Hace unos años el primer ministro de Israel Shimon Peres declaró que la televisión ha hecho a las dictaduras imposibles, pero a las democracias insufribles. Si bien la posibilidad de que toda imagen pueda ser transmitida (y todavía más con el apoyo de la tecnología como los teléfonos inteligentes) hace que poco permanezca oculto del escrutinio público, el predominio de las imágenes sobre los mensajes cambia e incluso banaliza las noticias.
Sin embargo es incuestionable la necesidad de diversificar las fuentes de información, de tal forma que el ciudadano pueda hacerse su juicio a través del contraste de medios y mensajes. Nos guste o no, vivimos en un mundo donde el bombardeo de información llegó para quedarse.
En esta dinámica los órganos legislativos se han visto obligados a establecer sus propias estructuras para, al menos, transmitir las sesiones del Pleno y comisiones. Las experiencias han sido desiguales en cuanto a su éxito, pero ha habido aprendizajes.
Veamos lo que ha sucedido en otras partes del mundo con sus experimentos en materia televisiva, en el marco de la reciente creación del canal de televisión de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, que será transmitida en la frecuencia 21.2 del canal digital Capital 21, concesionado por el Gobierno del Distrito Federal.
¿Qué ha pasado con las televisiones parlamentarias?
Partamos de un hecho: por más infraestructura que puedan tener, los canales de televisión legislativos nunca competirán con las grandes cadenas de televisión, toda vez que se enfocan a un público restringido. Esto es, pocas personas tenemos el interés para sintonizar esas estaciones y por lo general lo es por motivos de trabajo.
Esa es la razón por la que todos los canales legislativos, desde el C-SPAN del Congreso de Estados Unidos hasta el Canal del Congreso en México, son transmitidos por televisión de paga. Cierto, cuando surgen estos experimentos lo legisladores suelen emocionarse e incluso piden pasar a las señales abiertas, pero esto es poco factible y no sería rentable siquiera económicamente.
Los órganos legislativos comenzaron a transmitir sus sesiones desde que apareció la televisión. De hecho las primeras experiencias fueron en el Reino Unido durante los años sesenta del siglo pasado. Dada la situación de ese país (no se pueden introducir las cámaras de televisión al edificio, por miedo a que se escondan ahí bombas), el Parlamento se ha encargado de los manejos de cámaras.
¿Han sido exitosas las transmisiones? Esa pregunta es capciosa. Por una parte las cámaras han transmitido imágenes que son comunes en todo el mundo: curules vacías, gritos y pullas en el Pleno y peleas entre legisladores, las cuales poco han ayudado a mejorar la imagen de las asambleas como originalmente se hubiera deseado.
También es cierto que los legisladores, al saberse observados por las cámaras, cambian sus actitudes y comienzan a buscar la declaración o desplante que los coloque en el noticiario “Triple A” de la noche. En sistemas parlamentarios, los días de preguntas al gabinete se convierten en momentos de gran histrionismo y escándalo, de tal forma que las comparecencias del primer ministro británico han llegado a ser retransmitidas en los Países Bajos como programa cómico. Incluso no se podrían explicar anécdotas como la máscara de puerquito de Marco Rascón o al gran fenómeno mediático que fue Gerardo Fernández Noroña durante la pasada legislatura si no hubieran cámaras de televisión.
Sin embargo no hay que olvidar que algunos legisladores son conscientes de las cámaras al momento de posicionar sus puntos de vista. Durante la discusión de algunas reformas el año pasado varios diputados y senadores del PRD señalaron durante sus intervenciones que deberían aprovechar las transmisiones para poner claros sus posicionamientos, aun sabiendo que serían “mayoriteados”: las transmisiones también pueden servir para enriquecer el debate público.
La televisión parlamentaria como herramienta de transparencia
Si la cobertura de los canales legislativos no es amplia y al parecer la existencia de las cámaras ayuda poco a mejorar la calidad de los debates, ¿para qué deberían servir? La respuesta es precisamente para transparentar el funcionamiento y actividades de las instituciones, de tal forma que los individuos se involucren más con lo que en su interior ocurre.
Esto implica que las sesiones del Pleno y de las comisiones sean abiertas al público salvo que el presidente determine lo contrario, fundamentándolo debidamente. También que haya espacios donde los legisladores intercambien sus puntos de vista sobre los diversos temas de la agenda pública. Todo esto deberá incluirse en los portales electrónicos, tanto la transmisión en directo como los archivos.
Y sobre todo, el manejo de las imágenes y contenidos necesita ser institucional: no deberá ser escaparate para partidos o individuos.
Mucha suerte a la Asamblea Legislativa con su experimento.