Piketty y el narcotráfico en el siglo XXI

14/05/2014 - 12:00 am

¿Se acabará algún día la guerra? ¿Se puede por lo menos “pactar”? ¿Volver a las prácticas añejas de cuando el narco vivía y dejaba vivir?

Una de las razones que llevó a Enrique Peña Nieto a la Presidencia fue precisamente la esperanza de que esto fuera posible. Sin embargo, aunque se hayan reducido tiempos y espacios en los medios, la violencia continúa: con sus millares de muertos, heridos, huérfanos y desplazados. Y no parece aminorar.

Este fin de semana la prensa notificó que, en una sola noche, alrededor de 150 falsos autodefensas fueron capturados y se les decomisaron casi el doble de armas. 150 personas armadas es una columna móvil, es un pequeño ejército. Y si 150 pueden ser aprehendidos en una noche en tres o cuatro pueblos, quiere decir que hay muchísimos más. ¿De dónde sale tanta gente con tantas ganas de arriesgar su vida? ¿O, por lo menos, su libertad?

Simplificaré el análisis al máximo.

Las desigualdades económicas y políticas son dos de las razones. Es decir, la disparidad visible (tiene que ser visible) de ingreso económico entre unos y otros y la diferencia real, de facto, de los derechos civiles entre los habitantes de una comunidad son razones que tienden a empujar a una persona a vivir fuera del marco legal. Entre más presuntuosa sea la clase alta, entre más corrupta, discrecional y tendenciosa sea la aplicación de la justicia y la distribución de servicios públicos (por lo general, decidida por esta misma clase alta), peor.

Lo anterior, aderezado con un buen discurso ideológico, produce una desigualdad social que da el toque de gracia al que sólo le faltaría agregarle las armas y el dinero para que todo estalle. En México cumplimos con todos estos requisitos al final del siglo XX: una desigualdad económica tremenda, una desigualdad política que en algunos puntos del país se ha vuelto estandarte cultural (“el que no es transa no avanza”) y una desigualdad social pronunciada que es patente en las frases coloquiales de varias regiones: “ése es un naco”, “ése es un indio”, “ser un pendejo pobre es ser un pobre pendejo”, “los pobres son pobres porque quieren”. Las dos primeras frases apuntan a la desigualdad social que hemos perpetuado desde la colonia, mientras que las dos últimas son reflejo de la meritocracia que respalda a la democracia capitalista. ¿Por qué? Porque la democracia y el capitalismo, esas dos cuestiones que hoy día nos dicen que van de la mano y que son inevitables, prometen que, en este sistema, si trabajas duro, tendrás tu recompensa; si eres un genio, te volverás millonario rapidísimo, por lo tanto, si eres pobre, es porque eres idiota o porque eres un flojonazo.

Simplificando aún más, se podría decir que la desigualdad económica es el punto de partida y retorno de las desigualdades políticas y sociales. Es decir, si tienes el dinero suficiente, puedes conseguir el poder político necesario para garantizar que siempre se te dé un trato justo (o, incluso, privilegiado) y puedes acceder a los espacios y productos que te den el reconocimiento y prestigio social que crees merecer (clubes, atuendos, barrios, universidades, yates, aviones, etcétera). Y lo contrario si no tienes el dinero.

Así, ya sea en la versión “quiero salir de la pobreza” o en la versión “quiero ser rico y respetado”, la desigualdad económica fija el tope, la meta o el anhelo de las personas que juzgan que aún no tienen la vida que merecen. Es un asunto sicológico, sí, pero uno que encuentra sus referentes en la vida real al compararse con aquellos que tienen más dinero-justicia-libertad-tiempo-poder-diversión-patrimonio-seguridad que él o ella.

¿Cómo cubrir esta brecha, esta brecha que, obviamente, a mayor desigualdad será más grande? Eso dependerá, por supuesto, de cada persona. Pero por suerte los economistas pueden darnos ciertos promedios o tendencias generales. Y eso, entre otras cosas, es lo que hace Thomas Piketty en su nuevo libro “El capital en el siglo XXI”. El libro aún no está en español, pero ya está disponible en francés e inglés y, como dijo antier Enrique Campos en El Economista, Piketty ya “es una especie de rockstar [y] se le compara con Marx o Keynes”. Así que veamos qué dice de la desigualdad para los años venideros.

Va a estar peor.

Sí, y no sólo en México sino que, en general, en todo el mundo.

Los ricos se harán mucho más ricos.

Y la mejor forma de hacerte rico en los años que vienen será... que ya seas rico hoy día. Es decir, que heredes una fortuna que puedas utilizar. O que tengas la suerte de casarte, como quinceañera de telenovela mexicana, con alguien que ya sea rico. De lo contrario, lo sentimos: lo más seguro es que no logres tu sueño y, por más que te esfuerces trabajando, no salgas nunca de la clase social en la que naciste (salvo, claro, que salgas a una clase social más pobre).

¿Pero eso suena a que volvemos al siglo XIX o, peor, al siglo XVII?

Exactamente. Eso mismo.

¿Y entonces dónde queda el “sueño americano”, de trabajar para tener un futuro mejor? ¿Dónde queda el “nerd dream” de inventar algo y volverme millonario después de trabajar sólo 3 años de tu vida?

En el siglo XX. Corrijo: en la anomalía del siglo XX.

¿Pero eso no contradice al propio capitalismo?

No.

¿A la democracia?

No necesariamente.

¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?

Piketty aborda el tema en más de quinientas páginas y con la base de datos más extensa que hayamos tenido a la fecha y sí, dice que eso que vivimos entre 1940 y 1990 fue una anomalía (pues el crecimiento económico fue mayor a la tasa de rendimiento) y que el capitalismo, por sí mismo y sin intervención estatal, no es capaz de propulsar ningún “sueño americano” ni de reducir la desigualdad económica entre los diversos sectores de una sociedad. Peor aún, muestra que el capitalismo, más bien, promueve el ensanchamiento de la desigualdad volviendo a los ricos cada vez más ricos (pues por lo general, como sucede hoy día en México, la tasa de rendimiento del capital es mayor al crecimiento económico).

Entonces, ¿se acabará algún día la guerra contra el narcotráfico?

Si todo permanece igual, no, de ninguna manera. Si bien el narcotráfico y sus actividades adyacentes se han modificado del siglo XVIII a la fecha, la premisa sigue siendo la misma: un negocio brutalmente rentable a partir de una materia prima renovable y adictiva (tabaco, azúcar, coca, opio...). Una fuente constante de dinero en efectivo que pueda invertirse en otros negocios (flotas navieras y aéreas, ejércitos, paraísos financieros, barrios y fraccionamientos...). Un producto que permita inclinar a nuestro favor toda balanza comercial (y si no quieren, les declaramos la guerra: como en las guerras del opio). Y, por lo mismo, una de las pocas empresas que da, a sus trabajadores e inversionistas, los mejores rendimientos.

O dicho de otro modo, dado el estado del capitalismo hoy día, el narcotráfico es una de las poquitísimas actividades económicas que te pueden permitir ascender de clase social.

Así, mientras no haya más opciones, las desigualdades sean cada vez mayores y más ostentosas y, además, el discurso ideológico se mantenga constante, no veo cómo pueda detenerse esta guerra. Más bien, seguirá creciendo y ampliándose.

PS.- Ya pasó una semana, diputado Enrique Velázquez, ¿será que ya tiene alguna respuesta sobre las cuotas en las secundarias públicas y los abusos de las constructoras que están haciendo obra pública en Guadalajara? ¿O será que en el PRD seguimos trabajando duro para no tener nunca electores en Jalisco?

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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