¿Qué ingreso considera suficiente un intelectual para llevar una vida digna? Si usted pertenece a este bellísimo grupo, seguramente ya está pensando una cifra, tal vez una que coincida con lo que ya percibe, pues usted es una persona que no está muy preocupada por las necesidades mundanas y reniega del consumismo, el capitalismo y otros tantos “ismos” vulgares. Aunque, tal vez, por esto mismo, usted considera que su ingreso es inferior al que se requeriría para vivir con dignidad. Usted lo sabe muy bien, en sus ires y venires dando charlas, ha visto cómo se la pasa la gente que vive en la opulencia y, por supuesto, usted está lejísimos de eso.
Ahora bien, si usted no pertenece a este lindo grupo ni aspira a pertenecer, ¿con cuánto cree que se conforman? Usted los ha visto, básicamente hay de dos tipos: el andrajoso y el dandy. Es decir, el que está perfectamente desarreglado y se viste con lo primero que encuentra y el que siempre anda chulísimo con su traje y su corbata, limpiecito. ¿Habrá una diferencia entre el ingreso que considera uno y el que considera el otro?
Thomas Piketty en su más reciente libro, El capital en el siglo XXI, se toma un par de subcapítulos para analizar cuál era la visión respecto a la renta necesaria para llevar una “vida digna” según los autores europeos de los siglos XVIII y XIX, en particular, en las obras de Jane Austen y Honorato de Balzac (aunque también hablará de autores de otras latitudes y otros siglos, como Naguib Mafhuz y Orhan Pamuk). Antes, nos cuenta cuál era el ingreso per cápita en cada país, para que nos demos una idea. Así, nos dice que a inicios del siglo XIX dicho ingreso anual era de 30 libras en la Gran Bretaña. ¿Cuánto cree que consideraba Austen “digno”? ¿Las mismas 30 libras al año? ¿15 libras? ¿60 libras? Pues no, resulta que, según Piketty, para Austen una persona sólo podía considerarse “libre de necesidad” si ganaba entre 500 y 1000 libras. Es decir, entre 16.67 y 33.34 veces más que el ingreso promedio de sus coterráneos.
Pero si usted cree que Austen era muy fresa, el bueno de Honorato andaba peor. Pues llegaba a esperar que un ingreso de 50 veces más que el promedio de sus paisanos estaba apenas decente.
En la actualidad, luego de la proliferación de las ideas de izquierda entre los intelectuales mexicanos desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, sería de esperarse que los ellos consideren “digno” un ingreso bastante inferior al de sus pares franceses e ingleses decimonónicos. Entonces, ¿sería inferior al ingreso promedio? ¿Igual, por lo menos?
Uno estaría tentado a irse con la finta, sobre todo en el caso de los intelectuales “desarrapados”. No obstante, ya Michel Foucault observaba iniciada la segunda mitad del siglo XX que para ser intelectual había que decir que se pertenecía a la izquierda... aunque no fuera cierto.
Mejor aún, si uno repasa las novelas mexicanas se encontrará con que muchos de los personajes no viven como los personajes de Austen o Balzac. No sólo en la llamada “literatura de la Revolución” sino también en autores más recientes. Piense usted, por ejemplo, en los personajes de José Emilio Pacheco, Daniel Sada, José Revueltas o Jesús Gardea. Incluso, y más contemporáneos, en los personajes de Élmer Mendoza o Luis Humberto Crosthwaite.
Si usted ha leído a estos autores, probablemente esté preguntándose un par de cosas. ¿De veras tienen una “vida digna” estos muchachos ficticios? Y, tal vez estos personajes sean más humildes, ¿pero qué hay de los de Carlos Fuentes, Margo Glanz, Guadalupe Loaeza, Ángeles Mastretta, etcétera? La respuesta a la segunda pregunta nos hablaría de la pluralidad de nuestros autores: ¡qué bueno que se describa nuestra sociedad a todo su largo y ancho! Lamentablemente, la respuesta a la primera pregunta es un poco más complicada pues difícilmente se llegaría a un consenso pues lo que a unos les parecería digno a otros, seguramente, no. De modo que volvemos a la pregunta inicial: ¿qué ingreso sería suficiente para una “vida digna”?
El ingreso per cápita de cada mexicano equivale, más o menos, a unos diez mil pesos mensuales (entre 8 y 12 mil pesos mensuales). Y el salario mínimo ronda los dos mil pesos al mes. Mejor aún, para nuestro queridísimo Ernesto Cordero, con 6 mil varos cada treinta días se vive de maravilla.
Tomando en cuenta estos datos podríamos asegurar que somos bastante más humildes que Austen y Balzac, pues sería un insulto decir abiertamente que uno requiere ganar entre 100 mil y 500 mil pesos al mes para apenas vivir dignamente. Ya vamos de gane. Sin embargo, si hacemos la comparación con el salario mínimo, ¿tendríamos los mismos órdenes de magnitud, entre 20,000 y 100,000? Mejor aún, cuántos intelectuales considerarían “digno” percibir exactamente el promedio nacional: 10 varos al mes.
Yo no lo sé. Pero intuyo que no. ¿Por qué? Tres pistas. Uno: cuando Ernesto Cordero dijo lo que dijo, muchos reclamaron que 6 mil pesos eran una miseria (y no, casi nadie dijo: “gracias, secretario, subamos el salario mínimo a 6 mil”). Dos: cuando Fox propuso lo del vocho y el changarro, no faltaron aquellos que escribieron que eso “era promover un país de pobres”. Y tres: ahora que gracias a la reforma fiscal están cerrándose esos y muchos otros changarros, casi cada dos cuadras, muy pocos han hablado al respecto. Tal vez me equivoque. Podríamos hacer la prueba y preguntar.