Toda democracia requiere de una sociedad civil activa. Sin embargo no se puede concebir a la sociedad civil como una entidad uniforme y permanente, aun cuando puede haber individuos u organizaciones que usen ese término a manera de franquicia.
Por el contrario, a los individuos nos preocupa un cierto número de temas y solemos preocuparnos por algo cuando afecta nuestra vida o creemos en una causa determinada. Y en la medida que existe una percepción de que un asunto nos concierne a todos cuando pueden aparecer movilizaciones masivas para promoverlo o detenerlo.
Bajo esta premisa, las movilizaciones masivas por un tema tienden a ser pocas, a menos que haya una motivación política para inflarlas. Es ahí donde las personas que entran en esos movimientos pueden convertirse en agentes útiles de una agenda particular.
¿Qué tener en cuenta para evitar esto? Van algunos principios.
Todos tenemos intereses
Si a todos los individuos nos afecta o no un tema, vamos a tener intereses distintos sobre un asunto particular. Y naturalmente en algún momento nos vamos a tener que oponer a alguien más. Puede que ese interés no sea popular o incluso que vaya a favor de reglas más equitativas, pero ello no los hace necesariamente “malos”.
A decir verdad la democracia funciona mejor cuando todos declaramos nuestros intereses, lo cual permite la negociación. En ese sentido, y como se dijo en este espacio el 11 de junio de 2012, ayuda más a una democracia la existencia de una “telebancada” donde sabemos qué negociar con ellos que un grupo de legisladores, activistas o intelectuales que hablan del interés nacional sin poder articularlo más allá de un conjunto de consignas y juicios de valor. A final de cuentas, si un grupo de legisladores puede dominar un debate es culpa de los otros partidos que no han sabido articular un discurso alternativo o tener legisladores que representen los demás intereses.
Vayamos más allá: hay diferencias en los intereses de las grandes empresas. Por ejemplo, no es la misma postura de Televisa y Grupo Salinas en materia de telecomunicaciones que la de Grupo Carso. Incluso los dos primeros están aliándose en materia de telecomunicaciones para más o menos poder competir con el último. ¿A dónde lleva el calificativo de “Ley Televisa”? ¿A quién beneficiamos con el discurso maniqueo?
Es posible que los discursos maniqueos que vemos constantemente son intentos por ocultar la verdadera agenda de alguien más.
Saber qué pedir
Si todos tenemos intereses parciales, ¿qué se puede hacer? Conocer las posturas, ver las correlaciones de fuerzas, qué propone cada parte y de ahí tomar partido.
Por ejemplo, ciertamente la iniciativa de Ley de Telecomunicaciones es polémica y tiene muchos aspectos perfectibles. Pero poco ayuda decir que la combaten numerosos grupos como organismos internacionales, activistas y partidos que tienen agendas distintas entre sí.
Podría de entrada coincidir con los planteamientos en contra, pero ¿qué pasa en otros países? Se nos vende una idea de que seríamos como Venezuela, Cuba o Corea del Norte, pero no se nos dice cómo son las normas ahí. Y tampoco se describe cómo se manejan estos temas en democracias consolidadas. Incluso, ¿alguien ha visto en papel cómo deberían ser los artículos que son hoy atacados?
Lamentablemente el debate en esta materia sigue atascado en las descalificaciones, consignas y chistes que vimos en 2012.
Evitar las homilías políticas
Voy a ser cínico: si el debate está atascado en los mismos términos hace casi doce años, lo apoyan los mismos académicos y periodistas y aparecen en las movilizaciones casi los mismos políticos (uno de los cuales maneja el tema como si fuese una cruzada personal contra una empresa), entonces no estamos hablando de un debate público, sino de un ritual repetitivo donde se refrendan las mismas creencias de manera constante: una homilía política.
Puede que un activista coincida con un tema. Pero si se convierte en una herramienta de golpeo en la lucha por el poder, es tiempo de reflexionar a qué está dedicando sus esfuerzos. Claro está si acaso lo suyo no es hacer esto por creer en una plataforma partidista o para hacer méritos políticos.
Evitar los discursos antidemocráticos
En una democracia no existen los amigos o los enemigos: sólo intereses contrapuestos que pueden o no ser aliados en algún momento determinado. Por ende todos tenemos derecho a decir nuestras opiniones, por más repugnantes que resulten a otros, si queremos seguirnos llamando democracia. Será la fuerza que cada bando tenga en determinado momento lo que podrá modificar o no las leyes en alguna dirección.
Por ello la pretensión de algunos por obligar a ciertos legisladores a no participar en un debate no sólo es perniciosa para la democracia, sino que esconde la intención de que sólo una voz esté autorizada para hablar – justo como sucedía en ese viejo régimen que algunos dicen combatir con sus movilizaciones.
Finalmente, quiero decir que puedo coincidir con algunas luchas, aunque sea de manera general. ¿Por qué no aprovechan los activistas estos dos meses para elaborar propuestas más acabadas que puedan convencer? Hay tiempo, falta ver si hay interés y capacidad.