Carta en el primer año de mi hija

01/01/2014 - 12:00 am

Cada año nos enseña algo, Alicia. Y este año nos recordó que todo puede estar peor, siempre. Sé que suena terrorífico lo que estoy diciendo y seguro también te dirán que hay que ser positivos y tener esperanza. Por supuesto. Pero aunque seamos alegres y tengamos mucha esperanza en un mundo mejor,  tampoco hay que olvidar que todo aquello que damos por sentado puede desaparecer si no lo cuidamos, si no trabajamos por mantenerlo.

Obviamente, conservar y mejorar lo que tenemos es un trabajo de todos. Pero hay que empezar por uno mismo.

En primer lugar, sabiendo que no es gratis, que puede desaparecer. Porque así evitamos caer en la tentación de creer cosas como “es que nada puede salir peor” o “cualquier opción da lo mismo”. Te parecerá curioso, pero la gente que llega a esas conclusiones es gente grande, con muchos años: como tus papás. Y es gente de cualquier lugar del mundo. En España, por ejemplo, pensaron eso, ganó el Partido Popular y ahora ven los españoles que no sólo su situación económica sigue igual o peor, sino que también han perdido muchos de los derechos ciudadanos que ya tenían, derechos por los que habían luchado por más de un siglo e, incluso, se cierne sobre ellos la amenaza de volver a las prácticas de uno de los regímenes más atroces que han vivido en su historia moderna.

En segundo lugar es muy importante no acostumbrarse a una vida confortable. Mejor aún: no creer que mantener ese confort es lo único y lo más importante. En Estados Unidos, por ejemplo, donde su sociedad ha resaltado por defender la libertad individual y la propiedad privada, ahora ven cómo esos mismos derechos individuales han desaparecido tal vez por muchos años y, si antes era un delito federal que alguien leyera tu correspondencia, ahora es una práctica común del mismo gobierno y, a quienes lo han acusado, ahora los persiguen como criminales. A esta gente grande que permitió eso, le dijeron que era “por su bien”, “por su seguridad”, y se lo creyeron.

En tercer lugar, hay que tener muy claro que los políticos, los presidentes, diputados, senadores y demás, no son tus papás. Aunque te hablen con frases muy similares a las que usamos nosotros, Alicia, no son nosotros. Te dirán, como dije, “es por tu bien”, como cuando te insistimos en que te tienes que acabar tu papilla. Te dirán, “es por tu seguridad”, como cuando te decimos “a la boca no”. Te dirán que “los resultados son a largo plazo” o que “eso servirá para el progreso de México”, como cuando te digamos, imitando a tus abuelos y bisabuelos, “cuando crezcas lo entenderás” o “después me lo vas a agradecer”. Pero no, ellos no son tus papás, ellos no te conocen ni te quieren ni les importas, simplemente utilizan el lenguaje paternal porque saben que todos recordamos a nuestros padres diciéndonos las mismas cosas. Y funciona, funciona para conseguir lo que ellos quieren.

En cuarto lugar,  sabiendo quién eres y de dónde vienes. Lo más seguro es que cuando entres al kínder y comiences tus estudios fuera de casa, continúe esta moda de hacerte creer que sólo lo que es “divertido” vale la pena. No les hagas mucho caso, Alicia. Hay cosas que son divertidas y son fantásticas pero hay otras que no son divertidas pero son necesarias, esenciales. Por ejemplo, si quieres ser genetista, te tendrás que memorizar los ciclos del lactato y del ácido cítrico y no, no será tan divertido como ir a bailar: pero ir a bailar no te hará genetista. Y habrá que dejar de ir a pachanguear algunas veces para ponerse a estudiar. De forma similar, defender tus derechos tampoco será especialmente divertido y tendrás que renunciar a otras actividades que sí lo sean, pero será necesario, esencial, no sólo para que mejore tu calidad de vida y la de tu sociedad sino para que ésta no empeore como nos pasó este año.

