Por más que se planee y se teja, la política se mueve siempre en lo aleatorio y lo incierto. Para empezar, las decisiones casi nunca se toman con la información suficiente, y muchas veces con apremio. En un entorno plural, los argumentos suelen ser más políticos que técnicos y las discusiones enfocadas fundamentalmente en emociones, símbolos y discursos. Y en sociedades complejas la aplicación siempre es contingente y arrojará efectos esperados e inesperados.
De esa forma, en asuntos públicos siempre habrá algo que quede en el aire, lo cual puede definir el éxito o fracaso de una empresa Para algunos y si se permite tomar una serie de moda, se tratará siempre de construir casas de naipes. O tal vez una carrera asimilará a una rueda de la fortuna, donde nadie estará en la cima para siempre.
Lo máximo que puede hacerse en una democracia es proveer mecanismos donde ningún actor lo gane todo y parea siempre y que los perdedores gocen de garantías de no ser aplastados y, si tienen la capacidad, de ser ganadores algún día. O para tomar la analogía de la rueda de la fortuna, será una combinación de competitividad, propuestas, desempeño y apoyo popular lo que determina qué tan arriba o qué tan abajo estarán todos.
Los caprichos de la fortuna no terminan ahí. También es posible que un político pase a la posteridad con una fama que no le corresponde. O incluso que esa fama cambie a los largo del tiempo, de tal forma que la imagen que se inmortaliza es sólo una caricatura de lo que se era, para bien o para mal. ¿Cómo llega a suceder esto?
Existen tres formas para que un político se retire. La primera y la menos común es que sepa cuándo retirarse, y de hecho pocos tienen la sensibilidad para saber cuándo ha llegado su momento. La segunda y más usual es cometer un error tan grave que marca el fin de su carrera. Y algunos mueren en algún punto del trayecto. En cada uno de estos casos el legado puede ser distinto a su memoria.
Puede suceder, por ejemplo, que un político muera antes de asumir o concluir un mandato. En ese caso el grupo que los apoyaba los convierten en mártires de una causa, simbolizando una alternativa que nunca llegó a ser. ¿Se sostiene esa imagen si uno analiza su vida y obra? Eso importa poco ante la coyuntura: si sobrevive al paso del tiempo es otra cuestión. Una variación es que el político muera antes de que se deteriore su imagen, como sucedió con Benito Juárez en 1872: enfrentaba una rebelión por parte de Porfirio Díaz tras su reelección un año antes.
¿Es posible que un hombre de Estado pase con una mala memoria? Sí, en caso de que no sepa retirarse a tiempo o no haya sabido tejer el cambio de poder. Tal es el caso de Porfirio Díaz, cuya memoria se ha demonizado por el régimen que surgió tras las guerras civiles que hoy se llaman “Revolución Mexicana”, y cuya memoria sigue siendo usada por algún sector de la izquierda aun cuando todo contenido se haya perdido hace décadas.
Eso no es todo: es posible que la memoria de un político sea atacada o rescatada según el régimen que le hubiese sucedido. Si recordamos de manera negativa a Ricardo III fue por la obra de Shakespeare, comisionada por la dinastía que ganó la Guerra de las Rosas: los Tudor.
Un caso más cercano podría ser Vicente Guerrero: en 1821 era la cabeza de un grupo guerrillero aislado en la sierra. Agustín de Iturbide pactó con él para darle mayor legitimidad a la independencia de la Nueva España. Guerrero llegó a ser el segundo presidente, pero fue depuesto por el Congreso y después fusilado. Sin embargo no es políticamente correcto darle crédito a alguien que se coronó emperador y fue derrocado. Por eso Luis Echeverría le dio en los años setenta del siglo pasado el título de “Consumador de la Independencia” a Guerrero.
¿Qué significa lo anterior? Que todos los regímenes van a encumbrar o denigrar a ciertas figuras porque así les conviene para sus discursos de legitimación. ¿Es algo bueno o malo? Es lo que hacen todos los grupos en el poder, y forma parte integral del ejercicio de la autoridad. Además, el pueblo siempre va a necesitar próceres que sirvan de ejemplo.
Sin embargo, todos los políticos trabajan para dejar un legado. En algunos casos es tan visible que no se puede regatear, aunque los casos son contados.
La única recomendación, para quien desea dejar un legado, la dijo Mazarino: es necesario repasar las biografías de otros políticos, para aprender de sus errores y aciertos.