I. Una pandilla de chamacos
El Festival Internacional Cervantino y el CEFERESO 12 están haciendo historia. Primero fue el Ballet Folclórico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y ahora, este domingo 13 de octubre, tocó el turno al que ha sido considerado el mejor cuarteto de cuerdas de México, los ganadores del Grammy en 2012, el Cuarteto Latinoamericano.
Salimos a las siete de la mañana, con los violines, la viola, el violoncelo y todas las bromas que la camadería de treinta y un años trabajando juntos pueden lograr. Cuantimás si se trata de tres hermanos -Arón, Álvaro y Saúl- y un gran amigo, Javier. Y mejor aún si se trata, como se trataba, de ir a dar un concierto en una prisión federal. Usted imagínese: el humor negro estaba a la orden del día, que si iban a tocar sólo “fugas”, que si El rock de la prisión, que si uno de ellos se quedaba dentro, bueno, podían continuar felizmente como el Trío Latinoamericano.
El Cuarteto ya había tocado antes en alguna cárcel, pero nunca en México, nunca como cuarteto. La experiencia más cercana había sido cuando fueron a tocar a los albergues que se instalaron después del terremoto del '85.
Pero las bromas y el buen humor venían, sí, de las circunstancias pero también de que los cuatro músicos comenzaron a tocar desde niños y, tal vez por eso, uno tiene la sensación de estar conviviendo más con una pequeña pandilla de chamacos que con cuatro eminencias musicales. Muy probablemente el más bromista sea Javier y; el más serio, Álvaro. Pero se dan cuerda los unos a los otros: ni para qué les cuento lo que sucedió cuando se me ocurrió confesarles que no había alcanzado a bañarme.
II. Los relicarios de las maravillas
“No tiras tu ropa porque te recuerda tu historia”, me dijo una vez mi mujer y era cierto, aunque yo no me hubiera dado cuenta, “si vivieras más tiempo en un solo lugar sí la tirarías, por ejemplo: esa camisa que está toda rota”. El Cuarteto Latinoamericano da giras por medio mundo cada año. Y, aunque eso de estar viajando y dando conciertos puede sonar maravilloso cuando uno es joven, se puede complicar un poco cuando se tiene familia, cuando eres padre. ¿Qué cargan consigo los músicos en sus estuches?: cargan su vida, toda su historia.
Al llegar al CEFERESO hubo que pasar los controles de seguridad. Y estos incluyen dejarlo todo, pasar sólo lo indispensable: los instrumentos en su estuche y las partituras. Así que fueron saliendo los recuerdos, las fotografías de los hijos cuando eran niños, de las parejas, de los hijos cuando ya son grandes, la credencial de uno de ellos cuando era estudiante, jovencísimo, las pequeñas cosas que uno guarda en los viajes, las que te recuerdan quién eres, las que tienen que estar contigo para no sentirte solo: aunque estés con tus amigos, con tu pandilla.
Por alguna razón que desconozco, en el CEFERESO son muy susceptibles a las fotografías: no puede pasar ni una sola.
También debe de haber historias extrañísimas de gente que finge que está enferma, puesto que nos dilataron muchísimo debido a que la anfitriona del Cuarteto, de parte del Cervantino, traía un catéter para hemodiálisis.
- La tiene que revisar la doctora, dijo un guardia.
-¿Y no será que también me pueden hacer a mí un chequeo, creo que traigo un poco altitos los triglicéridos?
III. Como un estadio
Uno puede decir que es agnóstico, cientificista, que uno sólo cree en lo que ya ha sido probado por la ciencia. Pero si uno va al estadio, a ver a su equipo favorito, y se marca un penalti en el minuto 90 con el partido empatado: uno siente. Uno siente que el estadio reverbera, que sube como oleadas de júbilo, que sube toda la esperanza como espuma. Y el estadio se hincha, se transporta.
El Cuarteto comenzó tocando, como es su costumbre, y al terminar la Arón tomó el micrófono para contar que había sido una pieza de Ponce, para presentar al grupo y para anunciar que la siguiente era, nada más y nada menos, que la composición de Astor Piazzola llamada “Libertad”.
El estadio.
Más de trescientas cincuenta personas, internos y guardias, personal de limpieza y de cocina, directivos. Todos. Más de trescientas cincuenta personas para quienes la palabra “libertad” tiene todo el peso y toda la profundidad debida: la que debe de tener siempre, la que luego olvidamos cuando estamos acostumbrados a vivirla.
Libertad.
El estadio.
La emoción de todos hasta enchinar la piel y aguar los ojos.
Libertad.
Y el tango que es el tango y sube con el júbilo.
IV. Un abrazo
“Pensé que se iban a ver más malos”, me dice la anfitriona del Cervantino, “pero hay varios muy guapos, ése de allá se parece a Rafa Márquez”.
El concierto sigue. Arón explica los diferentes sonidos de los instrumentos, como la chicharra en el violín. Tocan un popurrí de los Beatles y los internos tamborilean en las sillas, en las piernas.
La anfitriona no le despega los ojos a “Rafa Márquez”, quien sí, efectivamente, está guapo.
Luego viene un popurrí de boleros que los internos van cantando, recordando en cuanto identifican. Es como un reencuentro. Mejor:
-Me imaginé que estaba en una carne asada con mi familia, tranquilo—diría después uno de los internos.
Y vinieron los aplausos al final del popurrí. El Cuarteto se despidió pero no le duraría mucho la despedida: apenas habían terminado de bajar del escenario cuando el coro de “otra, otra” los hizo volver para finalizar con otro tango. Saúl fue el primero en darse la vuelta para regresar a tocar. Álvaro, el que quizá sea el más serio, era ya el más sonriente de los cuatro.
“Rafa Márquez” miraba en intervalos al Cuarteto y a la anfitriona del Cervantino. Fue el primero en hablar cuando Arón los invitó a hacer preguntas.
Otro de los internos preguntaría: “¿puedo darles un abrazo?” Por supuesto. Y yo me imaginé que la anfitriona quería, por lo menos, preguntarle lo mismo a “Rafa Márquez”.