Al estar en juego el poder y la permanencia en éste, la política es un juego rudo donde sólo deberían sobrevivir los más aptos para la función. Las habilidades de supervivencia no sólo deberían incluir capacidades de liderazgo entre muchas cosas, sino también ingenio al responder a ataques. Es en los momentos de acoso cuando se puede percibir la capacidad de respuesta del atacado si llegase a enfrentar una crisis, por ejemplo.
¿Hay límites a esos ataques? Lo más aceptado es que no deben dirigirse a la vida privada de un político, a menos que haya una abierta incongruencia entre lo que pregona y lo que practica. Fuera de eso, se deja que la opinión pública juzgue y premie o castigue al agresor o al agredido según las estrategias que eligen.
En ese sentido los políticos van a recurrir a los atributos o defectos de otros para atacar. Por ejemplo los republicanos en Estados Unidos trataron de generar asociaciones entre Barack Obama y el Islam durante la “guerra contra el terror” de Bush para restar votos al demócrata. O incluso una y otra vez se acusa a los gobernantes de vicios o enfermedades “inhabilitantes” para mermar su popularidad.
En días pasados, Andrés Manuel López Obrador trajo a la opinión pública una acusación que surge puntualmente cada sexenio: el rumor de que Enrique Peña Nieto se encuentra enfermo. Y tal y como se intentó hacer en su momento con Vicente Fox (presunto cáncer) y Felipe Calderón (supuesto alcoholismo), esta debería ser una razón para renunciar. Si este tipo de ataques surgen periódicamente y a través del mismo grupo de políticos, intelectuales y opinólogos, ¿qué tan en serio se debería tomar? ¿Cómo sería conveniente atajarlos?
¿Qué se dijo?
El 5 de junio por la mañana Andrés Manuel López Obrador escribió en su cuenta te Twitter (@lopezobrador_) lo siguiente: “Existe el rumor de que EPN está enfermo. Ni lo creo, ni lo deseo. Pero es una buena salida para su renuncia por su evidente incapacidad”.
Hasta ese punto, es un mensaje con su típica “jiribilla”, lanzando una acusación de la cual desde el inicio se desvincula de su autoría. Lo interesante en este caso es que el propio tabasqueño es quien la lanza desde el inicio y no a través de intermediarios como fueron en su momento Federico Arriola y Gerardo Fernández Noroña en el caso del supuesto alcoholismo de Felipe Calderón.
Horas después el vocero del Gobierno de la República, Eduardo Sánchez (@ESanchezHdz), escribió un tuit donde contestaba a la periodista Fernanda Familiar al respecto: “Ni cansado ni enfermo. ¿@lopezobrador_ podrá correr 10 km en 53’01 como @EPN? No lo creo. Pero sí se lo deseo”. Poco más tarde tuiteó: “Afortunadamente @EPN goza de cabal salud. Gracias por preguntar @lopezobrador_”
Sin duda estas contestaciones están a años luz de la respuesta que en su momento Alejandra Sota dio a Carmen Aristegui frente a los cuestionamientos sobre el presunto alcoholismo de Felipe Calderón: debería preguntarle a Noroña. En estas circunstancias el ingenio debe contestarse con ingenio. Pero, ¿es suficiente si nos damos cuenta que el rumor y la marrullería son la estrategia dominante de un grupo político?
Atajar la estrategia
Por lo general López Obrador lanza ataques en flancos donde él mismo es débil. ¿Alguien conoce sobre la gravedad de su infarto, por ejemplo? También sobre su salud han circulado muchos rumores, por cierto. No hablemos aquí de minucias como el origen de los recursos por los cuales pagó un hospital privado. El hecho de que pocos días después se dejó fotografiar en un campo de beisbol deja ver que en algo le preocupan los contraataques.
Sobre todo ataque que no es debidamente atajado no sólo deja dudas sobre su veracidad. Abramos el debate sobre la transparencia en temas de salud de nuestros gobernantes.