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Alejandro Páez Varela

27/01/2014 - 12:00 am

Atrapados en el lodazal

¿Quién puede dedicarse a secuestrar, mutilar, atormentar, asaltar y explotar a sus vecinos durante años y años y cobrarles cuotas por perdonarles la vida? ¿Quién puede arrebatarles sus propiedades, robarles a sus hijas y a sus esposas con el fin de violarlas, de humillarlas, de reducirlas a nada y asesinar, y vivir en la opulencia […]

¿Quién puede dedicarse a secuestrar, mutilar, atormentar, asaltar y explotar a sus vecinos durante años y años y cobrarles cuotas por perdonarles la vida? ¿Quién puede arrebatarles sus propiedades, robarles a sus hijas y a sus esposas con el fin de violarlas, de humillarlas, de reducirlas a nada y asesinar, y vivir en la opulencia –con dinero de ésos otros explotados– a unas cuantas cuadras de las oficinas administrativas del gobierno y frente a los cuarteles de la policía y/o del ejército? Los mismos de siempre, dice la Historia: los enfermos de poder que han comprado todo; los impunes.

¿Quién puede adueñarse de ranchos, carreteras, caminos, puentes y edificios y tener un ejército privado que secuestra, atormenta, asalta, explota y cobra cuotas, arrebata propiedades y se lleva a las mujeres de los más desprotegidos para violarlas, humillarlas, reducirlas? ¿Quién puede adueñarse de vidas y haciendas? ¿Quién puede sacarle renta a los privados, a las empresas y más: a los mismísimos presupuestos del gobierno? ¿Quién puede imponer candidatos a puestos de elección popular, vetar políticos, matar a los que no se someten y mantener en el poder a los que se inclinan o son parte de lo mismo y colaboran en el reparto de la riqueza que generan esos otros explotados? ¿Quién? Sólo los que han comprado el poder; los que han reducido al Estado a una mera sombra debilucha, enclenque, sin voluntad.

Alguien se pregunta, mirando al cielo y levantando las manos, cómo es posible que los líderes del crimen organizado han llegado a estos niveles en México. Nos hacemos locos. El hombre es el hombre y siempre habrá quién quiera someter a los otros para vivir de ellos. La respuesta no está, nunca, en los criminales: son lo que son. La respuesta está en los corruptos: por ellos, por su amor al dinero y su moral de sátrapa, cientos de miles de ciudadanos viven esclavizados.

Por eso creo que Michoacán será el Vietnam de Enrique Peña Nieto, como lo fue de Felipe Calderón. Todos los planes (o “acuerdos”, o como quieran llamarle) no van a servir para un carajo si no se atacan las raíces: si no van a prisión los corruptos encubridores y si no se le hace sentir a los ciudadanos que existe un Estado. Los criminales crecen en las rendijas, como la mala yerba: se enquistan y enraízan en donde se debilitan las estructuras. Crecen en donde el Estado no existe; en las poblaciones más abandonadas, más pobres, menos beneficiadas... y que son, por lo regular, el voto duro del PRI. Sí.

No digo nada nuevo. Nunca hay fórmulas nuevas.

Todas las estrategias, todas, van a fracasar en Michoacán o en cualquier parte de México si no se combate la pobreza, se abren oportunidades a los más vulnerables, se hacen carreteras, se levantan escuelas y hospitales, se educa, se sana, se da empleo y se termina con el abandono histórico. Todas las estrategias van a fracasar, todas, si en Michoacán no se mete a prisión a los políticos, a los policías y a los militares que evidentemente cerraron los ojos por comodidad o porque agarraron dinero de los criminales. ¿Para qué nos hacemos locos?

Los grupos de autodefensa nos demostraron, hace dos semanas, que los que secuestran, mutilan, atormentan, asaltan y explotan a sus vecinos durante años y años y les cobran cuotas por perdonarles la vida; los que arrebatan propiedades, roban a las hijas y a las esposas de los ciudadanos con el fin de violarlas, de humillarlas, de reducirlas a nada; esos mismos que asesinan, viven en la opulencia a unas cuantas cuadras de las oficinas administrativas del gobierno y frente a los cuarteles de la policía y/o del ejército.

Para qué nos hacemos locos. El crimen organizado en México es del mismo tamaño que las autoridades corruptas. Así de sencillo.

No veo, entonces, cómo piensan ganar en Michoacán, o en cualquiera otra parte de México.

Felipe Calderón creía que entrenando y certificando policías podía rescatar a los pueblos de sus verdugos. Mentira. ¿Cuánto puede resistir un agente, por más entrenamiento que tenga y más certificados que acumule si sus superiores le ordenan cerrar los ojos o, peor, le reparte del dinero que genera la corrupción bajo la consigna del plomo o plata? ¿Cuánto tiempo puede durar un engrane dando vueltas en sentido contrario antes de que los otros engranes le vuelen los dientes?

Calderón creía que llenando el país de cuarteles de policías federales y soldados iba a poder intimidar a los criminales. Mentira. Allí está Michoacán.

Peña Nieto cree que mandando miles de federales a los pueblos abandonados por el Estado (sin empleo, sin carreteras, sin hospitales, sin escuelas) puede rescatar a los ciudadanos de los criminales. Mentira.

Si la estrategia del gobierno federal sigue por el mismo camino, el Presidente que viene deberá volver a operar en la emergencia: cuando los criminales brinquen a su antojo sobre los ciudadanos más vulnerables, y sobre las empresas y sobre el Estado mismo.

Michoacán, como muchas zonas de México, fue el pantano de Calderón. Y lo será, también, de Peña Nieto. Criminales siempre habrá, desgraciadamente. Someterlos depende de un Estado fuerte. Y un Estado fuerte no es el que tiene más policías y soldados en las calles; es el que responde a los ciudadanos: el que les da empleo, educación, salud; el que castiga de manera ejemplar a los corruptos.

Y eso, desgraciadamente, no estamos viendo en Michoacán ni en las otras partes de México que viven una emergencia.

Así que preparémonos para vivir atrapados en el lodazal muchos años más, desgraciadamente. Atrapados en nuestro propio Vietnam.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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