Crowdfunding para la cultura y las artes

19/02/2014 - 12:00 am

La cultura y las artes son una válvula de escape en tiempos de conflicto, o en tiempos de paz. Crear una obra nos libera, nos ayuda a darle un sentido al mundo: a lo que ha pasado, a lo que hemos visto. Y, como espectadores, nos ayuda a reconocernos en el otro, en ese otro que es igual a mí porque ha sentido y vivido lo mismo que yo. Así, como creadores o espectadores, las manifestaciones artísticas y culturales son elementos indispensables de cohesión social. Piense usted un momento en la última fiesta de su barrio o ciudad a la que fue, y en lo que sintió cuando estaba ahí; escuche el huapango de Moncayo (XXXX) o recuerde a los personajes del último libro que leyó: el mundo cambia, ¿cierto?

México cuenta, a nivel federal, desde hace años con un sistema de apoyo a artistas que nos ha vuelto la envidia de muchos lugares del mundo (si no me cree, pregúntele a su amigo latinoamericano de confianza). Sin embargo, tanto como espectadores como artistas no nos parece suficiente. Esto se debe, en parte, a que como seres humanos siempre nos gustaría que hubiera más (parisinos y neoyorquinos también se quejan) y, en parte, a que la labor de las secretarías, consejos e institutos de cultura de cada localidad no siempre se percibe tan maravillosa y las diferencias entre las gestiones de una u otra pueden ser más que significativas: desde los estados donde cada artista tiene derecho a un boleto de avión internacional cada año para ir a promocionar su obra hasta las entidades federativas, como el D.F., donde los creadores no cuentan con becas propiamente dichas.

Los problemas de gestión de las instituciones locales son variados pero su común denominador es que siempre se tiene menor presupuesto del que podrían ejercer. Esto trae consigo que 1) no se apoye a todos los sectores de la sociedad (jóvenes, ricos, discapacitados, mujeres...) y 2) siempre haya un grupo de artistas que se siente excluido de los apoyos. Entonces se genera la idea, muchas veces correcta, de que los apoyos se otorgan de forma discrecional nomás a los amiguitos.

Otro problema de las instituciones es la comunicación. Es decir, que en ocasiones se invierte mucho dinero en eventos a los que va nadie. Y esto genera la idea, siempre errada, de que el mexicano es ignorante.

Por el lado de los artistas los principales problemas son los mismos: cómo conseguir los recursos y cómo llegar al público.

Una alternativa para ayudar a solucionar estos problemas, tanto de los artistas como de las instituciones, son las plataformas de “crowdfunding”.

Crowdfunding

El “crowdfunding” es, simplemente, pasar la charola o botear en el tope de la carretera. Es decir, es convidar amablemente a los desconocidos a que ayuden económicamente -con lo que sea su voluntad- para que nosotros podamos realizar nuestro proyecto. Y, por supuesto, es una de las estrategias más viejas y exitosas para conseguir recursos, tanto así que seguramente usted ya ha cooperado para unos XV años, graduación, apostolado o fiesta patronal.

Hace unos años a alguien se le ocurrió mover este sistema al internet y desde entonces ha sido, por supuesto, exitoso y ha sido replicado en otros lugares del mundo (en México tenemos a Fondeadora). Aquí los participantes exponen de la mejor manera posible el proyecto que quieren realizar (con un video, por ejemplo) y le piden a la gente que coopere para alcanzar cierto monto económico antes de un plazo determinado. A cambio, la gente recibe de los creadores una gama de recompensas: si donas de $10 a $199 pesos, incluimos tu nombre en la lista de agradecimientos; si donas $200 te mandamos nuestro disco autografiado; $500, el disco y una caja de colección; $5,000 concierto privado vía “streaming”, etc...

Para que la plataforma de internet subsista, sus dueños se quedan por lo general con un porcentaje del monto total de los proyectos exitosos y con todo el monto recaudado de los proyectos que no alcanzaron su meta.

Ahora imagínese que las instituciones culturales locales implementan un sistema aún mejor.

Crowdfunding institucional

Toda secretaría, consejo o instituto de cultura local tiene que destinar un rubro de su presupuesto a “apoyo a artistas”. Mismo que, como decía, nunca es suficiente y, por lo general, por ahí es donde llegan muchos de los periodicazos: “apoyaron a Fulanito porque es primo del secretario”, “no me apoyaron a mí porque me quieren censurar”, “¡faltan apoyos!”, etcétera.

Ahora bien, imaginemos que la institución destina parte de este rubro de su presupuesto a una plataforma tipo crowdfunding que la propia institución administre y que esté bajo un esquema tipo 1 a 1. Es decir, si el artista consigue por lo menos el 50% de los recursos, que la institución aporte el otro 50% (si se consigue el 60%, el 40% restante, etc...). Por supuesto, habría que aclarar los máximos montos posibles por proyecto y aclarar cada mes cuánto presupuesto queda disponible para no excederlo.

