Ser crítico literario es una profesión poco envidiable. Es fresa, sí, pues no te rompes la espalda cargando cajas, ni te licuas las neuronas con solventes –como en una línea de ensamblaje. Pero tienes menos amigos que un mesero. Un mesero puede hacerse compa de los comensales y nadie se lo reprocha. En cambio, si un crítico literario mexicano se hace amigo de los autores, se le acusará de inmediato de falta de profesionalismo. Peor aún, eso es lo que se sospecha siempre de un crítico que hace una reseña o crítica positiva de algún autor mexicano vivo: “seguro es su amigo” (si son de la edad) o “quiere un favor” (si es más joven que el autor). El colmo: “le pagó la editorial”. Así, no es de extrañar que varios opten por a) escribir sobre autores extranjeros, b) muertos o c) que destrocen la obra de un connacional. Es el terreno seguro al que volveré más adelante.
Pero antes: un crítico literario gana poco dinero (si es que le pagan por su trabajo). Hay que decirlo. Sí, por lo general gana más del salario mínimo pero menos que el estándar de otros profesionistas con su grado de estudios. Para completar el drama, en México los suplementos culturales y revistas que publican críticas o reseñas de libros han ido disminuyendo alarmantemente desde hace unos 40 años. Y, los que quedan, han recortado el espacio para la crítica a unas cuantas cuartillas. “Es que no se vende”, dicen, “en México nadie lee”.
Entonces se cierra el círculo vicioso: en México nadie lee – recortar espacios – “sospechosismo” – el terreno seguro de la crítica. Obviamente, no es labor de los críticos literarios hacer fomento a la lectura, pero sería maravilloso. Acá alguna idea.
Un recorrido por el barrio
En estos días quería encontrar una crítica que me convenciera de leer a algún autor mexicano vivo, entonces revisé en web Letras Libres, Nexos y Confabulario. Había dos positivas: una sobre Antonio Ortuño y otra, más bien un artículo, sobre Elena Poniatowska y el “sospechosismo” en torno al Premio Cervantes (ésta escrita por Luis Bugarini, de quien me robé la frase del título). Pero a Elena ya la leí y, de Antonio, iba a comprar el libro de todas formas.
Seguí entre notas, ensayos, entrevistas o críticas sobre muertos o extranjeros: Márai, Némirovsky, Platónov, Egon Edwin Kisch, Marina Tsvietáieva (Confabulario); Padura, Freud, Bonnett, Fray Bartolomé de las Casas, Caitlin Moran, Sacks, Leyshon, Michnik y Ramón Andrés (Letras Libres); “La era dorada de la novela policíaca”, tres libros de ensayo político y similares, y “Crónicas de conquista, de indias y de la eternidad” (Nexos). Más algún texto diminuto que no llegaba a una cuartilla y, en medio de todo, a Guillermo Espinosa Estrada hablando de cuatro autores mexicanos vivos: Susana Iglesias (Señorita Vodka), Omar Nieto (Las mujeres matan mejor) y Fernanda Melchor (Falsa liebre) en Confabulario y, en Letras Libres, Carlos Velázquez (El karma de vivir al norte).
Entré emocionado, salí tristísimo: ninguno le gustó a Guillermo. Lo malo: tampoco me convenció. Lo peor: la reacción de muchos en torno a las críticas de Guillermo.
Renovar la crítica literaria
En cafés, cantinas y redes sociales los textos de Guillermo dieron para dar y regalar. Una de las más notorias en la polémica fue la propia Susana Iglesias, quien en los comentarios a la publicación, lo acusó de no saber leer y de inventar “situaciones que no existen en mi novela”. Otros lo acusaron de que no había manera de darle gusto pues si los personajes femeninos eran verosímiles, entonces estaban “cosificados” (en el caso de Omar Nieto) o eran “cliché” (en el caso de las relaciones sentimentales de la personaje de Señorita Vodka) y, si no, entonces eran inverosímiles (la misma Señorita Vodka cuando resulta que lee y escribe y, además, se va a trabajar de teibolera).
Y si eso era peccata minuta, según criticaban al crítico, lo peor era que tampoco había manera de darle gusto al retratar correctamente la realidad de la violencia que padecemos en el país: a las crónicas de Carlos Velázquez les faltaba “realidad” y la novela de Susana era, otra vez, “cliché”; mientras que las que sí eran realistas pecaban de “pintoresquismo” y de que no existía “una voluntad de entendimiento” (el caso de Omar) o formaban “parte del discurso de la miseria tercermundista” (Fernanda Melchor). ¿Entonces qué quiere?, se preguntaban enojados. Y agregaban, “no compara con nada que sí esté bien hecho o que sea un referente”.
