La verdadera Mamá Rosa

17/07/2014 - 12:00 am

Ayer los noticieros anunciaban con grandes titulares el rescate de niños y niñas “secuestrados” en el albergue de Michoacán operado por Rosa del Carmen Verduzco, conocida como Mamá Rosa. De inmediato en redes sociales se comenzó a decir que trabajaba con La Tuta, que explotaba a los niños y niñas y que les alimentaba con basura. Pero hay una historia detrás de las notas periodísticas que simplemente reproducen lo dicho por una autoridad que ha demostrado ser consistentemente incapaz en cuanto a la protección de niñas, niños y jóvenes.

Rosa del Carmen Verduzco tenía doce años en 1947 cuando descubrió la existencia de cientos de niños a quienes la gente llamaba “los callejeros”. Comenzó a pedir a las personas adultas que ayudaran a esos niños y, en cuanto tuvo edad para ser escuchada, logró que varias familias les dieran comida a estos niños que vivían en el abandono y la miseria. Más tarde el gobierno de Zamora, Michoacán, y la iniciativa privada comenzaron a  ayudarla para resolver un problema que nadie más atendía. A fines de los años sesenta ya se conocía su propia casa como La casa hogar de Zamora, donde acogía a niños y niñas para darles alimentos, educación y clases de música. Entonces Rosa fue al cine a ver una película llamada De la familia y uno más, salió inspirada y decidió dar de alta su albergue como asociación civil sin fines de lucro  y llamarla La gran familia; porque para ella su trabajo consistía en dares una familia a quienes carecían de ella. (Para aquellos que vinculan el nombre con el cártel michoacano, nada más errado).

Durante seis décadas Rosa dedicó su vida a trabajar con estos niños y niñas. Seis mil han salido de ese hogar con estudios y habilidades para trabajar. Los niños la bautizaron como Mamá Rosa desde hace décadas, aunque algunos la llamaban la directora, porque su amor por la música clásica y por el arte la llevaron a convertir su albergue en una escuela de música en la cuál se crearon orquestas de música clásica, grupos de mariachis, quintetos de metales, marimbas y sinfónicas. Estos grupos dieron la vuelta al país, tocaron en Cuba y en festivales musicales varios; Mamá Rosa tiene cientos de fotografías de esos eventos que en su momento fueron documentados por la prensa.

Tal fue su prestigio que ex presidentes, senadoras, activistas, periodistas, escritores e intelectuales, poetas y músicos renombrados visitaron la casa hogar durante años para descubrir ese centro musical que funcionaba con puras donaciones, casi todas en especie. Con muy poco conocimiento administrativo pero harta convicción, Rosa del Carmen consiguió que la SEP reconociera los estudios de su casa hogar, luego de supervisar el modelo, también el INBA y CONACULTA celebraron y apoyaron esa curiosa escuela de música que daba sentido de vida a niños y niñas abandonados por sus padres, que había huido de la violencia doméstica, del abuso sexual, de la explotación laboral en barrios y ranchos aledaños.

Ciertamente Rosa es más parecida a una especie de Madre Teresa caritativa que a una activista moderna. Ahora tiene 79 años, está agotada y vive como siempre vivió: en la austeridad total, pues todo lo da a la casa hogar. Ella no es la única responsable, en las últimas dos décadas el DIF estatal, la alcaldía de Zamora y la Procuraduría de Justicia, recurrieron a Mamá Rosa para entregarle a niños, niñas y jóvenes huérfanos por el narcotráfico, o rescatados de familias que les violaban, les golpeaban, explotaban o simplemente les abandonaron en las calles. Con la crisis económica y social de los últimos años, la sociedad michoacana dejó de apoyar económicamente a La gran familia, lo mismo que el propio gobierno local, que ahora destina (supuestamente) todos sus recursos a la seguridad policíaca.

Rosa del Carmen llevaba años agotada, y como otros esfuerzos de la sociedad civil por salvar a la infancia atrapada entre una cultura narca y la creciente impunidad ante la violencia intrafamiliar, quedó aislada y sin recursos. Ya a nadie le interesaban las orquestas, porque todo lo que sale de Michoacán, dixit la prensa, son drogas, violencia y corrupción.

Ahora mismo el procurador general Murillo Karam y el nuevo gobernador michoacano han anunciado una terrible crisis al interior del albergue. Aseguran que la policía está documentando las condiciones en que vivían cientos de niñas y niños. No estoy allá para corroborar los dichos y o negarlos.

