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Alejandro Páez Varela

10/02/2014 - 12:04 am

El enemigo está en otra parte

Los periodistas nos preguntamos más a menudo de lo que parece si lo que hacemos a diario se mantiene dentro de los márgenes de la ética profesional. Cualquier editor estará de acuerdo conmigo en que, una vez terminado un encabezado o un pie de foto –por citar–, imaginamos en fracción de segundos la reacción que […]

Los periodistas nos preguntamos más a menudo de lo que parece si lo que hacemos a diario se mantiene dentro de los márgenes de la ética profesional. Cualquier editor estará de acuerdo conmigo en que, una vez terminado un encabezado o un pie de foto –por citar–, imaginamos en fracción de segundos la reacción que tendría un lector, el sector aludido en la noticia o nuestros jefes. Es, como digo, en automático. La práctica sí hace al maestro en este oficio –y lo explico más adelante–: la práctica es, sobre todo por la premura, una prueba diaria de lo que hemos aprendido. Los años no nos hacen más efectivos, quiero decir: nos hacen peligrosamente más lentos, como a todos, para analizar y resolver en fracción de segundos. A los editores, que suelen ser los veteranos en una redacción, los salva no su capacidad de reacción, sino la acumulación de conocimiento y la sabiduría para resolver con menor esfuerzo.

A diferencia de casi todas las profesiones, los buenos periodistas suelen caer más a menudo en el olvido que un buen arquitecto, un médico o un ingeniero. Pocos llaman a los buenos periodistas en retiro para consultarles temas, como sí lo hacen con los arquitectos, los médicos o los ingenieros jubilados. Ellos son bibliotecas ambulantes a las que se puede aprovechar, mientras que a los periodistas viejos se les ve por lo regular en la decadencia. Más en estos tiempos. Las redacciones están especializadas en desperdiciar talento, en devorar hombres y en expulsar a los experimentados. Un puñado de reporteros sobrevive en las redacciones después de que llega a los 40 o 50 años.

En ese sentido, nuestro oficio es distinto al de los políticos, Fidel Velázquez dixit: aquí, quien se mueve se queda en la foto. Entre a una redacción para que lo compruebe: los jóvenes son el motor, y un puñado de veteranos dirigen. Los otros que acompañaban en esa generación de rucos que todavía dirigen, son forzados a la banca.

La pirámide en las redacciones se angosta con el tiempo. Arriba quedan pocos de una generación.

Nos devora la velocidad, y el tiempo, que aprendemos a dominar, nos come como a pocos. Yo le enseñé a mi padre a usar computadora; fui yo quien le abrió una cuenta de Facebook que nunca utilizó y un día me dijo: “SinEmbargo se mueve demasiado rápido. Dime a qué horas, más o menos, puedo leer una edición terminada”. Imaginarán la respuesta a mi viejito. “Nunca”, respondí, “porque es un sitio web en tiempo real”. Luego entendió que hay contenidos que se quedan 24 horas o poco más, pero que la vitalidad de éste y de todos los periódicos en tiempo real depende de la nota en movimiento, de la frescura. Y de la terquedad, además: un editor web juega una y otra vez con ángulos y noticias distintas para saber cómo reaccionan los lectores. Y todo pasa en segundos.

Hace 10 o 20 años –depende de la ciudad y del medio–, los editores nos íbamos a casa a dormir, o a las cantinas a emborracharnos. Más lo segundo, debo decir. Un buen jefe de redacción se llevaba a la cama el periódico impreso del día siguiente, fresco, con ese maravilloso olor a nuevo que dan las tintas, los solventes y el papel recién desenrollado; con ese olor insuperable que desprenden las noticias frescas.

Ahora, sin embargo, a las 2 de la mañana no hemos terminado un carajo: a esa hora, si a cualquiera de los factores externos que mueven una redacción se le ocurre dar un brinco, el editor será despertado o sacado de la cantina, y a resolver. Antes, a los editores nos buscaban con la esperanza de encontrarnos. Ahora estamos porque estamos: traemos celular, estamos en las redes sociales. No hay manera de huirle a la responsabilidad.

La libertad que casi todos ganamos como ciudadanos con Internet, la perdimos los periodistas. No hay descanso. Es un trabajo implacable de 24 horas, los siete días de la semana, los 12 meses del año.

***

A las responsabilidades que nos ha sumado la web, se le acumuló otra: el tratamiento de la noticia en tiempos de violencia desbordada.

