Después de que en cinco años se asesinaron a 10,500 personas en esta frontera, el trauma post bélico nos afecta a todos los juarenses. Tal vez uno de sus efectos más perniciosos sea que nos hemos acostumbrado a las peores noticias sin indignarnos lo suficiente. Pareciera que se nos hizo una costra en el corazón, y ya puede suceder cualquier tragedia sin alarmarnos. Sólo ponemos atención en lo que a nosotros en lo individual nos pueda afectar: si ahí no murió ningún pariente, decimos “cuanto nos duele” pero no hacemos nada más, salvo lo que hagan los familiares de las víctimas.
Es que el dolor se hace costumbre. Todo mundo nos pregunta cómo está Juárez y nos sugiere la respuesta “mejor verdad”, como que ya nadie quiere oír la retahíla de acontecimientos que siguen ensombreciendo a muchas familias fronterizas. Y nosotros también contestamos “mucho mejor ya pasamos la guerra” y cambiamos de tema a otra tragedia nacional, la eventual eliminación de la selección mexicana del Mundial de Brasil.
No hace un año, se encontraron 13 osamentas de mujeres enterradas en un paraje del desierto colindante con el valle de Juárez. Sólo las familias de las mujeres aun desaparecidas salieron a la calle, y algunas organizaciones de defensa de las mujeres.
Después, a una empleada de un súper mercado la balearon policías municipales; perdió el bebé que esperaba y quedó discapacitada para volver a trabajar. La Secretaría de Seguridad Pública del municipio contaminó la escena del crimen, extravió las armas que se dispararon, dejó libres en su casa por seis horas a dos agentes recién egresados de la academia y después los detuvo y acusó de la agresión, cuando tenían otra ropa, y toda evidencia de que hubieran disparado se había evaporado. Y salvo algunas declaraciones a los medios, el asunto perdió relevancia, hasta que un juez estuvo a punto de liberarlos. El juicio sigue, y ni siquiera las organizaciones pro-mujer han establecido reclamos fuertes de justicia en este caso.
Hace tres meses murió en un enfrentamiento con la policía uno de los responsables del narcotráfico en la frontera, con el Valle de Juárez. Hay una gran opacidad en cuanto a las circunstancias de su muerte, pero lo más grave vino después: una cruenta lucha por el control de esa franja de tierra colindante con Estados Unidos por 100 kilómetros de largo. Tres asesinatos masivos, el más grave fue el de 10 beisbolistas que celebraban el triunfo de su equipo, en Loma Blanca. Salvo algunos comentarios en las estaciones de televisión, todo está en paz.
Días después la ciudad se inundó, como cada vez que llueve en esta frontera. Algunas casas se vinieron abajo y vehículos se destruyeron. Todo se volvió un caos y lo único que hicimos los juarenses fue esperar a que pasara la emergencia para regresar al trabajo normalmente y platicar nuestras desdichas con un tono festivo de aventura superada...
Nos aumentan el cinco por ciento del IVA a un millón de consumidores finales, muchos de los cuales están en la línea de pobreza y sólo un grupo de empresarios protestan y hacen marchas, porque además les cobrarán impuestos a la industria maquiladora, y sienten que se rompen los acuerdos de crearles un paraíso fiscal a estas empresas a cambio de que renten o compren las instalaciones fabriles a los 20 (si veinte) dueños de la ciudad, y saquen ganancias millonarias de unos 200 mil operadoras y trabajadores a cambio de 700 pesos mensuales. Pero en el clímax de la protesta explota una empresa maquiladora, productora de dulces “Blue Berry”: dos muertos, un desaparecido y más de 20 lesionados de por vida por las graves quemaduras sufridas.
Estas muertes se suman a las más de 60 mil víctimas directas de la guerra de los cárteles y las pandillas; a los lesionados graves se les atenderá en otras ciudades, pues hace diez años en Juárez se cerró el único piso de medicina especializada en el tratamiento de quemados que había en el Hospital General, y no se ha vuelto a instalar aunque tenemos un millón 300 mil habitantes.
Ciertamente que en algunas áreas hemos logrado abrir espacios de participación ciudadana y que el nuevo presidente municipal no se ve tan feroz como el anterior que nos dejó una deuda del 66% del presupuesto de egresos anuales de la ciudad.
Ciertamente que evitando cargarnos de estrés vivimos mejor, pero el mar de insensibilidad que cubre a la ciudad nos produce una gran desazón. Tal vez será, como dije al principio, sólo otro síntoma del síndrome de post guerra que cae sobre una población que ha sufrido más de lo tolerable.
Por lo pronto, la federación ya decretó que en Juárez ya no pasa nada, y que por lo tanto no necesita apoyos extraordinarios, y que es tiempo de ser tratados poco peor que a los poblanos, a los yucatecos o, mejor aún, como a mis apreciados defeños.
Por eso a veces dudo y me consuelo, tal vez son los síntomas de los males de salud mental, tal vez estemos sufriendo alucinaciones fantasmales de un pasado doloroso que no podemos olvidar.