EL DEPARTAMENTO IDEAL

06/07/2014 - 12:00 am

El mundo es un condominio dividido en millones y millones de departamentos pequeñitos pero de características muy disímiles: los hay cuadrados, redondos, tipo loft, con o sin cocina, con o sin terraza, amueblados, fríos, sin ventanas, con techos altos, con piso de pasto, etcétera. Lo que hacemos en la vida es andar por ahí buscando cuál es nuestro departamento ideal, cuál se ajusta a nuestro tamaño y necesidades, cuál será más sencillo convertir en el espacio perfecto para comer, almacenar recuerdos, dormir, trabajar, soñar, hacer el amor y morir. Sí, todos estamos buscando nuestro pequeño lugar en este enorme fraccionamiento y yo creo firmemente que es cosa de paciencia hasta toparse con el espacio que con solo entrar te abraza y da la bienvenida. ¿Quién no ha rentado un departamento porque parece tener las características más deseables, solo para descubrir que es húmedo, que los vecinos son ruidosos o que las hormigas no se rinden en su conquista por la cocina? Me latía, se dice uno, algo en el fondo de mi cabeza me lo decía. O en el fondo de mis entrañas. Y a seguir buscando. ¿Dónde pertenezco? ¿En qué ambiente? ¿En qué huso horario? ¿Cuál es mi lugar?

En mi experiencia, uno de los recursos más valiosos para hallar el sitio en el que uno debe estar, son los avales. Quien ha habitado el mundo adulto sabe que no siempre es sencillo encontrar quien esté dispuesto a echarse el tiro por uno, pero cuando pasa, ah… Cuando pasa y alguien a quien admiramos y tenemos en alta estima saca su plumita y firma con su nombre diciendo “Sí, esta mujer con cara de niña y ojeras de vampiro cuya cabeza está llena de sueños insensatos que no han cambiado mucho desde la secundaria, es confiable: denle el departamento”, ah. Esa firma, ese guiño, ese voto de confianza en el momento crucial podría estar cambiando por completo el rumbo de nuestras vidas al decirnos que sí, que el lugar que soñamos ocupar en este mundo podría ser nuestro.

Mis primeros avales fueron mis padres, sus plumas infinita fuente de tinta que declaran temerariamente, una y otra vez, que pase lo que pase ellos me tenderán la mano o contratarán la grúa que me saque del fondo de la barranca. Como les dije en la primera dedicatoria que escribí: me afinaron el piano cuando quise tocar, me rodearon de colores cuando pensé en pintar, me abastecieron de tinta vitalicia cuando vi por primera vez el departamento de mis sueños, ese lugar pequeñito y cálido que parece crecer cuando uno está dentro, que siempre huele a que se está cocinando algo dulce, en el que los perros pueden correr y las historias pueden pasar… “Este es mi hogar”, me dije, y ellos dijeron “Vale, Las Historias es tu hogar. Cuéntalas todas, que las leeremos aunque tome toda la vida remodelar y sustituir los enseres que destruyen las inundaciones o que, a veces, destruyen los intrusos con hachas filosas”.  Escribe, dijeron, y a eso me puse.

Luego vino el amigo de la adolescencia temprana, el que había leído todo y sabía todo y cuya opinión había que temer, y al presentársele una serie de dramas inmaduros y emocionantes, dijo con ojos de cervatillo: “sí, firmaré”. Me pidió nuevas historias y estas salieron de las jaulas confortables en que yo las guardaba, volaron hasta su balcón y se apostaron entre sus dedos cortos y dulces. El mundo, al ver que el amigo sacaba la pluma y avalaba, asintió con solemnidad y me hizo una promesa: si seguía trabajando con la misma pasión, conseguiría firmas cada vez más prominentes y lograría, al fin, dar el adelanto para el departamento con el que había soñado desde que aprendí a soñar.

