La fiesta es impecable. La quinta de súper lujo: miles de dólares por una noche con vista al mar y excelentes acabados. Las mujeres derrochan curvas y sensualidad. En las mesas se sirve licor del bueno y, curiosamente, en el fondo suena música de banda sinaloense. Acaso por ser la mejor para bailar “pegadito”. Uno de ellos lo sabe y aprieta su cuerpo contra el de “Montana”, la exuberante joven de piel blanca, minifalda y cabello negro azabache a la que las demás corean el nombre. En los sillones el resto de los hombres platica con sus compañeras. Uno de los asistentes presume el pecho desnudo, otro acaricia con cierto desgano el cabello de su compañera, mientras que por allá otro intenta, casi sin querer, tocar la nalga de la mujer que le pasa de lado. Los gritos denotan euforia: “¡Se va a acabar el viagra!”. Hasta aquí una fiesta a secas. Excepto por una cosa: las mujeres son escorts de lujo y los hombres diputados.
Lo demás es historia. Lo hemos visto y leído todos hasta el cansancio gracias a Reporte Índigo. Desconocemos al autor de la grabación y el medio no ha dado a conocer la fuente. Pero es evidente que a los ingenuos diputados panistas alguien les puso un cuatro, los agarró en plena movida y con esto les aplicó una de las peores palizas políticas en la historia reciente de este país.
La discusión ha dado para mucho, desde las penosas reacciones de los propios diputados argumentando que la fiesta era privada y que se pagó con su dinero, hasta la de su presidente de partido, Gustavo Madero, quien tras manifestar su descontento por el comportamiento de los representantes ciudadanos, ya tomó cartas en el asunto y destituyó a los diputados Luis Alberto Villarreal y Jorge Villalobos, coordinador y vicecoordinador de la cámara, respectivamente.
La comentocracia nacional se ha enfocado en definir si hubo delito configurable en la fiesta, si debe juzgarse a los diputados por sus excesos, si esto afecta o no su trabajo legislativo, etc. Pero sin duda, una reacción ha sido constante y unánime: el repudio de la sociedad en general a los ingeniosamente llamados “dipu-tables”.
Y uso el término repudio porque basta un clavadito por redes sociales y medios masivos para comprender la terrible indignación que causó el contenido del video revelado. Desde mentadas de madre e insultos floridos, hasta argumentaciones rabiosamente lúcidas, la “gente común” ha volcado sus energías y desahogado sus frustraciones con los diputados y funcionarios participantes. Les han adjudicado todo tipo de adjetivos con la obvia irracionalidad que distingue a las masas: el linchamiento.
Pero no es mi afán defender a estos personajes, sino tratar de dilucidar algún otro fondo más allá del jurídico, el político o el moral. Me parece que lo más relevante de la “fiesta azul” es el fondo ético que descubre.
Dice Emmanuel Lévinas que, en Ética, lo que define al sujeto es la responsabilidad. Responsabilidad para sí mismo pero sobre todo responsabilidad con el otro. Con los otros. Es decir, detrás del linchamiento social cabe la explicación como consecuencia de un olvido fundamental en este sentido: la responsabilidad es una relación (se es responsable en función de los demás).
Los diputados protagonistas del escándalo han generado tal repudio ciudadano al olvidar que en una democracia, así sea en ciernes como la nuestra, políticos somos todos. Lo somos porque participamos de la elección de nuestros representantes y en congruencia, esperamos que su desempeño y comportamiento en este rol sea el adecuado. Esperamos que se conduzcan con profesionalismo y honradez, pero si no fuera mucho pedir, también con nobleza, mesura y prudencia.
José Luis Villarreal, Jorge Villalobos y compañía son ahora rechazados y señalados no porque hayan cometido algún delito -lo que aún está pendiente de comprobar, sino porque han sido irresponsables. Irresponsables entre ellos, irresponsables con su partido, con el resto de sus compañeros diputados y con todos los ciudadanos a quienes representan en la cámara baja. Al asumir, y argumentar, que no hay nada condenable porque la fiesta era privada, los diputados asumen con cinismo que solo son diputados en horario laboral y dentro del recinto legislativo. Al quejarse de ser evidenciados y asumirse víctimas, nos dicen que lo que les preocupa es la peste y no el muerto.
Por otro lado, dentro de las instituciones clave de una democracia funcional se incluyen los partidos políticos. Al proporcionar materia prima para un video de esta naturaleza, nuestros diputados asestan un golpe mayor a la de por sí maltratada fama pública de los partidos políticos que gobiernan este país. Tras los escándalos de corrupción recientes, lo que menos necesitaba el PAN era otro golpe de este tamaño. Hace bien Madero en apurar la destitución de sus liderazgos, pero dudo que alcance para minimizar el impacto del escándalo. Apagará el dolor, pero la herida dejará su cicatriz.
Sirva la lección de la fiesta azul para la clase política de todo el país cuando se queja de su baja credibilidad, de su pésima reputación pública y de su mínima legitimidad al gobernar. Sírvale para entender que hay muchas actitudes que podrán ser legales y evitarles la cárcel, pero que rebasan con creces el terreno de lo éticamente correcto. El espectáculo que recién presenciamos cabe en este espectro y tiene profundos impactos negativos en las relaciones políticas que se pretenden construir entre gobernantes y gobernados. Por eso cuando una revelación como ésta se hace presente, no solo sufren los diputados Villarreal y Villalobos, no solo sufren Gustavo Madero y el PAN, sino que sufren los diputados y el congreso completo, el sistema de partidos y la clase política en general.
Sirva la lección para los ciudadanos que vimos, una vez más, que nos gobiernan irresponsables.
EL BURÓ
'La filosofía política del siglo XX', Akal (2011). Michael H. Lessnoff parte de la base de Weber para hacernos un lúcido recorrido por los filósofos políticos más influyentes del siglo pasado. Desde Marcuse y Arendt hasta Popper y Habermas, el libro se gana un lugar en la cabecera.