Darío Ramírez
16/01/2014 - 12:00 am
De medios de comunicación a MP
El disenso o la protesta son actividades no deseables para cualquier gobierno. Son aquellas voces que señalan, critican y se oponen. En esa democracia de lo políticamente correcto, de los buenos modos y buenas costumbres, las voces estridentes, groseras u ofensivas cada vez encuentran menos lugar, a pesar de tener el amparo de la ley. […]
El disenso o la protesta son actividades no deseables para cualquier gobierno. Son aquellas voces que señalan, critican y se oponen. En esa democracia de lo políticamente correcto, de los buenos modos y buenas costumbres, las voces estridentes, groseras u ofensivas cada vez encuentran menos lugar, a pesar de tener el amparo de la ley. En otras palabras, abrazamos la diversidad de ideas pero siempre y cuando no sean estridentes. Abrazamos la crítica siempre y cuando sea constructiva y propositiva. Aquel disenso que esté amparado en las buenas costumbres, entonces, encuerarse, tatuarse, encapucharse, gritar ofensas, vestir de negro y todas las demás válidas protestas son la escoria de la democracia. Es la protesta no deseada y repudiada por los que guardan el orden, por los que cooptan ideas subversivas, por los que insisten que el sistema ahogue el grito o la marcha de protesta.
La diversidad de opiniones o posiciones políticas únicamente se ve bien en el papel. En la realidad es otra cosa. El aparato de inteligencia se dedica con cómodo ahínco a revisar quiénes son esas voces, quiénes salen a la calle, quiénes organizan un grito tumultuario o cualquier acción de desobediencia civil. El Gobierno de la Ciudad se ha puesto a trabajar en este sentido. Hoy se nos hace normal el “encapusulamiento” de grupos disidentes, algunos compuestos de menos de cien personas, merecen una presencia de mayor número de granaderos. Hoy, por lo tanto, la protesta de grupos calificados como anarcos, rijosos o cualquier otro calificativo en el DF debe de ir acompañada de una amplia escolta del cuerpo de granaderos. Ahí están los belicosos, señala el gobierno, ahí están los que no entienden la democracia, ahí están de los que debemos proteger a la Ciudad. El gobierno local pasa de garantizar un derecho a atemorizar a quienes ejercen un derecho.
Vaya “Ciudad de la Esperanza”, vaya “Ciudad en Movimiento”.
En el equilibro de los poderes, la carencia de respeto por la disidencia en el DF, la ausencia de su mensaje de ser un Ciudad diferente al resto del país, de ser la aliada de izquierda que busca incorporar y dar espacio a voces de disenso, es de las noticias más preocupantes al iniciar el segundo año de Peña y de Mancera. La oposición de facto del Gobierno de la Ciudad hoy está ausente. Las similitudes entre ambos gobernantes cada día son más evidentes, por lo menos en este aspecto. Hoy, lo que necesita esta Ciudad es claramente distinguirse, ser respetuosa de derechos fundamentales, actuar cada vez menos en defensa de si misma y más con evidente apertura al respeto constitucional del disenso.
La Ciudad es el epicentro del debate sobre marchas y protesta. De ahí la importancia que la posición del Gobierno de la Ciudad sea política y respetuosa de los derechos humanos, y no asumir una posición adoptada en las barricadas del cuerpo de granaderos. La afectación a un derecho fundamental, como es el de la protesta, cuando salen declaraciones como las de Luis Rosales Gamboa, subsecretario de Operación Policial comentó en entrevista que “la orden es que ningún grupo social, político o campesino pueda ingresar a la plancha del Zócalo”. El inverbe funcionario afirma que en el zócalo capitalino se prohíbe la manifestación sobre temas sociales, políticos o campesino. Puede ser todo menos una declaración inocua, insignificante o pasajera. Es un ejemplo inequívoco que la Ciudad cambió para mal.
Las autodefensas en Michoacán, armadas con armamento de grueso calibre (de aquel que no se compra en cualquier tienda de autoservicio) salen a la luz pública. Demasiadas preguntas surgen sobre su razón de ser, su capacidad de salir a la calle armados hasta los dientes sin ser aprendidos por la autoridad (toda vez que el delito es grave). Traigo a colación esto porque la utilización de los aparatos de inteligencia de las autoridades debe de rendir cuentas. ¿Perseguimos a todo encapuchado que grite en Reforma, pero dejamos que civiles se armen hasta los dientes? ¿Los gritones e irreverentes son la verdadera preocupación de la seguridad nacional y no los civiles armados con armas largas? Entonces la consigan es: Usas capucha y gritas letanías anarcas eres enemigo del estado. Sales en colectivo con armas largas y la respuesta gubernamental es…vamos a ver qué hacemos contigo.
Los principales actores generadores de información son las autoridades. El periodismo batalla, día con día, en deshebrar la cierto de lo falso, de corroborar la información emitida. O por lo menos, eso deberíamos esperar del periodismo. ¿Qué pasa cuando son los medios la vocería de las autoridades? La respuesta es simple: pierde la sociedad su derecho a la información.
El problema de la democracia se agrava cuando periodistas usurpan las labores de ministerio público. O cuando arrojan información sin la afirmación de sus fobias hacia movimientos sociales. Es decir, una salvaguarda al lector no estaría de más. Los ejemplos son innumerables, pero aquí algunos. El periodista-MP Ricardo Alemán quien se erige como único entendedor de la realidad y coadyuvante del ministerio público. O bien adulador de políticas simplistas y autoritarias. O bien, diarios relevantes que sin el mínimo trabajo periodístico dan por cierto el vsínculo de organizaciones civiles con la guerrilla. Mal haríamos en pensar que solamente fue un error periodístico. La estigmatización, criminalización de grupos disidentes es el lugar común de diversos medios de comunicación. Inequívoco el placer que sacan de colocar un titular como: “Arraiga PGR a 2 anarquistas canadienses” , se ataca dos temas. Los extranjeros tóxicos, es decir, solamente los mexicanos podemos hablar de nuestros severos problemas. Los colombianos secuestran, los brasileños organizan protestas como el #posmesalto, y los canadienses son anarquistas. El discurso xenófobo arraigado en los medios y en la comunicación social del GDF.
Dos puntos centrales se abordaron en este texto. La transformación de la política de GDF sobre voces de disenso. Preocupante para una sociedad que busca consolidar su democracia a pesar de las minorías. Y el papel de algunos medios de comunicación que alejados de su razón de ser toman en sus manos la persecución de esas voces que claramente no están siguiendo el guión que las autoridades sugieren.
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