Quiero decirles, para empezar, que el Estado mexicano ha venido perdiendo, desde hace años, la guerra contra la criminalidad. Ahora le llamamos “grupos de autodefensa” a un conjunto de ciudadanos que ha decidido tomar las armas y enfrentarse a ese segmento podrido de la sociedad que lo quiere todo. Sin embargo, los hombres del dinero, las grandes empresas y los políticos han armado desde hace años sus propios grupos de autodefensa para mantenerse en una burbuja de seguridad. Un ejército compuesto por miles y miles de hombres armados defienden desde hace años a empresarios, millonarios, empresas de todo tipo y políticos. Ahora en el campo, en donde se sufre el mayor ataque de los criminales, los ciudadanos se arman y sólo falta que la clase media urbana lo haga, y de alguna manera lo hace: hay colonias cerradas, hay vigilantes en edificios, etcétera.

Como algunos sabrán, soy de Ciudad Juárez y cubrí la nota roja o la policiaca allá. Aprendí de los veteranos que conocieron en persona a una anciana llamada Ignacia “La Nacha” Jasso, y a su nieto Héctor “El Árabe” González, dos precursores de lo que más tarde se llamaría El Cártel de Juárez.

Nuestra industria es relativamente joven: tendrá unos 200 años. Y en ese tiempo hemos lidiado con información relativa a la violencia. A veces menos y a veces, como ahora, más.

En algunas ocasiones he escuchado la pregunta sobre si los periodistas provocamos la violencia al exhibir hechos. También si las palabras que utilizamos crean un “clima de violencia”.

Creo que tenemos la obligación de cuidar los derechos humanos de los terceros. Una persona que no ha llegado ante un juez y no ha sido declarada culpable no debe aparecer en fotos o en videos en la prensa, mucho menos en un país como el nuestro en donde se fabrican culpables y los asesinos, corruptos, ladrones, saqueadores y perversos andan por las calles. Creo que tenemos la obligación de entender que esa foto y ese video serán vistos por menores de edad, por ejemplo, o por los familiares de una víctima de homicidio. Creo que debemos abandonar la idea de “vender más”, porque “vender más” no es la primera obligación de un periodista, como sí lo es impulsar una cultura de respeto, democrática e igualitaria.

Pero no creo que sean las palabras, o los periodistas, los que pueden impulsar la violencia. Esa es simplemente una tontería.

Un individuo especializado en nada, que junta a sus amigos un día y entre ellos deciden lanzar una “guerra contra el narco” sin haber consultado a un solo especialista en el extranjero o en el país, ése sí genera violencia. Me refiero, por supuesto, a Felipe Calderón.

Un Estado cuyas políticas públicas fracasan una y otra vez; que no genera educación porque esa rama la maneja una sátrapa corrupta; que no genera salud porque otros sátrapas se roban todo; que no genera cultura porque ni siquiera sabe con qué se come y sus políticos apenas saben leer; un Estado que inventa nuevos monopolios para cada generación, que mantiene salarios raquíticos y se jode, año con año, la seguridad social; un Estado que abandona todas sus obligaciones y se transforma en turba saqueadora que en apenas 40 años casi se acaba con el petróleo que en otros países trajo bienestar; un Estado compuesto por ladrones, individuos enfermos por el culto, el dinero y las serpentinas, que no da empleos y mantiene bajo su pie a millones de ciudadanos; un Estado que privilegia la acumulación de la riqueza en unos cuántos, ese Estado sí genera violencia.

No nosotros, caray, con las palabras.

Creo, como ya dije, que los periodistas tenemos una gran responsabilidad y debemos ejercerla con precisión, sin morbo, pensando en los demás.

Pero yo prefiero ver, ahora mismo, aquí, un duelo de palabras; prefiero que entre todos tomemos la palabra y nos disparemos con ellas; que cada frase sea un rifle y que hagamos cañones de tinta y de papel, a volver a ver un solo muerto, éste sí literal, como todos los que he visto en mi carrera, con la sangre real escurriendo en la banqueta, con los niños reales llorando a su costado, con la pena real de que, además, al día siguiente será llamado culpable.

Las palabras que usamos son armas, no lo niego. Pero el enemigo no somos nosotros, los editores o los periodistas.

Créanme: el enemigo está en otra parte.

 

–Ponencia para el seminario de editores “Prevenir la violencia y la delincuencia”. Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Viernes 7 de febrero de 2014.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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