Privaticemos todo

04/09/2013 - 12:01 am

Ahora que andamos bien emocionadotes con eso de las reformas y privatizaciones. Aquí unas cuantas ideas para que los muchachos de las cámaras se pongan a trabajar relinchando de gusto.

Privaticemos las playas, que a fin de cuentas nuestros diputados ya lo hicieron para limpiarlas de nacos, de nosotros.

Privaticemos el aire, pues de todos modos sólo los barrios ricos tienen árboles.

Privaticemos el agua, que al fin y al cabo el agua limpia, el agua para tomar, ya es privada.

Privaticemos los recuerdos, que ya de por sí, contentotes, les regalamos nuestras fotos y “estados de ánimo” a un puñado de compañías de las redes sociales.

Privaticemos el correo, pues ya vimos que a nadie le importa que las agencias de inteligencia lean nuestras cartas, ¡es por nuestra seguridad, carajo!

Privaticemos nuestros datos personales, ya qué más da si de todas formas los venden las compañías telefónicas, de correo y de redes sociales.

Privaticemos el manejo de residuos peligrosos, qué le hace, si nomás son peligrosos.

Privaticemos de una vez todas las especies, en subasta, para sacar harto varo, pues de todos modos las compañías de biotecnología internacionales, de semillas genéticamente modificadas y anexas, ya lo están haciendo.

Privaticemos los ejércitos, que ya las guerras de Iraq y Afganistán han demostrado que los contratistas, los mercenarios, son la mejor opción: tan buenos como las autodefensas colombianas, los paramilitares centroamericanos y otros lindos muchachos.

Privaticemos a la policía, que ya sabemos que son unos corruptos y, por lo menos, las compañías del aeropuerto de la Ciudad de México ya nos demostraron que ellos sí son rete-nobles.

Privaticemos los servicios ambientales, pues el cambio climático no lo podemos dejar en manos de gobiernos mediocres, ¡es por el bien de la Madre Tierra!, ¡de nuestros hijos!

Privaticemos la salud, hagamos una cruzada en contra de los médicos tradicionales y los tecitos de la abuela, porque ellos no saben nada y nunca igualarán a las compañías farmacéuticas extranjeras.

Privaticemos la electricidad, en sistema prepago, como los celulares, para que la gente se eduque y consuma sólo lo que paga.

Privaticemos las estaciones del año, que ya las empresas nos dicen cuando es primavera/verano y otoño/invierno.

Privaticemos la educación, porque ya vimos que la educación laica y gratuita no sirve para nada.

Privaticemos también el suministro de agua a las casas, con medidores electrónicos que la corten automáticamente, para que aprendan a cuidarla.

Privaticemos el mar porque, seamos sinceros, los pobres no tienen para yates.

Privaticemos el Banco de México, porque los bancos privados siempre funcionan mejor y el país requiere la eficiencia financiera que sólo nos pueden dar los bancos extranjeros.

Privaticemos los barrios, que ya de por sí así se están construyendo, con garitas y plumas y rejas, para que no pase nadie que no tiene que pasar.

Privaticemos las calles, porque ya vimos que funciona en el DF y el Estado de México: que pague una cuota todo el que quiera usarla.

Privaticemos la política, que a fin de cuentas los partidos son sólo grupitos de unos cuantos.

Privaticemos el Sol, sincho, como el Sr. Burns, el de Los Simpsons, ésa sí que es una gran idea.

Y ya entrados en gastos, también podemos privatizar los parques, las peregrinaciones a la Virgen de Zapopan, los matachines, las banquetas, los bosques y el desierto, las nubes y el agua de lluvia, todas las estrellas y todas las palabras. No se desanimen, muchachos, aún les queda mucho por hacer.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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