¿Y quién eres y de dónde vienes, Alicia? Quién eres lo tendrás de descubrir tú, pero te puedo contar un poco de dónde vienes. Naciste en una de las pocas familias privilegiadas de este país que tienen casa propia (chiquita, tal vez, como ya lo descubrirás cuando empieces a correr de un lado a otro, pero es una casa) y carrito (ahí donde te duermes felizmente viendo pasar las luces de los arbotantes); es un Chevy, tal vez te dirán luego que es un carro de nacos, que somos pobres. No les hagas caso, somos parte de ese mínimo porcentaje de mexicanos que vivimos con más de cuatro salarios mínimos al mes. En esta ciudad, en Puebla, aquí donde naciste, más de la mitad de la población gana menos de dos salarios mínimos. Por supuesto, hay gente mucho más rica: millonarios y multimillonarios. Pero si sólo te comparas con ellos, no sólo vas a perder la perspectiva de dónde estás sino que también es muy probable que te pongas muy triste y te sientas desafortunada, incluso puedes volverte rencorosa. Peor aún, y ése es el punto de esta carta, vas a pensar que no puedes estar peor. Y sí se puede.

Ahora somos privilegiados, Alicia, somos fresas, muy fresas. Y llegar a esto les costó su trabajito a tus padres. Tu mamá ya te contará su vida. Yo te puedo decir que a tu papi le tocó pasar hambre y frío y no tener casa. Hambre de no comer cosa alguna en un día entero y no saber si iba a comer algo al día siguiente, o al otro, o al otro, o la próxima semana. Frío de esperar a que saliera el sol para calentarse un poco y no saber si al día siguiente iba a ser lo mismo o iba a estar peor o, por fin, iba a conseguir un techo donde dormir. También estuvo a punto de morir de una diarrea, así nomás, porque algo le cayó mal a la pancita y no tenía para la medicina. Es horrible saber que te puedes morir de una enfermedad, no sólo curable, sino extremadamente común y pasajera si tienes el dinero. Pero, por supuesto, tu papá tuvo mucha suerte y hartos amigos que lo ayudaron muchísimo, un chingo, y le dieron de comer varias veces, le regalaron ropa y cobijas, le dieron posada e, incluso, lo llevaron al hospital y le pagaron sus medicinas.

Eso es una maravilla, Alicia, hay gente muy buena en este mundo que te puede ayudar cuando las cosas salen muy mal. Pero también es bueno que sepas quién eres y de dónde vienes para que veas todas las posibilidades que tienes tú para ayudar a los otros, para que conozcas aquello que cambiaron los que te precedieron. Por ejemplo, tus bisabuelos y tatarabuelos estuvieron en la Revolución Mexicana y arriesgaron su vida para que nosotros tuviéramos derechos laborales. Tus bisabuelas fueron sufraguistas y por eso tu mamá puede votar cuando hay elecciones. Tus abuelos tomaron las calles para que hubiera libertad de culto y la democracia fuera un hecho y, sí, más de una vez fueron encarcelados nomás por repartir volantes de un partido de oposición. Sin embargo, por desgracia, en los últimos años y más aún en éste, se han venido dando una serie de cambios que llaman “reformas” y van eliminando los logros de tus abuelos, bisabuelas y tatarabuelos. No los hemos podido parar, tal vez porque pensamos que era imposible volver al pasado (aquí o en España o en Estados Unidos o en buena parte del mundo), porque pensamos que no podíamos estar peor.

Siempre se puede. Lo bueno es que a tus papás y a su generación ya les va quedando claro, Alicia, porque vuelve el miedo de una devaluación económica de ésas que dejaron con nada a tus abuelos. Ya vamos cayendo en cuenta de que hay que estar al pendiente y leer historia para defender nuestros derechos y luchar por mejores condiciones sociales. Por mi lado, para que tú no pases hambre, ni frío, ni exista el riesgo de que mueras de una diarrea. Para, como dice la canción de Jara, “que nadie escupa sangre pa’ que otro viva mejor”.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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