Autodefensas: México no es Colombia

29/01/2014 - 12:00 am

I.

La primera vez que estuve en Colombia me sorprendió que había imágenes sacras, católicas, en las aulas de la universidad pública, que nunca había ocurrido algo similar a una reforma agraria y, además, era una novedad que las personas que no tuvieran un matrimonio católico, pudieran ocupar un cargo político.

            Era 2001 y mi trabajo de ingeniero me llevó, por un lado, a convivir con más ingenieros, gerentes y empresarios dueños de fábricas (industria química, mueblera, textil, etc...) y, por otro, con mujeres desplazadas por la guerra en las periferias semi-rurales de Medellín. Mi afición literaria me llevó a escritores, periodistas, antropólogos y demás intelectuales. Entonces todo era claro, o casi: los empresarios, ingenieros y similares eran adeptos de Carlos Castaño y demás autodefensas; las mujeres desplazadas, intelectuales y demás les llamaban “paracos” o “paramilitares” a dichas autodefensas y estaban a favor de alguna de las guerrillas.

            Eso encajaba muy bien con mis lecturas hechas en México y me lo creí o, por lo menos, dejé en una suerte de limbo los análisis más complejos. Pero el “limbo” siempre trastoca y seguí leyendo y parte de este trastorno lo plasmé en algunos cuentos de Ella sigue de viaje. Como eso no bastó, volví a Colombia.

            Entonces el panorama que me encontré fue diametralmente distinto pues, por azar, por la gente que conocí, me encontré conviviendo con autodefensas desmovilizados, semi-desmovilizados o sin desmovilizar. Era alucinante entrar, por ejemplo, a un restaurante y que dos o tres meseros corpulentos saludaran muy respetuosamente a mis cuates. Y, peor aún, que después me saludaran a mí, cuando iba solo, tipos mamadolores, rapaditos, que según yo nunca había visto.

            Eventualmente tuve más de esas atenciones que lo hacen sentir a uno muy seguro. Yo iba a escribir una novela, Cuaderno de flores (los muchachos de la foto de portada, cortesía de Jesús Abad Coronado, son autodefensas cuidando Medellín) , y un capítulo de mi tesis doctoral pues descubrí que Vicente Castaño, hermano del recién fallecido Carlos, líder de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) y, luego, de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), era ambientalista (acá la tesis http://tesis.com.es/documentos/naturaleza-coercion-vs-consenso-analisis-teleologias-ecologia-contemporanea-su-correlacion-discurso-yo-participacion-movimientos-ecologistas-grupos-armados-ilegales-espana/). Luego dicen, también, que Vicente mató a Carlos, pero ésa es otra historia.

            Yo no quería ninguna de esas atenciones pero, ni modo, había que lidiar con ellas mientras iba todos los días a la hemeroteca de la Universidad de Antioquia para tratar de entender cómo habían surgido las autodefensas en Colombia. Sí, tuve que ir por meses a ese lugar extraño donde se guardan periódicos de papel pues las autodefensas habían iniciado mucho antes de que Tim Berners Lee inventara la web y en internet no había -y sigue sin haber- mucha información al respecto. Y sí, también, con el paso de los meses, entablé hartas pláticas con esos muchachos corpulentos que me saludaban en lugares públicos.

II.

El primero que me sorprendió fue uno que traía una playera del Ché. Ya había escuchado, por intelectuales, periodistas y anexas, que a veces los paracos o autodefensas se ponían playeras del Ché o de Castro para intentar mezclarse entre grupos de izquierda. Pero como a este compa ya lo había visto un par de veces y nos llevábamos bien, le pregunté:

--¿Quiobo, parce, ya se cambió de bando?

--¿De qué?

--¿Pos qué no el Ché es ídolo de farcos y elenos?

-¡No sea gonorrea, mexicano, cómo va a ser que mi comandante Guevara esté con esos hijueputa guerrillos, cómo así!

            Sí, puse la misma cara que usted. Pero el ex-para era sincero y luego me fui encontrando a más como él. Incluso uno de ellos, famoso porque también era hiphopero, lo primero que hizo después de desmovilizarse de uno de los bloques de las autodefensas, fue peregrinar a la tumba de Ernesto Guevara en Bolivia. Peor aún, muchos de los proyectos sociales de los grupos de autodefensas, antes o después de desmovilizarse, eran proyectos que parecían emanados de ideólogos de izquierda. El mismo proyecto agroecológico de Vicente Castaño, salvo por esos pequeños grandes detalles que sólo se ven con lupa y que lo cambian todo, parecía más propio de un movimiento como el EZLN y no de las AUC.

