Juan Gabriel y el costumbrismo tecnológico

03/09/2014 - 12:00 am

I. Los ñoños de la clase

La maestra de mecanografía de mi secundaria varonil estaba preciosa. Además, usaba minifalda. Así que no lo pensé mucho a la hora de elegir la especialidad técnica. Y ahí estábamos frente a las Remington los más ñoños, los más burros y los más cachondos del tercer grado. Lo que nos esperaba, sin saberlo, era nuestro primer encuentro teórico-práctico con uno de los fenómenos más fascinantes de la historia de la ciencia y la tecnología: ¿por qué una sociedad elige la peor opción tecnológica posible?

La educación de moda, desde el siglo XIX, ha grabado en sus pupilos un lema que más bien parece mantra: la innovación constante. O, dicho de otra forma, la ciencia y la tecnología siempre tendrán una respuesta a nuestros problemas y, conforme más se desarrollen, mejores respuestas: todo lo haremos más rápido, todo será más fácil. Esta ideología del cambio, equiparado con evolución y con progreso, ha echado raíces en muchos de los ámbitos sociales, desde la publicidad de los teléfonos celulares y los sistemas de cómputo hasta la propaganda política. Entonces, ¿por qué seguimos escribiendo en teclados QWERTY?

El teclado QWERTY es horrendo (y muy probablemente es el que tiene en su computadora y teléfono). Toda persona que empieza a escribir a máquina y quiere aprender a hacerlo con todos los dedos se hace las mismas preguntas que nos hacíamos nosotros en la secundaria: ¿por qué carajos está la “a” en el dedo meñique de la mano izquierda?, ¿por qué la “e” en el dedo medio de la zurda?, ¿por qué están juntas la “v” y la “b”, es una broma de mi maestra minifaldosa para que cometa errores ortográficos?, ¿por qué las letras más cómodas de escribir son la “k” y la “j”, las que menos uso? No se requiere ser un experto en el idioma para intuir que ahí hay algo raro y bastan un par de meses en clases de mecanografía para saberlo de cierto. Más aún si a usted, como a mí, le tocó aprender en una Remington donde era en verdad una proeza lograr golpear con suficiente fuerza la “a” para que quedara impresa en el papel.

En aquellos años, cuando le preguntamos, la maestra nos respondió: hay otro tipo de teclados, pero éste es el más común. Conforme pasaron los meses y nuestros dedos adolescentes se fueron fortaleciendo, también entendimos una de las razones de ser de ese teclado infame: hacíamos concursos para ver quién mecanografiaba tan rápido que lograra atascar las barras de tipos. El premio: una palmadita de la maestra en el hombro. Así, en poco tiempo intuimos que el teclado estaba diseñado para ser lento, para evitar el atasque.

Hoy día las máquinas de escribir son casi piezas de museo. Entonces, si el mantra es la innovación constante, ¿por qué no hemos cambiado?

II. Conservadurismo tecnológico

La leyenda cuenta que el bueno de Galileo era un pan de Dios, que se topó con el Papa y sus secuaces que eran harto conservadores y retrógradas y le mandaron a la Inquisición. Esta leyenda nos la empezaron a contar los protestantes y, luego, los ateos y demás muchachos contrarios al Vaticano. Supongamos que es cierta pero cambiemos la pregunta: ¿por qué, de repente, tantas personas estaban interesadas en la astrofísica, en un tema que es perfectamente inocuo en nuestra vida cotidiana? Simple: apoyar la postura de Galileo (ya muerto y muertos los gusanitos que se lo comieron) servía para mermar el poder de una de las instituciones más poderosas de Europa, el Vaticano, y por consiguiente transfería ese poder a los nuevos grupos. Así, se convirtió en una cuestión de número de adeptos o, puesto en el lenguaje empresarial, en número de clientes. ¿Podría suceder algo similar con la tecnología?

Atendiendo también a la leyenda, aceptemos que el teclado QWERTY tuvo su razón de ser en la necesidad de un trabajo lento. Sin embargo, esa “razón de ser” no es suficiente para explicar su proliferación, pues podríamos imaginar combinaciones aún peores. La historia de las máquinas de escribir nos cuenta cómo dos compañías, Remington y Underwood, lograron controlar el mercado estadounidense (y luego el resto del mundo). ¿Cómo?: con contratos gubernamentales. ¿Y cuál era la lógica de los contratos gubernamentales?: la misma de siempre, sobre todo si recordamos que dichas dos compañías también fabricaban rifles.

Así, la proliferación del teclado QWERTY tiene menos que ver con ese mantra tecnocientífico (“es la mejor respuesta que tenemos”) y más con una historia de contratos preferenciales, pues Remington y Underwood usaban ese teclado.

Un siglo, nos dicen los historiadores, debería de ser un lapso más que suficiente para hacer un cambio tecnológico en una sociedad, sobre todo si hay mejores opciones (como el teclado Dvorak), si ya no presenta ninguna ventaja técnica (ya casi no hay máquinas de escribir) y sigue presentando los mismos problemas y anomalías (no sólo para el idioma en el que fue diseñado, el inglés, sino para el resto de idiomas donde es todavía una peor opción). Sin embargo, el cambio no ha sucedido. Salvo por períodos pequeños y en lugares específicos. Por ejemplo, Salazar, el dictador de Portugal, diseñó un teclado para la lengua lusitana e instruyó por decreto que debían usarlo todas las oficinas de su país y colonias. ¿Y cómo acabó la historia?: el teclado dejó de producirse, “curiosamente”, cuando el dictador fue derrocado. ¿Entonces?