Revelan que estaban en situación carcelaria, pero lo que si sé es que Mamá Rosa es una anciana enferma de casi 80 años y poca fuerza física, que le ayudaban a trabajar en la casa una cocinera, maestras de música y un par de voluntarias. Que la puerta principal no tiene candados para impedir la salida de nadie. También sé que no hay sectas detrás de este esfuerzo, ni dinero tampoco.

Lo que sí sé es que Mamá Rosa ha dejado la vida haciendo un trabajo que le correspondía en gran medida la Estado y a la sociedad zamorana. Sé que al menos dos mil adultos dedicados hoy en día a la música que saben leer y escribir, fueron rescatados por ella del abandono callejero y de familias crueles; de un gobierno que ha ignorado a la juventud vulnerable. Si la autoridad seguía enviando a estos niños y niñas abusados con ella debió, por un lado, asegurarse del estado de las instalaciones y los recursos para alimentación y salud, por otro lado darle seguimiento judicial a los casos reportados por el DIF y la PGJM contra padres y madres maltratadores. A falta de recursos Mamá Rosa conseguía comida limpia de sobra de restaurantes y donaciones de supermercados para alimentarles, y no como se dice, comida podrida y descompuesta. Efectivamente debería de darles alimentos de primera, pero no tenían acceso a ellos. La  seguridad de la infancia nunca estuvo contemplada en el famoso Plan Michoacán como lo pidió Mamá Rosa durante un sexenio entero.

De ser cierto que esos niños y niñas se encuentran en condiciones de maltrato, abandono y rodeados de plagas animales, estamos frente a una situación profundamente dramática, mientras Rosa del Carmen está hospitalizada y rodeada de policías federales. No solamente porque una vez más estamos ante el consistente abandono de la infancia por parte del Estado: abdica a su responsabilidad de proteger y prevenir el abuso y abandono de niña, niños y adolescentes de acuerdo a los tratados internacionales y las leyes nacionales. También Debemos admitir, una vez más, que el debilitamiento y desmoronamiento de las asociaciones civiles mexicanas es un daño colateral de la aun negada guerra contra las drogas. En lugar de linchar a Mamá Rosa como una anciana cruel, habrá que investigar cuidadosamente los casos y juzgar con cautela en el marco de la ley.

Muchos de los padres y madres que reclamaban a sus hijos son maltratadores, les explotaban les violaban y les tenían trabajando en campos de mariguana. Habrá también que tener cuidado con que las autoridades se laven las manos nuevamente, como en otros casos similares, y devuelvan a esos niños y niñas al infierno del que salieron originalmente. Hay mucha investigación de Trabajo Social por delante.

Habrá que exigirle al gobernador Salvador Jara Guerreo que anteponga el interés superior de la infancia, que se reúnan a expertas y expertos en terapia infantil para atenderles la Universidad de la que fue rector bien podría apoyar (sabemos que la Segob no sabe hacerlo ni tiene los recursos humanos adecuados). Que se investigue caso por caso para saber quiénes son los padres, madres o tutores de esos niños y niñas albergados. Quiénes son los servidores públicos que dejaron de cumplir su responsabilidad de supervisar la operación del albergue. Esto resulta indispensable porque la experiencia nos dice que el DIF la PGR y las procuradurías locales siempre se lavan las manos, revictimizan a niños y niñas rescatados y, urgidos de un linchamiento directo, terminarán por quedar satisfechos con exhibir a Rosa del Carmen como una mujer que no es en realidad.

Luego de la noticia y su escándalo, habrá qué entender la lección: México necesita proteger y atender integralmente a niñas, niños y jóvenes. No podemos seguir negando la tragedia humanitaria de un país en que la autoridad se ha volcado a la persecución policíaca y deja siempre pendiente la prevención y la protección de la infancia con todos sus derechos. Urge la creación de espacios con recursos públicos en que la educación y el arte rescaten a las nuevas generaciones, como durante décadas lo logró efectivamente Rosa del Carmen Verduzco.

Lydia Cacho
Es una periodista mexicana y activista defensora de los Derechos Humanos. También es autora del libro Los demonios del Edén, en el que denunció una trama de pornografía y prostitución infantil que implicaba a empresarios cercanos al entonces Gobernador de Puebla, Mario Marín.
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