ya se andará preguntando cómo sumamos metros cuadrados de tierra con litros de agua con impacto de fertilizantes. Es decir, cómo carajos suma uno tunas con pitayas. Más aún, ¿no habría que restarle el impacto positivo pues una plantita genera oxígeno? Pues sí, también. ¿Y cómo se hace eso?

El estándar es convertir todos los impactos (tierra, agua, contaminación de fertilizantes e insecticidas, etcétera) a kilogramos equivalentes de CO2. Y, dado que en el proceso de la fotosíntesis la plantita convierte CO2 a oxígeno, entonces es fácil restar el impacto positivo al negativo. ¿Cierto?

Pero si usted es un poquito más quisquilloso ya andará pensando que el oxígeno que produce su planta de jitomates no alivió la reacción alérgica que causó el insecticida en su hijo: tuvo que ir a comprar una medicina y demás (y habría que sumar la huella ecológica de la medicina desde su producción, distribución y desecho, pues difícilmente se la terminará toda y habrá que tirarla). Dicho de otro modo, lo que restamos como impacto positivo no necesariamente se resta en la vida real.

Ahora bien, la plantita de jitomates es un caso simplísimo, trate de imaginar cómo diablos se calcula la huella ecológica o el impacto ambiental de una tableta, incluyendo el impacto que produce la minería para obtener cada uno de los componentes (como el oro, que utiliza harto cianuro en su proceso, y ácidos como los que recién se derramaron en Sonora), los procesos para la obtención de petróleo y la fabricación de los plásticos que lleva la tableta (y sus consabidos desastres como del de Deepwater Horizon o el reciente de Nuevo León), el impacto de la generación de energía eléctrica que consume (presas, termoeléctricas, etcétera) y, por supuesto, el impacto de sus desechos (¿se incineran, se entierran, cuánto se puede reciclar, qué se hace con los metales pesados, etcétera?).

Como se podrá imaginar, el asunto no es trivial, pues en cada uno de los pasos: 1) las compañías pueden omitir información relevante que es casi imposible de verificar en esta era de la globalización donde los insumos de los componentes vienen de muchísimos lugares del orbe, 2) muchos de los procesos, como el oxígeno que genera su plantita de jitomates y la reacción alérgica de su hijo, no son equiparables en la realidad y 3) muchos de los impactos son imposibles de medir a priori o son irreversibles y se desechan como externalidades (costos que no paga ni el cliente ni el productor pero sí la comunidad donde se dieron: por ejemplo, la minería a cielo abierto que, literalmente, arrasa con los cerros). Así, incluso si ya se contara con un programa nacional de manejo de residuos electrónicos que sea eficiente y eficaz para atender a todas las poblaciones donde se regalaron las tabletas, no podemos saber cuál será el costo ambiental real esta iniciativa de la SEP.

Yo auguro que no es nada halagüeño.

¿Por qué? Los promotores de las tabletas y libros electrónicos nos dicen que la huella ecológica de estas tecnologías es mucho menor a la de los libros y libretas tradicionales porque en una tableta puedes guardar miles de libros y miles y miles de archivos de notas. Y es cierto. Pero ninguno de estos promotores toman en cuenta la vida media de la tableta. Supongamos que son dos años, como dice el vendedor de la Plaza de la Computación, ¿cuántos libros en promedio usa un niño de primaria?, ¿cuántas libretas? Seamos optimistas: utiliza 20 libros y 10 libretas un niño en quinto y sexto año de primaria. Si esto fuera así, en el mejor de los escenarios, la huella ecológica de las tecnologías tradicionales es menor a la mitad de la huella ecológica de usar tabletas.

Y digo el mejor de los escenarios pues estos números implican que sí haya un manejo de residuos al último grito de la moda. Y el mejor de los escenarios porque los alumnos utilizan más libros y libretas de los que en realidad usan. Ergo, en el mejor de los escenarios, de continuarse este programa de la SEP aumentaría la huella ecológica que generan los niños mexicanos al estudiar al doble cada dos años.

Peor aún, la huella ecológica también debería de considerar una “huella social”. Es decir, los costos sociales (y políticos) que conllevan los procesos extractivos como la minería que se usa para obtener los insumos de los componentes de las tabletas y que, entre otras linduras, provoca desplazamiento de comunidades enteras y levantamientos armados: cuestión de revisar el listado de conflictos sociales que ha generado la minería en los últimos 15 años en este país. Habría que sumar también los costos a la salud en caso de que no se implemente, como es harto probable, un programa de manejo de residuos, y sus costos políticos, económicos y sociales asociados.

Un niño con su tableta nueva cada dos años. Todos los niños mexicanos con una tableta nueva cada dos años. Porque supongo que la idea de la SEP no es repartir tabletas sólo una vez en su historia sino que se convierta en una necesidad para cada alumno.

Aún así, después de lo dicho, vendrá quien defienda la iniciativa con eslógans de moda como “es indispensable modernizar la educación mexicana” y similares. Por eso, vuelvo a hacer la invitación a los profesores para que nos compartan sus experiencias con estas tecnologías y, así, la próxima semana abordar la cuestión del impacto educativo real que tienen.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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