De repente llega el día en que la ansiada soledad ya no es tan llenadora y los espacios antes constreñidos de tan habitados por fantasmas ya se sienten grandes, fríos y silenciosos. Llega el día en que ya no llena la propia melodía y una quiere seguir cantando y por vergüenza, se guarda la voz pequeñita a la espera, el día en que la risa del otro es mejor compañera que la reflexión y el tiempo perdido en mirarse nada más no es perdido, ni la distancia es distancia.
De repente me pasa que entiendo lo de las mariposas en el estómago: tantas tantas que su aleteo me aligera y los pies me pesan poco y a gusto. Pasa que al salir me descubro flor para los insectos revoloteadores que me perciben toda gratitud, felicidad y miel, y hablamos en sonrisas sin llegar a nada: los aguijones no se muestran y el polen no se desperdicia.
Lleno las charolas de más y más dulces porque me hallo dadora, cocinera y desbordante y el pan si no se comparte se endurece. Tiro las historias inútiles y guardo las que se amarran a mis manos, estreno peinados y piernas y me despido cada noche para encontrar unos ojos que me ven y observan y contemplan y se me eriza el orgullo de tan mirada y devuelvo mi peso en chispas de electricidad para prender los faroles de la noche de él, al otro lado del mundo pero muy cerca del mío, orbitando por allá a lo lejos, atados con los mismos cordones como una pareja de marionetas danzarinas regodeándose en la ingenuidad de ser manipulados por algún otro, por algún Destino al que no le incumbe y no le interesa y lanzó los cordones a ver cuándo y dónde se enredaban para a veces asfixiarse y a veces bailar.
Escribo en tiempo presente y se me va el instante, se me va la sonrisa agotada y se me va el día del otro, que está en el futuro al que no llego aunque corra, aunque le ordene al sol que se detenga a ver si vemos las mismas tormentas, yo desde aquí y él desde su aquí, a ver si los tonos de gris son iguales, a ver si el miedo tiene el mismo resabio aquí y allá, si el corazón habla el mismo idioma y si el desencuentro de cada adiós se nos pasa más rápido cada vez, hasta que los relojes concuerden y los caminos se abracen y deje de extrañarle porque ya esté aquí, no en condicional, ni en pasado, sino en presente...