Cómo vimos ganar a Alemania desde la frontera norte

15/07/2014 - 12:00 am

Ciertamente que la derrota de Argentina no es el gran tema para hoy, menos para los que poco sabemos de fútbol, pero siempre que suceden acontecimientos que llaman la atención del mundo, hay oportunidades de recordar cómo se construyó la tierra donde vives y reflexionar sobre la sociedad de la que formas parte.

Me imagino que la derrota del país austral no se vivió aquí de la misma manera que en el Distrito Federal. Allá, la sociedad capitalina (tan politizada) puede encontrar reflexiones y sentimientos de solidaridad con el hermano latinoamericano, para ellos la derrota tal vez refleja la derrota de América, y por lo tanto la de México.

Pero hoy, me atrevo a abusar del espacio de Sin Embargo para contar ¡cómo nos reunimos los fronterizos del norte a ver caer uno a cero a los sudamericanos!

En alguna ocasión comenté que mi familia, aunque se desprende de una sola pareja, Emmy y Arnulfo, es enorme: 11 hijos y 46 nietos, todos casados, y migrados a Ciudad Juárez. Las dos primeras generaciones superan los 112 miembros, contando las repeticiones por divorcio (alguno de nosotros asegura que en estas primeras dos líneas somos 125). Con unos 70 consanguíneos de tercera y cuarta generación andamos como en 250 y cualquier motivo reúne fácil a 50 familiares bajo el mismo techo.

En confianza, cuento a ustedes que estos eventos son sólo pretexto para caer cual mangas de langostas al pariente que ande quedando bien con una nueva mujer, quien no será capaz de cerrarle la puerta a la prole De la Rosa Hickerson.

El domingo la víctima fue Juan Carlos, quien va por su segundo ensayo conyugal y además estaba de plácemes pues es secretario del Comité Ejecutivo Nacional de Morena, encargado de las tareas en el exterior. Por ello, aparte de los sucesores de don Arnulfo, tuvo que soportar la invasión de los más conspicuos militantes locales de partido.

Los De la Rosa Hickerson, cuando se juntan, extraen recuerdos genéticos de su pasado como una tribu de noruegos que invadieron Inglaterra, donde residieron por siglos hasta que fueron expulsados a Norteamérica en 1710. Su comportamiento de verdaderos vikingos, con ojos azules, robustos y pelos rubios (muchos de ellos al menos), provocó el exilio al patio de los “morenos”, que se conformaron con oír la crónica del juego como si fuera radio. Sin embargo no sufrieron, pues mientras su deporte favorito es grillar, el nuestro es gritar.

Lo que me pareció interesante fue que, cuando se armó una quiniela con los asistentes, la mayoría, reconociéndose como europea, estaba a favor de Alemania.

Las mujeres que se unieron a la apuesta relataron sus relaciones familiares con soldados germánicos que vienen a entrenamientos militares a Fort Bliss, en El Paso, Texas. Ellos se engañaban, pensando que cruzando el río conseguirían una bonita mexicana para tener hijos y cuidar la casa, mientras que las novias mexicanas se engañaban pensando que conquistarían a un europeo liberal, que las llevaría a Berlín a disfrutar de las ventajas de la modernidad.

Cuando ambos descubren que ni la mujer es sumisa, ni el teutón liberal, llega el divorcio y las mujeres regresan a Juárez, con uno o dos mocosos de ojos azules, piel morena y apellido impronunciable. Así, los alemanes resultaron no ser tan ajenos a los círculos familiares de los asistentes a la fiesta, donde se empezó con cerveza importada y se terminó con caguamas de la esquina.

Platicando aquí, preguntando allá, estaba una médica psiquiatra que nos informó que en Ciudad Juárez, de un millón trescientos mil habitantes solo hay once especialistas de su profesión, lo que es alarmante, sobre todo en una ciudad que sufre un agudo trauma colectivo posbélico.

Volviendo a la celebración, poco después un grupo de mujeres declararon la muerte del machismo mexicano y amenazaron a sus maridos con dejar de trabajar si ellos no se acomedían a cuidar a los hijos por partes iguales. Y, oh sorpresa, mientras los viejos de mi generación exigían a sus hijos que aceptaran la oferta para que ellas ya se pusieran a cuidar niños y se encargaran de los quehaceres domésticos, los ex machos (menores de 45 años), tras prometer acuerdos justos y equitativos en las responsabilidades hogareñas, contestaron a sus mayores con mucha cordura: “Es que sin el ingreso de ella no libro los gastos de la casa yo solo”.

Al final invitaron a pasar a los de Morena a la sala de juegos donde estaba la televisión, pero estos no quisieron pues como ya son partido y se preparan para las próximas elecciones, los consensos sobre los candidatos encendieron los ánimos del patio casi tanto como lo del interior.

Repentinamente alguien gritó gol, y todo mundo corrió a preguntar de quién y, al ver la repetición, los pseudo europeos empezaron a cantar “no llores por mí Argentina”, haciéndoles bullying a los pro Argentina que reclamaban solidaridad para la patria grande. Entonces la discusión se armó en serio,

“¿Cuál patria grande?, ¿cuál país, si ya lo vendieron?”, “Si la mujer esa salió tan ladrona como los del PRI”, “si en Argentina ya hay sucursales de la gente del Chapo”, “si son los chilangos de los neoyorquinos”. Los perdedores trataban de defenderse aunque, desde luego, nadie se atrevió a insinuar siquiera que los alemanes evocan a Hitler, pues varios tíos murieron en la Segunda Gran Guerra. Era la tercera vuelta de caguamas y todavía no salía la carne.

Finalmente llegó la primera tanda de chuletas y todo mundo se concentró en su trozo de carne. Después de hacer lo propio, a la primera oportunidad me retiré del lugar esperando que aquel fuego apagándose no reviviera con alguna ráfaga de viento.

Lo cierto es que tenemos más pasiones personales que deportivas y el juego estuvo aburrido para los aficionados al béisbol y al enfrentamiento de fútbol de verdad, el Súper Bowl.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas