Ya desde 1990, en Reino Unido se decía que la cárcel era la forma más cara de “malear” a la gente, y de conseguir que personas que en su momento pudieron haber cometido un delito menor, hicieran cosas que ni ellos se imaginaban que serían capaces de hacer.
En México y en muchos otros países, se tiene el dicho de que las cárceles son las mejores universidades del crimen, escuelas que al Estado y a todos sus contribuyentes les representa una carga tanto económica como social.
En la gran mayoría de los sistemas penitenciarios, con excepción del de los países nórdicos, el costo que implica cada recluso, rebasa el presupuesto dedicado a la prevención o a otros rubros sociales.
Por ejemplo, en México cada interno, cuesta alrededor de $140 diarios, dependiendo si se encuentran en prisiones de las entidades federativas o del gobierno federal, lo que anualmente implica $51,100 pesos. Es escalofriante que esta cifra represente casi el 80% del gasto por alumno de educación superior en la UNAM, el cual es de $64,770. [1] Si se consideran estos gastos como inversiones, claramente la segunda (UNAM) es mucho más redituable para la sociedad que los egresos que se destinan al sistema penitenciario.
La cárcel genera, entre muchos otros efectos, interiorización de la subcultura carcelaria con todo lo que ello implica, posible adicción a las drogas, ruptura de vínculos familiares y sociales, desempleo, odio hacia la autoridad y a la sociedad, alteraciones en la sexualidad, problemas de salud, deterioro del cuidado personal, detrimento de la noción espacio-temporal, problemas de auto estima, trastornos psiquiátricos, ausencia sobre el control de la propia vida, ansiedad generalizada, ausencia de expectativas de futuro, alteraciones en la afectividad, sensación de desamparo, anormalización del lenguaje, sólo por mencionar algunos.
El problema es que el objeto de la misma, “la reinserción social”, es raramente una consecuencia de su uso; la universidad del crimen, como es conocida popularmente, cumple cabalmente con este dicho; pocos son los que salen reinsertados a la sociedad y como bien lo dicen en Reino Unido es una manera muy cara de pervertir, corromper y dañar a una persona.
El sistema penitenciario, además de implicar un gasto enorme para el Estado, no es redituable desde ninguna óptica y esto se puede comprobar con la reincidencia. En Reino Unido la tasa de reincidencia -aunque varía de acuerdo al delito, edad del transgresor y a la duración de la sentencia-, es del 47% en los adultos y del 73% en los menores de edad, lo que implica que reinciden en un plazo no mayor a 1 año de haber salido de prisión.
Pongo el ejemplo de Reino Unido, porque ahí se realizó una comparación entre el costo de prisión y el de las sentencias basadas en trabajos a la comunidad, la cual resultó abrumadora; 34,648 libras (cerca de 800 mil pesos) cuesta cada reo anualmente, mientras que las segundas implican un gasto 12 veces menor, y además, siendo éstas últimas mucho más efectivas que las primeras.
Con todo panorama, y como muchos politólogos, investigadores y teóricos ya lo han mencionado, se debe de utilizar la prisión como último recurso y únicamente como medida para las sentencias más graves; su uso indiscriminado genera únicamente consecuencias negativas y perjudiciales no sólo para los sentenciados sino para toda la sociedad.
@criminologiamex
[1] Fuente: Cuenta Anual 2000-2012, Presupuesto 2013, UNAM.