Ahí la cuestión. Y sí, la razón de que sus críticas, las de Guillermo, tampoco me convencieran.
A Guillermo me lo he encontrado varias veces y me cae muy bien. Así que disiento de esas burlas fáciles que le hacen. No creo que sea un ignorante que desconozca la realidad de la violencia en Torreón (Velázquez), Veracruz (Melchor), Quintana Roo (Nieto) ni el D.F. (Iglesias), Guillermo tiene un doctorado en la Universidad de Boston y trabaja en el Departamento de Humanidades de un campus del Tec en Ciudad de México, además, ha sido profesor de literatura medieval: una época sumamente violenta. Tampoco creo que sea que, como bien ha señalado Ignacio Sánchez Prado en otros casos, Guillermo esté abordando libros cuya estética escape de su entendimiento. Entre todos los asuntos que hay en las mesas de novedades, Guillermo consiguió cuatro libros sobre la violencia y los leyó en poco tiempo. Así que el tema seguro le interesa y seguro sabe bastante: desde las casas que colgaban una bandera mostrando una garza y los caballeros andantes de la Edad Media, cosa que pocos pueden presumir. Mucho menos creo que intente ser el chico fatal o la Señorita Vodka de la crítica literaria nacional.
No, lo que creo es que le faltó espacio.
Espacio para ahondar en el tema, para darnos el contexto literario, histórico, social y cultural de cada obra. No sólo para contarnos las maravillas o pifias narrativas de los autores con más profundidad y ejemplos para no sonar a cliché de taller literario, sino para darnos el recorrido por todo eso que ha leído e investigado. Me explico, en el caso de Susana Iglesias me gustaría saber qué otras obras han abordado el tema de la prostitución y las teiboleras, y estoy seguro de que Guillermo leyó Santa, de Federico Gamboa, y podría empezar por ahí y luego darnos la referencia de algunos estudios sociológicos, antropológicos y sicológicos sobre la situación actual de las teiboleras en Ciudad de México. En el caso de Carlos Velázquez podría empezar también con alguna obra literaria más antigua, de referencia sobre la violencia en Coahuila, digamos, desde Cormac McCarthy y luego mostrarnos otras obras de ficción y no-ficción al respecto. Así, por ejemplo, cuando critica a Velázquez porque “no entrevistó a los vecinos” luego de “la balacera suscitada en la casa del Santos” quedarían más claras la relevancia y la pertinencia de entrevistar o no a las personas que viven cerca del estadio Corona (como a medio kilómetro), pues seguro habrá alguna obra, supongo, periodística, que así lo muestra. De lo contrario, al decirlo nomás así, “no entrevistó a los vecinos”, me pregunto si Guillermo conoce Torreón o siquiera vio en Google Maps dónde está el estadio. Peor aún, alguien malhadado podría coincidir con Susana y decir que Guillermo no sabe leer pues no entendió que “la casa del Santos” era el estadio.
Y del mismo modo con las novelas de Omar Nieto y Fernanda Melchor.
Porque el punto que a mí me parece importante, y también a todo crítico, tiene que ver con esas palabritas que acabo de mencionar: relevancia y pertinencia. ¿Cuál es la relevancia y la pertinencia de una novela o de cualquier otro libro que aparece en la mesa de novedades? Y sí, lo adivinó, querido lector, es imposible que un crítico pueda mostrarnos esto –además de contarnos algo de la trama, la estructura y demás- en un par de cuartillas. Pues se requiere abordar el contexto y eso toma muchísimos más caracteres.
Por suerte, ya existe internet y en internet no hay restricciones de número de palabras. Ojalá los diversos medios comiencen a dar este espacio a los críticos. Publicar, por ejemplo, la versión resumida en papel y la versión in extenso en la web. Todos -lectores, autores y críticos- saldríamos favorecidos al tener reseñas y críticas donde el autor pueda hacer gala de su erudición. Reseñas y críticas donde, si el autor destroza una obra, el lector tenga muchos más títulos del mismo tema a los cuales pueda recurrir y, así, acrecentar su número de lecturas y su bagaje cultural. Por ejemplo, acá una crítica negativa sobre uno de mis autores favoritos, para que vea usted la diferencia.
De seguir la crítica así, como en el caso de Guillermo, podría volverse cierta esa premonición de Bugarini: los mexicanos “jamás volvieron a las obras”.
Anexos:
2. Guillermo Estrada, quien hizo su tesis doctoral sobre la sátira anti-intelectual, tiene una página: ahí podría compartirnos esa crítica larga que seguramente tiene muy bien pensada.
1. Menos de una cuarta parte de las reseñas y notas está dedicada a autores mexicanos vivos. Y, de ésa, sólo una tercera parte (dos de seis) es positiva. Para ver la crítica a Carlos Velázquez, vaya acá.