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Darío Ramírez

19/12/2013 - 12:00 am

México como territorio Toluca

Un informado periodista me dijo hace unos días: “lo que quiere hacer Enrique Peña Nieto es convertir a México en territorio Toluca”. La frase me dejó intrigado de entrada, pero tuve que pedirle a mi interlocutor que me diera más pistas para descifrar tan avasallante afirmación. Continuó “quieren gobernar como se gobierna el Estado de […]

Un informado periodista me dijo hace unos días: “lo que quiere hacer Enrique Peña Nieto es convertir a México en territorio Toluca”. La frase me dejó intrigado de entrada, pero tuve que pedirle a mi interlocutor que me diera más pistas para descifrar tan avasallante afirmación. Continuó “quieren gobernar como se gobierna el Estado de México…” –ahí comencé a entender lo que me quería decir- “(…) mira, en el Estado de México no hay una sociedad civil organizada que defienda derechos humanos, la mayoría de las organizaciones son patito o bien cooptadas por partidos políticos; no hay prensa libre e independiente que ausculte al gobierno en turno, la prensa es parte del aparato gubernamental; las instituciones como la comisión estatal de derechos humanos está completamente controlada por el ejecutivo; es uno de los estados con mayor grado de opacidad y corrupción; y tienen tan tenaz aparato de propaganda que temas de interés público nacional, como los asesinatos de mujeres, difícilmente son colocados en los medios nacionales”.

La idea del periodista me dejó intranquilo. Sin ser una teoría política probada, los elementos empíricos de su dicho hacían que conforme pasaban las horas iba entendiendo mejor lo que quería decir sobre el futuro que nos puede espera como país. Está claro que hay diferencias contundentes entre gobernar el Estado de México y la nación. El gobierno local jamás ha visto alternancia y los controles del PRI han sido férreos.  En México, por el otro lado, podemos encontrar varios de los elementos a los cuales hizo referencia el citado periodista.

Mientras sucedía esta reflexión, el Congreso de la Unión –comandado por el PRI y PAN- cambiaba la historia de México. Pulverizaban uno de los temas tabús e intocables, así como el barco insignia del líder más importante de izquierda: Andrés Manuel López Obrador (hoy sumamente diezmado política y médicamente). La inesperada ausencia y silencio de López Obrador, en el momento más importante de su causa política, es una devastadora coincidencia (si es que esto fue). Lo que se extrañó en el momento crucial de la historia de México fue esas voces dialogando, contrastando de cara a la sociedad. Pero parece que siempre pedimos lo mismo y siempre la realidad nos golpea afirmando que esos son sueños guajiros, en México la política se hace entre políticos y punto.

¡Y vaya!  El heredero de la lucha petrolera, Cuauhtémoc Cárdenas, se limitó a dar una conferencia de prensa con tibios mensajes opositores a la privatización de PEMEX. Dudo realmente que el ingeniero pensara que con su labia iba a poder ser un actor relevante durante ese delicado momento. O qué decir de los perredistas que optaron por darle infinitas vueltas al Ángel de la Independencia. Nuestra oposición señores, nuestra oposición.

La desaparición de López Obrador evidenció lo fracturada de nuestra pobre e inocua izquierda mexicana. Tal vez tendría que refrasear, no evidenció, eso lo sabíamos. Más bien el costo político e histórico de esa realidad fue muy caro. Todo fue demasiado fácil. Algunos han corrido a decir que así es la democracia. Que uno elige a sus representantes al Congreso y estos disponen. Ahí está un partido político de izquierda incapaz de hacer una verdadera oposición. Todo pareció demasiado fácil, como si fuera una puesta en escena. Como si México fuera territorio Toluca. Sin oposición, con medios alienados y una sociedad civil débil e inoperante.

Lo importante es reconocer que nuestra tan joven democracia ha nacido con una enfermedad terminal. Por doce años tuvimos la oportunidad de curarla para que creciera sana. Sin embargo, como país preferimos mantener el mismo sistema político que se incomoda con las libertades de la ciudadanía, con medios independientes y con debates abiertamente democráticos. El punto es que jamás hemos vivido en un sistema de libertades, hemos avanzado en algunos aspectos políticos y sociales, pero nunca un sistema basado en la igualdad y libertad. El autoritarismo al parecer es lo nuestro. O bien no es lo nuestro sino de aquellos que se sienten cómodos con ello.

Hoy debemos de preguntarnos ¿qué sigue después de nuestra enferma democracia? Vaya ha quedado claro sus limitaciones y vicios, no es cuestión de interpretación. ¿No debemos ya comenzar hablar de la post democracia? Vaya, claramente debemos de tomar un nuevo camino porque si la esperanza son los partidos políticos que cual veletas cambian sus políticas y se mantienen lejos de su electorado, iremos perdiendo libertades; y el gobierno o los gobiernos irán consumando su control cuasi absoluto.

Vivimos en una democracia del poder para el poder y la ciudadanía de ornamento. Pero queda claro que las autoridades se sienten más cómodas gobernando en la opacidad, sin prensa y sin sociedad civil organizada que haga su trabajo de contrapeso. La habilidad de las autoridades es ganar el discurso público y mediático, tienen los medios y los conductos. Es crear una narrativa, como la que puso ayer El Universal en su primera plana… el que protesta es radical.

Pero México no es Toluca. Hay una amplia población que seguiremos participando en nuestra democracia (por más enferma que esté), y desde ahí, seremos críticos y defensores de lo que hemos ganado. De eso va la verdadera democracia.

Hasta el próximo año.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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