Supongamos que a usted no le gusta estudiar. Y digo, supongamos, porque usted está leyendo esto, pero imagínese que no le gusta ni leer ni estudiar y tiene 13 años. Mejor aún, como hij@ primogénit@ de una de esas millones de familias mexicanas que viven en la pobreza, usted está muy conciente de que lo que requieren en su casa es varo.
Y sí, usted es buenísim@ para hacer varo.
Ha vendido chicles, mazapanes y pulseritas. Consiguió unos hules y se puso a limpiar vidrios a la salida de clases. Trabajó de “cerillito” en el súper más cercano. Se agenció unos botes y la hizo también de viene-viene y, por supuesto, cada vez que hay vacaciones se va usted a chambear de peón, asistente, milusos, repartidor, garrotero y demás en algún changarro de la familia o de los vecinos.
Es buen@ para las matemáticas, faltaba más. Pero estudiar no es lo suyo y, como el más pequeño de los tres cochinitos, quiere ayudar a su pobre mamá.
Entonces se detiene un día, ahí en la azotea después de colgar la ropa en los lazos de plástico, y se pone a pensar en su futuro.
Advierte que está en secundaria y que es prácticamente imposible obtener una chamba legal diferente a las que ha tenido. Peor aún, muchas de las que ha tenido las ha hecho de forma ilegal debido a su edad.
Recuerda el nuevo calendario de la SEP y se da cuenta de que ahora ni siquiera podrá trabajar en verano porque, prácticamente, las vacaciones se han reducido tanto que ni chance habrá de conseguir jale. Peor aún, su secundaria entró en ese programa maravilloso de Escuelas de Tiempo Completo y tendrá que pasar 8 horas en las aulas.
Piensa que puede dejar la secun y meterse de chofer (total, justo aprendió a manejar en el tractor del primo de su cuñado) pero recuerda que a su tío Pancho le pidieron el certificado de preparatoria para entrar de repartidor de refrescos. También a su tía Eulalia que entró de cajera en el súper donde usted la hacía de “cerillito”.
Y hace cuentas: tres años para terminar la secundaria, luego otros tres para terminar la prepa. Y entonces, por fin (porras, cánticos victoriosos, aleluyas), podrá usted conseguir un fabulantástico empleo de salario mínimo. ¡Yeah! ¡El mismísimo paraíso!
Sonríe ahí en la azotea de su casa. Pero recuerda también a un vato de la cuadra que le ofrece estar en la esquina, tranquilo, con un celular que él mismo le dará, viendo que nadie extraño entre al barrio. Le ofrece de dos a tres salarios mínimos sólo por ver e informar, por estar de “halcón” pues. Y puede empezar hoy mismo.
¿Qué hace?
Olvídese de moralismos fresas y responda sinceramente: ¿qué haría?
Ésa es una de las consecuencias desastrosas de la Reforma Educativa. Ojalá que nuestros genios de la Secretaría dejen de pensar sólo en numeritos que nos harían ver bien ante la OCDE y se den cuenta en qué país viven.