--El proyecto es muy bueno—me dijo el asesor ambiental de un proyecto muy similar que, en ese momento, 2006, estaba ideado para reinsertar en la sociedad a autodefensas desmovilizados.--El problema es que nadie lo apoya: cuando pido alumnos para trabajar con ex-guerrilleros, todos se apuntan; pero cuando pido alumnos para trabajar con ex-paras, nadie quiere, no entienden que también son colombianos, que también son seres humanos y las razones que te llevan a unirte a uno u otro grupo en el campo son fortuitas.

            En 2006, en Colombia pocos entendían la complejidad de la desmovilización de miles y miles de autodefensas. Para la mayoría de intelectuales de izquierda colombianos los autodefensas desmovilizados eran paramilitares y punto, eran asesinos y su mejor argumento en contra de este rubro del proceso de paz era tan bueno que, si uno tiene un poquito de humanidad, es imposible que no se te revuelva el estómago: “¿por qué un tipo que se dedicaba a matar gente va a ganar más plata que un obrero honesto que nunca ha empuñado un arma?”

            Y era cierto: los programas de reinserción de ex-autodefensas incluían que su sueldo, una vez que trabajaran como civiles, fuera varias veces más que el salario mínimo colombiano.

            Y aún así no les alcanzaba.

--No, parce, esto es muy duro: lo que me pagan es una miseria—me dijo otro corpulento muchacho que trabajaba de mesero en un restaurante de lujo.

--¿Pos cuánto ganabas antes?

            Ganaba varios miles de dólares al mes.

III.

En 2006, a un año de que el congreso aprobara la Ley de Justicia y Paz que facilitó el proceso de desmovilización iniciado en 2002, el problema con los ex-autodefensas era éste y el problema con la opinión pública no relacionada con los autodefensas era el otro. Cuando hablaba con algún extranjero interesado en el conflicto colombiano, algún chico europeo bienintencionado o un mexicano lector de La Jornada, el principal problema era tratar de explicarle que autodefensa no era necesariamente igual a paramilitar, que había habido muchos grupos y bloques con historias, entrenamientos y relaciones distintas con el gobierno colombiano, que no era lo mismo Ramón Isaza que Salvatore Mancuso o Jorge 40, que ni siquiera se dejara llevar por el nombre porque el Movimiento de Autodefensa Obrera estuvo con las guerrillas y no con las posteriores autodefensas como las AUC que, y esto era lo más complicado, las razones que llevaron a cada campesino a unirse a uno u otro grupo armado muy poco o nada tenían que ver con la ideología.

            Entonces ellos rebatían con el atroz e infame partido de fútbol con cabezas humanas en El Salado, los vínculos con las compañías bananeras trasnacionales o con los cárteles del narcotráfico. Y sí, todo eso también era cierto.

            Igual que era cierto que las FARC-EP desde 1979 habían anunciado que usarían los recursos de la siembra de coca para financiar el movimiento.

            Pero para 2006 la prensa, sobre todo la extranjera, llevaba unos 30 años de análisis maniqueos: guerrilleros buenos vs. paramilitares (autodefensas) malos. Había estudios minuciosos sobre las diferentes guerrillas y sus subdivisiones (incluidas discusiones sobre si el Mono Jojoy en realidad obedecía o no a Tirofijo, o si la Columna Móvil Teófilo Forero actuaba como una guerrilla radical independiente) y muy muy poco sobre los diferentes grupos de autodefensas (de hecho, la mayor parte de la información que tenemos hoy día proviene de las “versiones libres” que dieron los propios ex-autodefensas durante su desmovilización). Así, los extranjeros que llegaban por dos días para hacer “investigación de campo”, llegaban creyendo que lo sabían todo y salían corroborándolo. Pero los que se quedaban meses comenzaban a entender lo mismo que los que llevaban años: comenzaban a entender que no entendían un carajo.

            Para finales de 2006 se habían desmovilizado más de 30,000 autodefensas.

IV.

Más de 30,000.

            Cientos de miles de muertos.

            20 años del Decreto Ley 356 que dio marco legal a las Cooperativas de Vigilancia y Seguridad Privada para la autodefensa agraria.

            35 años del anuncio público del uso de los recursos de la siembra de coca para financiar el movimiento por parte de las FARC-EP.

            46 años de la Ley 48, primer fundamento legal para la organización y promoción de los grupos de autodefensa en Colombia.

            50 años de la fundación de las FARC.

            ¿Usted cuántos años tiene?

            Un proceso de paz que no acaba y desmovilizaciones que no culminan pues luego de las AUC han surgido diversas organizaciones, como las Águilas Negras, los Urabeños, los Rastrojos y un largo etcétera.

            Por suerte, como dice John M. Ackerman, “México no es Colombia”. Acá no hay imágenes sacras católicas ni en la UdeG, la BUAP o la UANL y yo, por supuesto (como decía en el artículo anterior) no sé ni qué, ni quiénes, son las autodefensas mexicanas.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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