Los artistas de cada proyecto beneficiado habrían de firmar un contrato con la institución donde se obligarían a 1) realizar el proyecto, 2) justificar los gastos del 100% del monto recibido y 3) realizar alguna actividad de retribución social como las que llevan a cabo los creadores apoyados por CONACULTA.

Por descontado, dado que no es un negocio, la institución no cobraría un porcentaje por el uso de la plataforma y, en el caso de los proyectos que no consigan el 50% mínimo, se pueden desarrollar esquemas para redireccionar las aportaciones, por ejemplo: regresarlas a los usuarios, dar la opción de que su donativo apoye otro proyecto, donarlas al artista, etcétera.

Ventajas

Para las secretarías, consejos e institutos locales, una plataforma de este tipo 1) transparentaría los procesos de selección (y evitaría periodicazos del tipo “sólo apoyan a sus amigos”), 2) motivaría a los nuevos artistas a presentar sus proyectos y “ver cómo les va”, 3) aumentaría el número de apoyos con el mismo presupuesto y 4) no implicaría un gasto por parte de los artistas.

Desde el punto de vista político, la institución refuerza su carácter de gestora y no de censora de la cultura y las artes (“yo decido qué es y qué no es arte”), el artista recibe el apoyo logístico sin restricciones (si el proyecto consigue el dinero, ya no depende de la institución, los compadrazgos o las teorías de la conspiración) y, más importante, se le recuerda al ciudadano que vive en un estado de derecho democrático: son tus impuestos, es tu varo, y tú tienes poder de decisión sobre qué se va a hacer con él.

Más aún, desde el aspecto de la difusión y formación de públicos, 1) los proyectos van teniendo difusión desde mucho antes de que ocurran, generando expectativa, 2) los costos de difusión se reducen y la institución logra mayor presencia en la comunidad y 3) se diluye la barrera entre el artista y el público, generando así mayor compenetración y compromiso de ambas partes. Vale la pena ahondar en este último punto. El artista ya no está sólo comprometido con sí mismo, la institución o “el arte” sino con la gente que lo apoyó y quiere ver su proyecto realizado, de modo que se esforzará aún más por hacerlo y hacerlo bien (más aún si vive en una comunidad pequeña). Asimismo, si incurre en fraude porque él se siente muy inteligente y “va a hacer pendejos a todos”, el fraude será público y esto minimiza la probabilidad de reincidencia (sí, en la misma página se puede mostrar qué ha pasado con otros proyectos del mismo compita). Por último, el artista puede ver, en un espacio neutral, la respuesta de la gente a su obra en comparación con otros proyectos.

Desde el punto de vista del público, siempre habrá altruistas que donen su varo y no les interese ir al evento. Pero si yo doy $200 pesos para que se haga una obra de teatro y a cambio me dan un boleto para el estreno, por supuesto que estaré al pendiente de los boletines culturales para ir al estreno. Es decir, mi consumo de información cultural aumentará y es muy posible que también asista a más eventos. Asimismo, como usted sabe, los productos culturales no necesariamente buscan el gran público sino públicos específicos que a veces son muy difíciles de identificar o llegar a ellos por parte de los encargados de comunicación de las instituciones culturales, por ejemplo, la gente a la que le gusta el cante hondo o el performance. Y normalmente estos públicos, al no encontrar por lo general en los boletines la oferta cultural que buscan, se desaniman y dejan de buscarla (“vivo en un pueblo bicicletero”, concluyen). Pero al crear la expectativa con tiempo, en internet e incluyendo al artista en la difusión, es mucho más sencillo y barato llegar a estos públicos.

Desventajas

A la fecha, como mencioné, las plataformas de crowdfunding han sido exitosas en un sinnúmero de campos, desde la grabación del disco de un artista emergente o establecido hasta la consolidación de proyectos internacionales con enfoque social como Radio Ambulante. Usted puede checar los proyectos en las páginas existentes. Por supuesto, una plataforma así no habrá de sustituir los sistemas de becas a artistas pues se trata de rubros diferentes: las becas apuestan a una creación artística que puede fraguar o no, el crowdfunding ayuda a los proyectos a los que sólo les falta dinero para realizarse. Pero se corre el riesgo de que algún funcionario tenga esta ocurrencia.

Respecto a las posibles transas, en el peor de los casos, si usted dirige una institución cultural y cree que las personas son malas por naturaleza y que la mitad de los artistas son rateros en potencia, de todas formas se utilizará el mismo monto que tenía destinado al inicio (50% de lo que la institución otorgó + 50% donado por la comunidad = 100% original).

Respecto a la calidad de los proyectos, ciertamente no hay forma de garantizarla. Pero ningún sistema la garantiza: el arte es siempre una apuesta, por eso es maravilloso.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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