La diferencia entre el poder de Slim y de Televisa es de naturaleza política. El capital de Slim no es nada frente a la penetración ideológica, el control informativo y el embrutecimiento de la población mexicana en manos de Televisa.
Para una gran parte del poder político es más fácil y de mayor beneficio enfrentar a Slim y congraciarse con Televisa. En su lógica, congraciarse con Televisa es hacerle favores que se cobran, es conformar alianzas, recuperar el pasado, proyectar la permanencia en el poder. Con Televisa la crítica se ridiculiza, la evidencia científica se invisibiliza, los incomodos desaparecen de la pantalla, la cultura y la política se “Televisa”. Sin información, la democracia muere de anemia; sin espacios para la expresión artística en los medios masivos, se impone el embrutecimiento.
El poder político sucumbe a la tentación de mirarse en el espejo del poder televisivo, las imágenes se reflejan y confunden bajo el principio: “la forma es fondo”. La política se convierte en espectáculo, en teatro en el mal sentido. Se busca aparentar, es más importante parecer que hacer, parecer que se combate el crimen, se enfrenta la pobreza, se protege la salud, que realmente hacerlo. En el fondo seducen las alianzas con los poderes fácticos, el deseo de enriquecerse y mantener el poder para no dejar de hacerlo. La corrupción se convierte en naturaleza del ejercicio del poder en México.
La ideología del dinosaurio es profundamente autoritaria y, al mismo tiempo, profundamente temerosa. Tiene miedo a la democracia, a la pluralidad, a confrontar los argumentos, incluso, hasta que la academia y la ciencia hablen. Ante la falta de argumentos y defensas se busca silenciar al otro o, al menos, que su voz no tenga volumen, que sea escuchado por pocos. No hay lugar para la sociedad civil ni la academia. Aparece así, se fortalecen las voces oportunas para los intereses políticos y económicos: asociaciones civiles a modo y “expertos” y sociedades profesionales al servicio de funcionarios y corporaciones.
El “Dinosaurio Reloaded” no sólo busca reforzar la alianza entre el poder político y las televisoras que a través de su señal penetran a las salas y habitaciones de la mayor parte de las familias mexicanas; busca también intervenir la comunicación horizontal de las redes sociales, de esas nuevas tecnologías que el dinosaurio ha conocido al despertar de su breve sueño. No murió, estaba soñando, invernando, seguía bien alimentado por quienes dijeron combatirlo.
Sin embargo, el dinosaurio no entiende el mundo, vive en otra época, no se da cuenta que su entorno ha cambiado, que su actuar sólo tensará aún más las cosas. O será que no le importa, que no le importa el aumento de la violencia, el aumento de la represión.
El “Dinosaurio Reloaded” se equivoca, no recuerda porque salió de la escena, es un dinosaurio sin memoria. No recuerda la debilidad de su estrategia, no recuerda la fuerza espontanea de un pequeño grupo de estudiantes indignados porque las televisoras señalaron que sus expresiones de protesta no eran de ellos, sino de otras personas que se hacían pasar por ellos. Ahí está en potencia esa fuerza de los nuevos tiempos, de la historia recorrida que lo llevó a salir de escena, que lo puso en peligro al acercarse nuevamente al poder.
El despertar del “Dinosaurio Reloaded” lleva al país a un escenario peligroso. Piensa que su fuerza está en el control de la información, en su renacimiento como “Big Brother”. Sin embargo, su actuar es muestra de su profunda debilidad frente a la dignidad, a la palabra, a la evidencia, al interés público.
Si el dinosaurio sobrevivió más de 70 años en el siglo pasado, su sobrevivencia en el siglo XXI será muy corta, a menos que entienda que para sobrevivir en estos tiempos tiene que dejar de ser eso, un dinosaurio.
Lo que sabemos es que México ya no es un país de y para los dinosaurios.