La idea de justicia: una fábula Sen

24/07/2013 - 12:01 am

Imagine que tenemos tres niños y una flauta de madera –dijo Ismael Serageldin, director de la biblioteca de Alejandría, durante la Nelson Mandela Lecture de hace un par de años, y continuó contando su versión de una fábula de Amartya Sen–. Dos de esos niños, un niño y una niña, son ricos y tienen muchos juguetes, el otro es pobre. ¿A quién deberíamos de dar la flauta?

Quienes promueven la igualdad como justicia social responderían de inmediato: ¡Al niño pobre!

Pero, momento, la niña levanta la mano y dice que ella ha estudiado música desde su más tierna edad y que es sumamente virtuosa, que ella sería quien más provecho le podría sacar a la flauta (y, efectivamente, le prestamos la flauta y corroboramos que la niña toca de maravilla). ¿Deberíamos de dársela?

Quienes promueven el apoyo al talento, al mérito, como justicia social responderían de inmediato: ¡Por supuesto, a la niña!

Pero el tercer niño levanta la mano y afirma que él la hizo, que es el fruto de su esfuerzo, que él horadó la madera e hizo los hoyitos y todo. ¿Se la damos a él?

Quienes promueven la propiedad o la autoría como justicia social responderían de inmediato: ¡Por supuesto, él la hizo!

Ahí terminaba al fábula en la versión de Serageldin. Pero nosotros podríamos incluso decir que hay una cuarta niña, que es pobre e indígena, y que afirme que a ella le corresponde la flauta porque, a parte de ser pobre, su sociedad ha sufrido el despojo sistematizado desde hace más de 500 años y, además por ser niña, también ha sido víctima de segregación de género a lo largo de la historia. ¿Se la damos a ella?

Por supuesto, quienes promueven la llamada acción afirmativa como justicia social dirían que sí.

La fábula de Amartya Sen, Premio Nobel en Economía en 1998, no pretende que reflexionemos sobre cuál es la opción correcta o la mejor opción entre todas ellas, sino que reflexionemos sobre la idea de la justicia. O, mejor dicho, sobre las ideas de la justicia.

Las cuatro aquí presentadas son igualmente válidas: la justicia por igualdad, por mérito, por propiedad o retribución histórica. Tres de éstas serían de izquierda pues promueven “el mayor beneficio para el mayor número de personas”. Pero, incluso la opción más de derecha, la justicia por propiedad, también podría caer dentro del ámbito de la izquierda contemporánea pues si no garantizamos el goce y beneficio del esfuerzo y trabajo propio, ¿qué estímulo estamos dando para que mejore la sociedad en su conjunto?

Lo curioso aquí es que, por un lado, si uno es partidario de una opción tendrá una serie de argumentos que son inconmensurables con los de las otras opciones. Es decir, no hay discusión racional posible porque los argumentos de uno no son comparables o conmensurables con los argumentos de los otros. ¿Por qué? Porque todos los argumentos se basan en la esperanza, en el futuro. Aquel que está a favor del mérito (digamos, porque es casi una niña genio y ha estado becada toda su vida) considerará que la mejor opción es la suya porque, a futuro, a todos nos irá mejor si apoyamos a l@s geni@s (como ella) pues l@s geni@s podrán hacer muchísimas cosas de las que tod@s disfrutaremos. Aquel que está a favor de la justicia por igualdad puede argumentar, entre muchas otras razones, que es preferible una sociedad igualitaria pues la desigualdad genera violencia (y entonces el niño pobre sin flauta terminará asaltando a la niña genio). Y aquel que está a favor de la acción afirmativa, de la retribución histórica, puede argumentar que es imposible saber si dentro de su comunidad (de escasos recursos e históricamente oprimida) hay algún niño genio, que deberíamos promover darles las oportunidades para averiguarlo.

Esperanza.

Futuro.

Y lo mismo en el caso de la justicia por propiedad pues, como mencioné, sus partidarios dirán que si no se respeta este tipo de justicia, en un futuro, nadie tendrá alicientes para trabajar.

¿Por cuál irse?

También resulta curioso, por otro lado, que la noción de justicia o, mejor dicho, que las nociones de justicia varían a lo largo de nuestra vida dependiendo de las condiciones a las que nos presentamos. Una misma persona, en diez o dos años, o en un mismo día, puede pasar de una noción de justicia a otra sin que le parezca que ha incurrido en una contradicción: por la mañana puede quejarse porque “no le reconocen” sus méritos en la empresa (esto es, porque no tiene ningún privilegio gracias a estos) y en la tarde quejarse de que aquellos que tienen más que él no lo repartan. Más aún, por la noche puede afirmar que a su hija no le dieron el empleo sólo por ser mujer mientras él sería incapaz de trabajar codo a codo con una persona indígena.

El problema es que todos nos sentimos profundamente agraviados cuando creemos que somos objeto de una injusticia.

Así, si sólo se promueve uno de sus tipos, podemos garantizar que será un fracaso descomunal, pues todos nos sentiremos traicionados en algún momento dado y terminaremos convencidos de que el sistema no funciona. Por lo tanto, el reto es lograr un esquema en donde puedan coexistir los diversos tipos de justicia de la mejor manera.

¿Cómo hacerlo? El único método que tenemos es el de prueba y error. Pero mucho ayudaría empezar por admitir que nuestras nociones de justicia son múltiples y que todas son correctas, para no enfrascarnos en discusiones bizantinas que no lleguen a ninguna parte.

¿Y usted, a quién le daría la flauta?

¿Cómo le haría para que convivieran de la mejor manera los diferentes tipos de justicia en México?

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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