Un cineasta para presidente

07/05/2014 - 12:00 am

Las “10 preguntas del ciudadano Alfonso Cuarón al Presidente Enrique Peña Nieto” han sido una bomba y las reacciones a favor y en contra no se hicieron esperar. Mejor aún, hubo una respuesta extensa desde Presidencia de la República (acá la respuesta en La Jornada pues el enlace de “Reforma Energética” de la página de Presidencia dice -el día que esto escribo, 2 de mayo- “Debido al cambio de administración se están realizando ajustes en el sitio. Por el momento, esta página no está disponible. Agradecemos su comprensión.”) Y también respuestas desde los legisladores, por ejemplo ésta. ¿Es necesario que Alfonso Cuarón sea nuestra voz para que alguien nos responda?

El asunto es preocupante. Y no me refiero aquí a las reformas mismas que nos tienen aterrados a muchos sino al hecho de que para la clase política parece claro quién es un interlocutor válido y quienes, simplemente, somos inválidos. Es decir, las preguntas de Cuarón ya estaban en el aire desde hacía tiempo. Ya estaban en los medios y en las redes sociales. ¿Y por qué no respondía Presidencia?, ¿por qué no respondían los legisladores?, ¿por qué, nuestra clase política, optó por ignorarnos soberanamente?

Por supuesto, hubo algunas respuestas. Pero las respuestas, por un lado, se daban como consignas del tipo “la patria no se vende” o como promocionales televisivos. Revise usted el internet y cheque el porcentaje de senadores y diputados que escriben y publican sus posturas y propuestas al respecto de los temas que nos conciernen a todos: es casi nulo. Es como si a todos ellos les diera pavor sentar públicamente cuál es su posición respecto a un tema, como si estuvieran pensando “¿qué tal si digo que estoy en contra y luego me llegan al precio, me voy a quemar bien gacho: calladito me veo más bonito?”, o “¿qué tal que digo que estoy a favor y luego por eso no me postulan pa' otro cargo?” O peor: yo no los veo ni los oigo, ni sé del tema ni me importa. Las típicas cuentas de redes sociales “para estar más cerca de la gente” donde nunca contestan a pregunta alguna de la gente.

Hace meses, cuando el violento desalojo de los maestros en el zócalo capitalino escribí un artículo intitulado “El silencio no nos representa” y me di a la tarea de preguntarle a todos los senadores y diputados federales, que tenían cuenta de tuiter, cuál era su postura al respecto. Usted puede ver ahí el resultado: básicamente nadie contestó.

¿Y si les hubiera preguntado Cuarón?

¿Entonces les habría parecido una buena oportunidad para ganar reflectores y habrían respondido?

¿Habrían considerado, señores diputados y senadores, a Cuarón como un interlocutor válido y no a mí ni a cualquier otro ciudadano que no haya ganado un premio en Hollywood?

Pareciera que sí.

Pero pareciera también que no se dan cuenta que esta actitud se las está pagando la ciudadanía con creces. Porque, por otro lado, en los raros casos donde sí hubo respuestas más extensas a la reforma energética y no sólo eslogans, como en las páginas de Internet de Cuauhtémoc Cárdenas y de Javier Corral, sus escritos no tuvieron el impacto de Cuarón. ¿Por qué? Pues, muy probablemente, señores políticos, porque por sus propias acciones o por las acciones de sus partidos, la ciudadanía ha dejado de considerarlos interlocutores válidos.

Alfonso Cuarón es un tipo inteligente (o aquellos que lo manipularon, dijeran los fans de la teoría de la conspiración), pues cuando vinieron las felicitaciones por el premio, tácitamente, desde Presidencia hasta las cámaras, lo reconocieron como un interlocutor válido y Cuarón aprovechó para regresarles el favor y preguntar lo que preguntábamos todos.

Lo triste, lo más triste, es constatar por un lado que no todos los mexicanos somos interlocutores válidos y, por otro, que aquellos que en teoría son nuestros interlocutores, aquellos a quienes les pagamos para que sean nuestros interlocutores, no lo son: ni se pronuncian claramente, ni escriben y publican su postura al respecto de los temas que nos atañen, en extenso y con claridad, ni mucho menos intentan ser el eco de la voz de sus electores. Y los que lo hacen, como Cárdenas y Corral, tienen menos repercusión que un cineasta.

Tal vez sería un buen momento para que nuestros partidos políticos, todos, se den cuenta de que su desidia en cumplir con sus obligaciones los ha vuelto ajenos a la sociedad y tomen cartas en el asunto. Por ejemplo, que el PAN se dé cuenta de que el sur existe y que el PRD se dé cuenta de que el norte existe y que, en lugar de tratar de imponerles a fuerza su ideología, se dediquen a escuchar las demandas de los ciudadanos de esas regiones para estar presentes ahí. De lo contrario, que no les extrañe que un poeta, un cineasta o un bailarín sea el próximo presidente.

¿Recuerdan a Václav Havel? Si no lo recuerdan, era dramaturgo y fue bastante más que el presidente de la República Checa.

PS.- A la fecha, sigo esperando las respuestas del diputado y coordinador parlamentario Enrique Velázquez, del Congreso de Jalisco, a un par de preguntas (sobre las compañías que están trabajando en obra pública en Guadalajara y sobre las secundarias públicas que están exigiendo cuotas a los estudiantes). Tuvo a bien seguirme en tuiter y aproveché para preguntarle. Inmediatamente dejó de seguirme. Luego se disculpó y me pidió que le mandara las preguntas por correo electrónico. Acá seguiremos informando si contesta o tengo que ganarme un Óscar.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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