Salvador no pudo ser salvado

29/09/2013 - 12:01 am

La semana pasada un interno de un reclusorio de Jalisco fue asesinado por uno de sus compañeros; la supuesta razón: una deuda de 500 pesos que como no había sido saldada desembocó en una muerte.

Pintemos lo que probablemente fue su historia: trato de pensar en Salvador Ventura, un joven de 26 años, quien como estaba en un reclusorio preventivo es probable que ni siquiera hubiera sido declarado culpable y se encontrara ingresado únicamente como procesado, sin que la ley le hubiera comprobado su culpabilidad del delito por el que estaba acusado: robo.

Como la mayoría de los presos de la República Mexicana –me atrevo a decir que casi el 70%–, podría haber robado cantidades ínfimas menores de tres mil pesos, pero como no pueden pagar una fianza para enfrentar su proceso en libertad, tienen primero que pasar hasta dos años para ser sentenciados y luego estar encerrados por años.

Por estadística, Salvador podría provenir de una familia con escasos recursos y tener la escolaridad mínima obligatoria sino es que secundaria trunca. Su oficio antes de entrar a la cárcel: obrero, albañil o algún otro trabajo en el que ganaba el salario mínimo el cual tenía que alcanzar para alimentar, vestir, educar y dar techo a sus dos hijos y probablemente también a su esposa.  (Según datos del INEGI, las ocupaciones laborales tanto de procesados como de sentenciados del fuero común, registrados en el 2011, eran en su mayoría antes de entrar a prisión, artesanos y obreros, comerciantes, trabajadores agropecuarios y ambulantes.)

Con una fuerte desigualdad de oportunidades, es muy seguro que Salvador hubiera sido discriminado al momento de pedir trabajo o de intentar superarse, primero por su manera de hablar –la cual es la primera causa de discriminación en México–, después por su color y/o estatura y por sus deficientes contactos sociales (palancas).

Por diferentes factores causales –no justificables pero entendibles–, Salvador en algún momento pensó en robar algún artículo de alguna tienda como Walmart, las cuales en cada de una de sus columnas y paredes nos recuerdan su política de cero tolerancia con unas nuevas estampas que dicen algo como: ¡Alto zona de riesgo!

Cuando Salvador fue ingresado al penal no pudo pagar fianza, y tal vez ni siquiera contaba con el dinero para poder pagarles a los custodios e internos y así conseguir un espacio donde dormir. Durante semanas tuvo que hacer la fajina –trabajos degradantes e inhumanos que los nuevos reos tienen que hacer como castigo de no tener desde cinco pesos diarios para corromper a autoridades y a compañeros por lo que tienen que realizar estas actividades hasta que se rebelan o encuentran alguna forma de pagar esta cuota–.

Pudo haber trabajado para otro interno lavando y planchándole la ropa, cocinándole o prostituyéndose a cambio de 15 o 20 pesos diarios. De los cuales tenía que hacer un guardadito para cuando su esposa e hijos fueran a visitarlo, tanto como para darles para el camión de regreso así como para pagar los 20 pesitos para que pudieran entrar, 10 para poder sentarse en una mesa y otros 10 para que su esposa pudiera pasar comida y le pudiera dejar enseres de limpieza como jabón, pasta de dientes, así como ropa para el diario. Sin tomar en cuenta sus gastos diarios en alimentación, celda y pase de lista.

Salvador convivió con muchas personas dentro de la misma celda, tal vez hasta 30 personas más en un espacio diseñado para seis. Al principio dormía encima de la taza sanitaria sobre una madera en cuclillas y conforme fue ganando su lugar pasó a amarrarse de los barrotes para poder dormir un poco más estirado y ya cuando lo mataron había logrado dormir completamente horizontal sobre un piso plagado de cucarachas, ratas y chinches que no lo dejaban de molestar durante toda la noche.

Convivió con internos procesados tanto por delitos del fuero común como del federal; desde un violador, secuestrador, homicida, narcotraficante, pederasta. Hizo grandes redes de amistades que a diario le comprobaban que por lo menos dentro de la cárcel se tenía que vivir en la ilegalidad y que la corrupción es la mejor forma de adaptarse a la vida que le esperaba intramuros.

Un día se enfrentó a algún problema económico al que no pudo hacer frente, tal vez una extorsión por parte de las autoridades o de alguno de sus compañeros; una enfermedad de alguno de sus hijos; el reclamo de su esposa de alguna deuda que ella adquirió porque el dejó de percibir el sueldo que tenía cuando estaba en libertad; el pago de algún "trámite" para agilizar su juicio, etc. Se le hizo fácil y le robó a su compañero de celda un billete de 500.

El Estado que lo encerró, cuando tendría que haberle proporcionado las herramientas para poder vivir en libertad bajo la legalidad; el Estado que permitió que los demás internos lo sobajaran a menos que un animal; ese mismo Estado que se tardó dos años en procesarlo. El Estado que a través de sus custodios corruptos manoseaba a su esposa cada vez que lo iba a visitar y desnudaba a sus dos hijos para ver que no trajeran droga escondida, ese Estado no pudo velar por su seguridad física y de cierta forma permitió que, contrario a su nombre, Salvador no pudiera ser salvado de la inercia y de las injusticias de nuestro México querido.

@criminologiamex

Mercedes Llamas
Doctoranda en Gobierno y Administración Pública por el Instituto Universitario Ortega y Gasset de la Universidad Complutense de Madrid, Maestra en Criminología y Política Criminal por el INACIPE y Licenciada en Educación Especial en Infracción e Inadaptación Social por la Escuela Normal de Especialización.
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