Los partidos políticos deberían expresar la pluralidad de ideas y posturas que existen al interior de la sociedad en torno a temas públicos, de tal forma que puedan plasmarse en legislación o políticas.
Sin embargo esto no corresponde con la percepción de la ciudadanía, que en todo país ve a los paridos como lacras que consumen recursos y bloquean los cambios que, según percepciones, urgen. Esto es algo común desde que existe la civilización: los políticos serán siempre algo indeseable. Frente a esto, una democracia sólo puede proveer mecanismos para cambiarlos y hacerlos rendir cuentas.
La semana pasada el Instituto Nacional Electoral aprobó la creación de tres nuevos partidos políticos: Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Partido Humanista y Partido Encuentro Social. Esta noticia se vio con cinismo entre la ciudadanía, aunque tal vez tiene algunos puntos positivos: por primera vez sabremos de qué vivirá López Obrador en años, su aparición no generará costos adicionales, dado que el artículo 41 constitucional establece el financiamiento de todos los partidos bajo una sola erogación y el nuevo umbral de representación (3 %) depurará mejor el sistema de partidos que la regla anterior.
Pueden gustarnos o no las nuevas opciones que aparecerán en las boletas 2015, pero si queremos vernos como demócratas debemos dejar que la ciudadanía las acepte o rechace. Sin embargo, si hay alguna razón para indignarnos de la creación de los nuevos partidos no es en la apertura de opciones, sino en las reglas bajo las que operan. ¿De qué hablamos?
Mecanismos deficientes de rendición de cuentas
Una democracia implica empoderar al ciudadano para premiar y castigar a los gobernantes con base en desempeño. Esto implica no solamente la capacidad para retirar a un mal político, sino distinguirlo en una boleta. Lamentablemente no será sino hasta 2018 legisladores con la posibilidad de ser evaluados al competir por el mismo mandato.
Otro problema es poder distinguir con claridad las opciones partidistas. Por ejemplo, y como se comentó en este espacio el pasado 29 de enero, votamos por los legisladores de mayoría relativa y de representación proporcional en una sola boleta. De esta forma el apoyo que damos a un candidato popular termina ayudando a personas en las listas de partido por las cuales no votaríamos. Lo anterior propicia que los partidos pequeños busquen sobrevivir a través de alianzas con los grandes.
En ligero desagravio al argumento anterior, los nuevos partidos están imposibilitados por ley a entrar en alianza en sus primeras elecciones. Y como se acaba de comentar, con un umbral electoral superior. Sin embargo tenemos un problema que no depende el número de partidos, sino de las normas por las que compiten.
Rentismo partidista
Uno de los grandes problemas en una democracia es el financiamiento a los institutos políticos. Por una parte un sistema primordialmente privado fomenta partidos competitivos, pero abre el riesgo de que sean financiados por grupos de interés que los capturen. En contraste, el financiamiento público reduce ese riesgo, aunque fomenta que se creen partidos cuyo fin último es vivir de recursos del Estado.
Al respecto, los equilibrios siempre serán inestables y las reglas son susceptibles de revisión con cada escándalo que al respecto se presenta. Incluso se puede decir que este problema es irresoluble en sus términos. Para mejorar las reglas es de utilidad que los partidos sean competitivos, de tal forma que se pueda ventilar la corrupción cuando se presenta. En contraste, la sobrerregulación sólo facilita que un partido pueda darle la vuelta a la normatividad.
En México el sistema de financiamiento de partidos, de carácter primordialmente público, fomenta el rentismo. Si a lo anterior agregamos la falta de rendición de cuentas descrita anteriormente, podemos apreciar mejor la magnitud del reto a enfrentar.
Es difícil crear un partido
¿Deberíamos tener más o menos partidos? La respuesta más sensata sería dejar que el ciudadano decida. Para ello conviene tener reglas flexibles para su creación, dejando que sobrevivan las opciones más competitivas. Esto haría que los institutos políticos ya existentes tengan que mejorar sus estrategias cuando surja una opción que les llegue a poner en aprietos.
Cierto, existe el riesgo de que un conjunto bajo de requisitos faciliten a los gobiernos para crear partidos “fantasma” que quiten votos a los opositores. Sin embargo es hora de hacer a esos institutos políticos responsables de su ineficacia electoral en lugar de restringir la aparición de nuevas opciones.
Para el nivel federal, las reglas para crear nuevas opciones políticas son difíciles, lo cual premia a los partidos ya existentes. Una competencia restringida sólo favorece a quienes tienen la franquicia.
Podríamos apoyar o no a las nuevas opciones partidistas. Sin embargo, en una democracia debemos respetar su aparición si tienen respaldo popular, el cual se verá en 2015. Es preciso enfocarnos en las reblas bajo las que operan.