La farsa norteamericana

02/01/2014 - 12:00 am

Estábamos en Estados Unidos hace unos días, pasando las vacaciones familiares cuando mi hermana tuvo un accidente y necesitábamos inyectarle un medicamento. Recorrimos las calles de un pueblo montañés de Nevada buscando infructuosamente una farmacia que nos vendiera una jeringa, pues teníamos el medicamento que llevamos desde México recetado por el médico. Nada, ninguna farmacia nos quiso vender el adminiculo de salud. El argumento de los farmacéuticos es que debíamos ir a un doctor pues vender jeringas sin receta norteamericana es un peligro.

Sí, claro, pensé mientras manejábamos por las calles del noroeste de Nevada (con la preocupación por el sufrimiento de mi hermana y las clínicas privadas cerradas por Navidad), sólo en este país está absolutamente prohibido vender una jeringa indispensable para la salud de una persona, pero en menos de ocho horas puedes comprar un arma para asesinar a alguien; no puedes beber hasta los 21 pero a los 18 ya puedes asesinar enemigos con el ejército. El prohibicionismo en la venta de jeringas en ese país está directamente relacionado con un discurso moralino respecto a las drogas. Aparentemente el gobierno norteamericano cree que los usuarios de drogas inyectables van a dejar de usar narcóticos por falta de acceso a la jeringa. En realidad lo que sucede es que el intercambio de este instrumento y de las agujas para introducir la droga en el torrente sanguíneo, causa una gran cantidad de contagios de VIH, Hepatitis y otras infecciones bacteriales y virales.

Hay algo en la cultura norteamericana que me inquieta cada vez que visito este país, generalmente por trabajo. Las calles de San Francisco repletas de personas sin hogar, particularmente de veteranos de guerra de todo el país, abandonados por el estado una vez que le fueron útiles para matar e imponer la ideología del excepcionalismo norteamericano, ese que dice que esa nación es la única en el planeta con las características para convertirla en el líder, el policía, el salvaguarda de la paz mundial; la fábrica de guerras más poderosa del mundo. Resulta inquietante que todo el discurso norteamericano sea a la vez tan moralino y tan violento, tan crítico del exterior y tan opaco sobre su realidad al interior. Los medios de los Estados Unidos en general pueden discutirlo todo abiertamente, pero llegada la hora de tomar partido la mercadotecnia patriotera gana siempre la partida. Sí, porque los norteamericanos repiten insistentemente que son el país de los inmigrantes, tierra de las oportunidades y luego (otra vez la danza esquizoide) en los hechos son los más grandes y crueles expulsores de inmigrantes. En su historia han erradicado por todas las vías posibles a los pueblos originarios de esas tierras, contra quienes cometieron genocidio, les enviaron sigilosamente a “reservaciones de tribus” por no llamarles guetos, y sólo les son útiles para vender joyería en Nuevo México o para vender la leyenda del Llanero solitario y su fiel amigo un noble indio piel roja.

Son el país que genera más retórica semi-poética respecto a las libertades y el progreso individual de una ficticia tierra prometida que mantiene endeudado a todo el mundo, que les vende lo que no necesitan y les prohíbe lo que les hace falta en realidad. Fustigan a otros países sobre la falta de liebrtades, cuando en realidad la NSA  persigue y espía periodistas como si fueran enemigos rusos. Hollywood y las grandes televisoras han sido y siguen siendo las grandes promotoras de esa falsa imagen sólida de guerreros indestructibles, soldados que sacrifican su vida por la libertad de su patria (a costa de las libertades de otras patrias). El país que más adictos a drogas tiene en el mundo y el que más ha invertido para fomentar guerras contra las drogas en América Latina. Nada escuchamos sobre los miles de laboratorios de drogas de diseño instalados desde Arizona hasta Dakota del Norte ¿dónde está la guerra contra las drogas que ellos producen? Nadie puede responder porque en Colorado ya se vende la mariguana legal para recreación, mientras Washington sigue vendiendo armas y enviando expertos para eliminar sembradíos desde México hasta Colombia.

Los Estados Unidos de Norteamérica se mantienen unidos justamente porque sólo han sido capaces de mirar hacia fuera, eso sí lo han logrado estupendamente. Su puritanismo les ayuda a pasar la vida criticando lo que hacen los otros países y personas, advirtiendo de riesgos casi siempre falsos o fomentados por el Pentágono, impidiendo que se solidifique una cultura de paz que eduque a sus ciudadanos a buscar negociación de conflictos en lugar de guerras destructoras. Son la democracia que con mayor consistencia se ha negado a proteger los derechos humanos dentro de su territorio y en los que ha ocupado por la fuerza. Son el país que se negó a firmar el tratado de Kyoto para abatir el calentamiento global. Son el país donde los banqueros de Wall Street –como dice Galeano- son los más peligroso y exitosos asaltantes de bancos, porque roban, les devuelven y los perdonan aunque dejen en la ruina a millones.

Y sí, que hay cosas buenas, sin embargo esta construcción ilusoria de la perfección, del liderazgo a prueba de balas resulta insoportable y dañina al interior y al exterior de ese país.

Tal vez, dijo un sobrino, sólo comprando un arma para asaltar una farmacia podríamos conseguir una jeringa. Sólo reímos, no somos capaces de nada parecido. Por fin al día siguiente encontramos un hospital abierto; mi hermana fue hospitalizada, la cuenta de casi treinta mil dólares fue absorbida por su seguro de viaje. Luego, volver a casa, donde la realidad es más tangible.

Lydia Cacho
Es una periodista mexicana y activista defensora de los Derechos Humanos. También es autora del libro Los demonios del Edén, en el que denunció una trama de pornografía y prostitución infantil que implicaba a empresarios cercanos al entonces Gobernador de Puebla, Mario Marín.
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