Las compañías, como las religiones, buscan adeptos. Así, para conseguir un gran número y que la empresa sea harto rentable, se requiere: a) de un decreto dictatorial o contratos preferenciales que le otorguen un mercado cautivo o b) de seguir el curso de las cosas para minimizar la curva de aprendizaje de la clientela. La propaganda en contra de la competencia se reducirá a asuntos cosméticos: “mi máquina tiene una frutita bien nais” o “nosotros sí creemos que el planeta da vueltas”. Nada de fondo, nada que suponga una curva de aprendizaje si no se tiene asegurado el mercado. Así, para asuntos tecnológicos, las compañías se comportan como ese Vaticano de la leyenda de Galileo: son perfectamente conservadoras cuando la innovación supone un riesgo a sus ingresos.

III. El cambio coercitivo

Nuestra sociedad vive en la tensión entre la novedad y la costumbre. Por un lado, nos dicen que “todo lo nuevo es mejor” y, por otro, nos resistimos al cambio: lo ansiamos y lo repelemos. Y, como en el ejemplo del teclado QWERTY, los motores del cambio y del costumbrismo tienen que ver menos con lo que es más conveniente para una sociedad que con lo que es conveniente para quienes tienen el control del mercado. Ejemplos hay muchos, pondré dos. Las “actualizaciones” del software de las computadoras son uno. ¿De verdad le solucionan algún problema? Mejor aún, ¿tenía usted algún problema antes de que le dijeran que lo tenía? Aunque hay excepciones, por lo regular no: su máquina funcionaba perfectamente. Pero en esta tensión, cuando un experto (el propio fabricante) nos dice que hay un riesgo, preferimos no comportarnos como el Papa en la leyenda de Galileo, preferimos no quedar ante nosotros mismos como “conservadores”, y “actualizamos” nuestra máquina. Eventualmente, tal vez usted ya lo haya notado, la computadora se va volviendo cada vez más lenta hasta volverse casi inútil. Entonces, si tenemos dinero, compramos una nueva.

Como dijera mi abuelita: piensa mal y acertarás. El objetivo del fabricante se cumplió: vender más. Yo hice el experimento contrario con una laptop. Desde 2007 no hice ninguna “actualización” y sigue funcionando perfectamente 7 años después. Mejor aún, como los virus también “evolucionan”, ya ni siquiera se “infecta”. Entonces pensé que había encontrado la solución, como usuario, para hacer rendir más mi dinero.

Pero no, y he aquí el otro ejemplo. Hace un par de años me regalaron un teléfono “inteligente” y quise seguir la misma táctica. Sin embargo me encontré con que las compañías ya pensaban en gente como yo (muy probablemente, luego de que los bodrios como Windows Vista alertaran a muchos usuarios a pensar que lo nuevo era peor). Así, a cada rato me veo hostigado a hacer “actualizaciones” y si no las hago, mi fabuloso Samsung Galaxy III-S deja de funcionar, me borra contactos o ya no corren varias aplicaciones. Pero si las hago, maravilla de maravillas, también: tengo que arreglar manualmente los desperfectos que causan y el teléfono se va volviendo, igual que las computadoras, más lento. Peor aún, las condiciones de las “actualizaciones” son cada vez más leoninas, ésas del tipo “usted acepta que el programa sepa dónde se encuentra usted a cada momento, mande mensajes a su nombre, recuerde todas sus contraseñas y joda a todos sus amiguitos a cada rato invitándolos a jugar CasiCrush”. Como colmo de la estupidez legalista, a usted y a mí nos dan la opción de decir que no... siempre y cuando estemos dispuestos a tirar el aparato a la basura.

Lo más asombroso es que no importa cuánto “actualicemos” el software de nuestra computadora o teléfono inteligente pues, si tenemos suerte, esencialmente siguen sirviendo para lo mismo y de la misma forma. Lo que cambia es la ganancia de las compañías. Piense usted en otro caso: ¿cuál es el principal beneficiado con el apagón analógico?

Aunado a lo anterior, las compañías se sirven de otro tipo de coerción para maximizar su ganancia: la coerción social. Ésta se da en dos vías, por “estatus” o por “costumbre”, y ambas terminan segregando al individuo de su sociedad por no tener tal o cual aparato tecnológico: si usas un procesador de palabras que sea diferente al “que usan todos” o si de plano no lo tienes y te tachan de naco y anticuado (¿recuerda ese comercial sangrón donde los “amigos” de un tipo no le avisan del cambio de planes vacacionales porque no tiene celular?) Pero éste es el último punto. El primero es lograr la masa crítica para controlar el estándar, la moda o la costumbre del público, ya sea por contratos (¿a quién se le ocurre poner sistemas operativos de paga, por ejemplo, en las computadoras de las escuelas públicas cuando hay sistemas gratuitos?), por supuestos regalos (¿alguien recuerda la historia de America On Line en México?) o por la estrategia que sea más conveniente.

Después, como dijera Rocío Durcal, esa estudiante avanzada del gran filósofo de la ciencia mexicano, Juan Gabriel: “es más fuerte la costumbre...”. Y podrá tener a medio mundo usando una de las peores tecnologías posibles por más de cien años, como el teclado QWERTY.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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