Vino después un maestro que, pudiendo escoger a tantos otros, vio en la tosca narración de mi primer amor un pedazo de alma al que valía la pena guiñarle el ojo. Dijo Sí, y el mundo se alegró, pues el mundo en el fondo quiere que cada quien ocupe su lugar, obsesivo como es. ¿Me alcanzaba ya para el anticipo? No. Había que seguir trabajando, pero trabajar para llegar a la montaña que ya se ve a lo lejos no es trabajo, es expedición, y al final eso es la vida. A veces pareció tan largo el trayecto, tan pesado el bagaje, tan nebulosa la niebla, que la impaciencia me ganó: en mi afán por conseguir más avales que me tendieran puentes y así llegar más pronto a amueblar la pieza que me esperaba, vacante, me pasó lo que a todos ha pasado alguna vez: pedí firmas a las personas incorrectas. Aválame, léeme, mírame, quiéreme; todas cosas que no se le pueden pedir a alguien que no estaba, de inicio, con la voluntad de hacerlo o haciéndolo ya.

Cuando pides un guiño y no te lo brindan, la herida puede tardar mucho en sanar. Cuando te dicen que sí y la firma resulta falsa, es resbalar por un acantilado y perder de vista la casa que antes se veía tan definida en el horizonte, donde ya uno se hacía frente a la chimenea y quemando bombones sin que importara si afuera nevaba. ¿Dónde quedó el cielo? ¿Dónde la tierra? La firma temblorosa en la mano del aval incorrecto nos hace preguntarnos esto y nos susurra que, en el fondo, no merecemos el lugar con que soñábamos. Nunca lo tendrás, no bastas, nunca te alcanzará por más que trabajes, por más raspones que te hagan las rocas en la subida de la montaña. ¿Por qué? Si parece tan fácil dar el guiño… por muchas razones: envidia, amargura, indiferencia y, sobre todo, desconocimiento. Elegir al aval incorrecto no es poco común y no es ni siquiera un error: es un trámite burocrático necesario. De hecho, si llegas al departamento sin rechazos o firmas falsas, no te lo venden. El mundo necesita saber que después de los tropiezos seguiste avanzando; si no, ese departamento no era el tuyo.

Yo le expuse mi sueño a las editoriales y a los lectores. Unos y los otros analizaron los planos y me midieron a lo alto y a lo ancho, pues aunque traía un currículum bien impreso, la verdad es que lo alto y lo ancho cambia dependiendo de las firmas que uno trae atesoradas en el portafolio. No debería de ser, claro: debería decir que el único aval de uno es uno mismo y entonces estaría contando la historia de una alpinista valiente que se lanzó en solitario a la cordillera y llegó a la cumbre alimentándose nada más de trozos de su propia carne. Y no: esta es la historia de una niña que empezó a soñar muy temprano, que le contó a muchas personas sus sueños, y que ha tenido la suerte de toparse con avales amorosos que le han dicho “Sí”. Yo supe, desde antes de que los arquitectos lo diseñaran, cómo se vería el edificio en el que quería vivir. Nunca he querido recorrer el trayecto sola y sigo fantaseando con que el vecino de al lado tendrá una decoración similar a la mía en su propio departamento, y querrá prestarme una taza de azúcar para que yo siga horneando galletas.

Hoy estoy ahí, en las faldas de la montaña, y todavía me quedan varios sorbos de agua en la cantimplora. Estoy ahí, tan cerca, que el calor de la chimenea ya me calienta los dedos helados. Estoy ahí, con la llave temblándome entre los dedos, con las firmas creciéndose en las escrituras, con los muebles mullidos esperando, con el vecino de al lado sonriéndome desde la ventana. Gracias a los guiños, que han ido siempre acompañados del concreto con que se construyen las escaleras, voy llegando, y me siento más firmemente plantada en el suelo que nunca antes, con todo y que el mundo a mi alrededor se tambalea. Gracias a ustedes, a los de la infancia, a los de la adultez, a los equivocados, a los que se fueron sin firmar, a los que firmarían para siempre, a los adorables vecinos, a los amigos reencontrados, a los cumplidores de sueños, a los hermanos de sangre, a los turistas en mis historias, a los que firman con tintas de colores, a todos los que me han dicho Sí, he llegado. Estoy aquí, con un pie en el departamento flamante, y es justo como lo soñaba. La dirección todos ustedes la conocen y solo me queda decirles: queridos míos, mi casa es su casa.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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