Ricardo Raphael
15/08/2014 - 12:00 am
¿Quién grabó a los dipu-tables?
El oficio para hacerle de Sherlock Holmes no lo tengo. Soy un voraz consumidor de literatura policiaca y el sesgo de la fantasía me gana sobre la objetividad que necesita el verdadero detective. Por tanto, que nadie me tome en serio cuando hago hipótesis al estilo CSI-Vallarta. Sin embargo, como otros morbosos que hemos visto […]
El oficio para hacerle de Sherlock Holmes no lo tengo. Soy un voraz consumidor de literatura policiaca y el sesgo de la fantasía me gana sobre la objetividad que necesita el verdadero detective. Por tanto, que nadie me tome en serio cuando hago hipótesis al estilo CSI-Vallarta.
Sin embargo, como otros morbosos que hemos visto el video de los dipu-tables, publicado por Reporte Índigo, me intriga una pregunta que pareciera ociosa pero no lo es: ¿quién grabó a los felices hombres de la Villa Balboa, en enero de este año?
Comparto aquí mis notas de amateur, escritas sobre las rodillas mientras eliminé el sonido del video en cuestión, y lo recorrí una diez veces (no me juzguen) en busca de alguna pista para saciar mi curiosidad.
Primera hipótesis: la cámara utilizada debió ser un objeto pequeño y capaz de pasar desapercibido. Quizá una pluma pero con mayor seguridad una medalla, un prendedor, un botón mediano.
La mayoría de las tomas están hechas sobre la línea horizontal donde se encuentran las mesas de la terraza en la que se celebró la fiesta. Por ello es que, entre vasos y botellas, se asoman los rostros de quienes están sentados. En ese mismo horizonte visual el ojo se topa con la parte baja de la cintura de quienes bailan o se pasean. Alcanza a verse parte de la espalda y de las piernas de los que están de pié; por ejemplo Luis Alberto Villarreal que no baila nada mal al ritmo de la banda sinaloense.
Por lo anterior cabe suponer que la persona traía la cámara colgada al cuello y permaneció sentada la mayor parte del tiempo, en una esquina del lugar, mientras retrataba con esmero a cada una de sus víctimas.
Asegurando unos hombros bien derechos logró mantener el lente con suficiente estabilidad para que las tomas no extraviaran su objetivo. De hecho, las peores imágenes son aquellas que presumiblemente se hicieron cuando la persona se desplazó caminando de un extremo a otro.
Segunda hipótesis: quien grabó a los diputados no era diputado. De haberlo sido, se habría denunciado a sí mismo al no salir en el video.
Tercera hipótesis: tampoco era un empleado de diputados. A excepción de un hombre de playera mamey – acaso un guardia de seguridad que habla por teléfono detrás de una bailarina y su pareja alocada – en las imágenes no se observa más personal que pudiera ser considerado como parte del staff de los legisladores. No se perciben asesores, secretarios, amanuenses, carga-portafolios, ni nada que se le parezca.
Cuarta hipótesis: tampoco fueron los músicos. La banda que ameniza la fiesta se halla al otro extremo de la cámara. Habría sido extraño que un trompetista o un maraquero se sentaran a observar cómo se divierten los políticos mexicanos, sin que su actitud hubiese llamado la atención.
Quinta hipótesis: tampoco fue un mesero. En ninguna de las imágenes aparece personal sirviendo bebidas o alimentos. Cabe pensar que, por precaución, los organizadores de la pachanga prefirieron dejar fuera a camareros y baristas. Además, de haber laborado alguno esa noche, como en el caso de los músicos, no es probable que hubiese descansado en una silla durante tanto tiempo.
Sexta hipótesis: la técnica de la eliminación lleva a suponer que fue una mujer, entre las invitadas para divertir a los varones del partido azul, la que se encargó de grabar la memorable escena.
La cámara debió ser un colguije o pendiente colocado en la parte baja del cuello. Ella pudo permanecer algún tiempo sentada sin que nadie la interrumpiera y también tuvo libertad para desplazarse y capturar cada uno de los rostros que luego serían exhibidos para divertimento y mofa de tirios y troyanos.
Si se abunda sobre esta última hipótesis resulta interesante constatar la manera cómo la lente evita aproximarse a los rostros de las damas de compañía. Quien grabó parece mantener en todo momento una actitud solidaria con el resto de las mujeres ahí presentes. No las ridiculiza, no las ostenta, no las caricaturiza.
Nada de lo que digo es elemental, como le hubiera gustado al querido Watson, y sin embargo, de contar con algo de razón, de aquí se derivan algunas preguntas aún más picantes.
Si bien es pertinente conocer el nombre de la mujer que grabó la fiesta –a estas alturas las chicas del Candy’s y del Tabú ya deben saber quién trabajó para un cliente distinto aquella noche– también lo es cuestionarse sobre la identidad del verdadero contratante.
Quizá fue alguien que ya tenía noticia sobre los usos y costumbres que estos pícaros diputados poseen. (No debió ser ésta la primera fiesta del tipo que organizaron). Igual tuvo conocimiento sobre el personal femenino que amenizaría la noche y logró convencer a una de las escorts para que levantara esas imágenes tan políticamente relevantes.
A diferencia de quien escribe estas líneas, quien orquestó la celada no es ningún amateur. Calculó hasta el último de los detalles. Dio instrucciones sobre a quiénes retratar, y en qué circunstancias hacerlo. En ese video no hay azar sino la precisión de Maquiavelo.
Quien pagó por este servicio conocía muy bien el valor de lo que podía obtenerse. No se trató de un periodista porque cualquiera de nuestro oficio habría dado a conocer de inmediato el video. El efecto noticioso habría sido mucho mayor de haberse hecho público antes de las elecciones internas del PAN, que después de ellas.
En efecto, si se hubiese dado a conocer, digamos, en febrero o marzo, es altamente posible que el nombre del actual presidente panista fuera Ernesto Cordero y no Gustavo Madero. Y siguiendo el mismo argumento, acaso las reformas en telecomunicaciones y energética habrían sido otras.
El que ordenó que se realizara esta grabación tiene –por encima de todo lo demás– intereses políticos. Y cuenta con mejor ritmo para bailar que Luis Alberto Villarreal. Marcó con exactitud el tempo con el que debía ocurrir el escándalo. Él tampoco es Sherlock Holmes, porque probablemente trabaja para Scotland Yard.
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