El día de ayer en el plano de la discriminación, México ganó en lo teórico; Marcelina Bautista, fundadora y presidenta del Centro de Apoyo y Capacitación para las Empleadas del Hogar, quien hace más de tres décadas llegó a la capital para trabajar como empleada del hogar, recibió el premio por la Igualdad y la No Discriminación 2013 del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. Sin embargo en el plano práctico, estamos muy lejos de ser una sociedad igualitaria y poco discriminante.
Este reconocimiento no es más que un recordatorio de todo lo que nos falta por avanzar en cuanto a la discriminación y a la igualdad se refiere.
Las empleadas domésticas o trabajadoras del hogar son discriminadas, explotadas y maltratadas continuamente. La gran mayoría de las trabajadoras de la capital, un 59% para ser exacta, provienen de medios rurales del interior de la República y la gran mayoría de ellas no hablan español.
Suficientes factores de riesgo tienen las empleadas del hogar para sufrir de discriminación en una sociedad como la de México, primero que nada son mujeres y como mujeres trabajadoras ya tienen una carga discriminatoria; en segundo lugar el 86% de ellas, son mujeres mayoritariamente indígenas que no hablan el idioma, y por último tienen un trabajo que es infravalorado y que por gran parte de la sociedad no es ni considerado como trabajo.
Para muchos mexicanos es parte de la cultura y de la ideología mexicana el hecho de que una persona viva en casa de sus patrones al servicio de estos 24 por seis; las malas condiciones así como la explotación en la que viven, son signo de la falta de desarrollo y de la desigualdad sociocultural en la que vivimos.
El Conapred establece que las empleadas del hogar son víctimas de maltrato, tienen exceso de carga de trabajo, cuentan con bajos salarios y que en muchas ocasiones no reciben comida suficiente o ésta es inadecuada.
Es común que las trabajadoras del hogar cuenten con un uso diferenciado de espacios; los baños no son los mismos para todos, utilizan una vajilla así como algunos aparatos domésticos distintos a los de los integrantes de la familia. Estos comportamientos provocan en los menores una introyección de pautas discriminatorias que posteriormente relucirán cuando sean adultos.
Las empleadas del hogar difícilmente cuentan con un contrato que establezca sus derechos y obligaciones; no existen ni una descripción de actividades ni de horarios, por lo que prácticamente están a merced de la voluntad de los patrones tanto en obligaciones como en horarios; su jornada no se reduce a las ocho horas laborables de todos los demás trabajos. Creo que pensar en que se les paguen horas extras sería casi ridículo para nuestra cultura. No cuentan con prestaciones sociales ni el derecho al descanso. Ocho de cada diez no tiene seguro médico y seis de cada diez no cuenta con vacaciones formales. La mitad de ellas no tiene aguinaldo.
Me indigna darme cuenta que el artículo 13 de la ley del IMSS en su fracción segunda, establece como voluntario que las empleadas del hogar sean sujetos de aseguramiento. Este trabajo debería de obligar al patrón a darlas de alta en la seguridad social.
Es importante resaltar que son ellas quienes pasan mucho tiempo con los hijos de familia o en su caso, quienes mantienen la limpieza, cocinan, lavan y planchan y en general quienes le dedican mayor tiempo a la célula básica de la sociedad. ¿Por qué entonces no valoramos su trabajo como deberíamos? Pienso que todavía estamos lejos de la abolición de la esclavitud, la única diferencia radica en que cuentan con un salario. Sin embargo, existen esfuerzos por dignificar este trabajo tan necesitado en la sociedad, hay empresas como Ayuda Ser, que buscan proteger y ofrecer herramientas tanto a las empleadas del hogar como a los empleadores para disminuir esta desigualdad tan grande.
@criminologiamex