El desasosiego, amor mío, es el de saberse tenida sin poder tener, el de la absoluta subjetividad y la imposibilidad igual de absoluta de creer la narración tuya, aunque creas exponer tu corazón, pues no puedo dialogar con él ni en el mismo tiempo ni en el mismo idioma ni el mismo ritmo siendo tú quién eres y sin que seas yo idénticamente porque no te adoraría como adoro al Otro que eres y con el que puedo intercambiar reflejos sin saber nunca nada, sospechando y más bien saltando de fe precipicios gigantescos y creyendo en tu palabra que podría significar todo y nada, lo mismo y todo distinto, inevitablemente.
El desasosiego, querido lejano, es sostener la mano que se promete eterna y que cada segundo amenaza con irse sin gesto alguno, sin advertencia posible ya que la mano querida no lo planea, ignora que se está yendo hasta que se ha ido sin darse cuenta, aterida, y los huecos se gritan que había algo ahí y que ahora falta.
La maldición del desasosiego llega en el instante en que dormito y casi deslizándome a la noche de sueño pienso en que te tengo y que así al recordarlo ahuyentaré a los monstruos, al desasosiego que es eso y desarmamiento, desaparición por siempre de la posibilidad del descanso del bebé incapaz de imaginar que el mundo se le destruye y el calor lo abandona. Llega cuando pienso “le tengo” y en la burbuja de esas palabras, dentro de la certidumbre, flota el círculo más pequeño pero tan infinito como cualquier otro, que dice que en la posibilidad de tenerlo está el perderlo, que en la maravilla del estar está el no y del haber están el había, el hubo y el se fue y no volverá.
La incalma repta desde el sótano en que se le encierra para poder vivir, y se me cuelga de los hombros cuando la dulce despedida todavía es de seda y el último eco de tu voz ha dejado de agitar el aire a mí alrededor. ¿Y ahora, sin ti, qué hará?, sisea. ¿Y ahora, libre como siempre, qué sueña? ¿Qué come, qué bebe, qué ama?
La descalma vive agazapada detrás de la hora y me asalta cuando menos tengo para dar, cuando estoy desnuda frente al espejo y los días se hacen presentes, se hacen pasados, y el cañón helado en la frente me obliga a mirarme y admitirme los desperfectos, las sombras y los horrores que ya no logran esconderse tras el vaho. ¿Y ahora, que te ve, qué hará?, se burla. ¿Y ahora, que habita el mundo, qué desea? ¿Qué acaricia, que besa, qué ama?
Desasosiego que me desase y desgrana, que me acomete y ni se queda a hacerme compañía.
Cuánta desgracia desde mi medianoche, cuánto silencio en este silencio, cuánto miedo en el insomnio solitario y qué sosiego y abrazo tan egoísta y extasiante es despertar para hallar tus letras de angustia que me reclaman, desde allá en la incomprensión, que hay palabras que entendemos los dos y que has despertado cubierto en sudor, con el pecho helado y los dedos en puños porque habías soñado, mientras te añoraba furiosamente, que te había olvidado…