Una buena vida

03/08/2014 - 12:01 am

Esta semana me tocó hablar mucho acerca de la vida y la muerte: me pidieron que presentara una novela juvenil llamada “Alguien allá arriba te odia”, de Hollis Seamon, en la librería Rosario Castellanos, y he tenido un par de entrevistas al respecto. Se trata de la historia de Richie, un chico de 17 años que en 10 días va a morir de cáncer y que pasa sus últimos días en el pabellón de enfermos terminales. Ya sé, suena edificante, ¿no? Pero lo es, mucho. Porque Richie, lejos de reflexionar acerca de la luz al final del túnel, el infierno o dios, y más lejos todavía de pensar en si su vida valió la pena o no, en si trascendió o dejó una huella o todas esas cosas que los adultos creemos que estarán en nuestras mentes en los últimos días, encuentra el modo de seguir siendo un adolescente idiota, como debe de ser. Se la pasa viéndole el trasero a las enfermeras, coqueteando con la otra chica moribunda del pabellón, y hasta encuentra el tiempo para tener su primer blowjob, fumarse un churro, tomarse un par de cervezas, perder la virginidad, y echarse uno que otro jueguecito de póker entre tanto. O sea, se la pasa de poca madre. O bien, se “porta mal”.

Para esta presentación se lanzó a Twitter la pregunta “¿qué harías si te quedaran 10 días de vida?” y por supuesto, la mayoría de las respuestas tenían que ver con portarse mal. Esto no nos sorprende pero yo, justo hoy, me preguntaba por qué. Creo que tiene que ver con el tema de las consecuencias, y con la liga que hay entre la idea de portarse mal y cometer errores. Crecemos con la idea, instaurada por El Sistema, de que hay una manera correcta de hacer las cosas y una incorrecta (o varias). Hay un carril por el que se vale caminar, con reglas, estructura, y satisfacciones prefabricadas. Tiene que ver con la moral, con las reglas, con la presión social, las expectativas, y hasta el judeocristianismo. Si ya voy a morirme, me gastaría todo mi dinero en ese viaje, dejaría a mi esposo, saldría a bailar desnuda por las calles, tendría sexo con más amantes, comería pasteles, etcétera. O sea, cometería todos los errores… pero ¿y si nuestra definición de lo que es un error es incorrecta? ¿Y si nuestra idea de lo que es “una buena vida” también?

Amar a la persona incorrecta: error, ¿no? ¿Por qué? Por que acabó mal. O más bien, porque acabó. Como si nada más lo eterno pudiera ser válido o correcto. Richie, por ejemplo, no se pregunta en ningún momento si Sylvie, la chica de la que se ha enamorado, y que morirá pronto también, es la correcta o no. Elige amarla porque puede, porque quiere, porque están los dos ahí y es mejor haber amado que no. ¿Valía la pena cuidarse más el corazón? Los adolescentes actúan como inmortales y eso es lo que les admiramos. Y eso es lo que olvidamos.

Me parece que una buena vida, una vida suficiente, buena en cuanto a bondad, en cuanto a bienestar y expectativas cumplidas, no suena tan mal. Nada mal, de hecho. Una vida de armonía, de árboles podados, sueldos suficientes, rutinas funcionales. Una vida de satisfacción, de comidas equilibradas, sábanas limpias y noches completas de sueño. La vida correcta. Deséame, si me quieres, caminos rectos, obstáculos fáciles de saltar, amigos viejos. Una vida de tranquilidad, abundancia, cariño, estabilidad y bonanza. Una vida buena. Y deséame, si me entiendes, una vida plena… plena de montañas, aventuras peligrosas, pasiones indomables, lluvias agridulces, amigos nuevos, idiomas complejos, canciones entrañables, rutas perdidas y un sin fin de errores de los que no tenga que disculparme jamás.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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