Entre el lodazal electoral y las especulaciones sobre la supervivencia o no del Pacto por México, apenas se habla que en dos de los 14 estados que tendrán elecciones competirán candidatos independientes. Aunque ya existían estas figuras al menos hasta 2007 y se tenían incluso algunas experiencias exitosas en la materia, en esta ocasión están reconocidos en la Constitución Política federal.
Al día de hoy la mayoría de los estados ya reformaron o están reformando su normatividad electoral en la materia. A nivel federal la negociación está sujeta a dos restricciones: la primera, el acuerdo de los partidos a tratarlo o no en alguno de los periodos extraordinarios que tendrán lugar antes de septiembre. La segunda, si se hará en el marco de una supuesta reforma electoral mayor que incluiría un código electoral nacional.
Cierto, el transitorio de la reforma electoral de 2012 estableció un plazo para que estuviese lista la legislación secundaria que expiraría en agosto. Sin embargo esta norma es imperfecta al no ser vinculatoria. La verdadera fecha límite en todo caso es el 30 de junio de 2014, antes de que inicie el año electoral si la intención es que sean operantes a nivel federal en 2015.
Aprovechemos la oportunidad para hablar sobre la figura de los candidatos independientes en lo general y lo que está sucediendo en México.
¿Para qué sirven los candidatos independientes?
Primero lo básico: necesitamos concebir a las candidaturas independientes como lo que son en los países donde existen: una figura que, al abrir la competencia electoral a personas que –por razones diversas– no serían nominados por un partido, libera tensiones entre la ciudad y de esa forma brinda legitimidad al sistema.
El ingreso de candidatos independientes a las competencias políticas ha hecho que los partidos tengan que aclarar y enriquecer sus planeamientos y ofertas; especialmente en temas clave para el ciudadano. Por ejemplo, tenemos los casos de Ross Perot y Ralph Nader para las elecciones presidenciales de 1992 y 2004 en los Estados Unidos, quienes orillaron a los partidos Demócrata y Republicano a mejorar sus plataformas y estrategias de comunicación.
Sin embargo esta figura, por sí misma, no mejora el desempeño de una democracia. A decir verdad, sus alcances son más limitados que lo que se nos quiere hacer creer.
En primer lugar los candidatos independientes no necesariamente son mejores funcionarios que quienes cuentan con el respaldo de un partido. Por cada caso exitoso, como sería Antanas Mokus – quien fue electo alcalde de Bogotá, Colombia, en dos ocasiones e instrumentó un programa exitoso de participación ciudadana –, se tienen muchos más donde ganan espacios de representación personas que se postulan a manera de protesta contra la política, como la Cicciolina en Italia durante los años noventa del siglo pasado.
O peor: bajo ese mismo discurso “ciudadano” se ha llegado a elegir a personas que terminan deteriorando aun más el funcionamiento de la democracia, como Alberto Fujimori en Perú.
Muy al contrario, la experiencia ha mostrado que los candidatos “políticos” al menos tienen el respaldo institucional de un partido, lo cual favorece la rendición de cuentas –algo que no sucede con los “independientes”–.
A final de cuentas van a competir por un cargo de elección popular aquellas personas que tienen una ambición pública, y en el caso de los independientes aquellos que no les interesa o no llegaron a tener acomodo en un partido. Ningún sistema electoral puede garantizar que lleguen al poder las “mejores personas”, si acaso se puede definir eso con anterioridad. Sin embargo la competencia continua por un mismo puesto puede hacer que permanezcan las más aptas.
Una democracia funcional requiere de contrapesos y controles que ayuden a limitar las deficiencias de la naturaleza humana. Esto significa que los políticos no tienen una fibra moral muy distinta a la nuestra. Creer que un candidato independiente va ser distinto por no pertenecer a un partido no corresponde al pensamiento religioso, en el sentido de que se espera a un salvador. La política requiere de ciudadanos que vigilen constantemente al poder mientras defienden sus intereses.
En segundo lugar, la experiencia ha mostrado que los candidatos independientes son exitosos fundamentalmente en cargos ejecutivos y – preferentemente – de carácter local. Esto se debe a que tienen la capacidad de instrumentar una agenda clara y tienen recursos económicos para llevarla a cabo. Además, cuentan con un fácil reconocimiento y familiaridad por parte de la ciudadanía en el caso de presidentes municipales.
Al contrario esta figura no arroja resultados positivos cuando se trata de legisladores “independientes”, pues los órganos de gobierno y los procesos de toma de decisiones son controlados por los partidos.
Lo anterior no significa que los institutos políticos se hayan “adueñado” las asambleas, como diría el discurso “ciudadano”. Más bien, un órgano legislativo moderno sólo puede gobernarse a través de grupos que, de una forma más o menos predecible, garanticen la conducta de sus miembros. Recordemos que los partidos se crearon precisamente para resolver este problema de acción colectiva.
Por lo tanto un candidato independiente a legislador, de llegar a ser electo, estaría sujeto a las decisiones de los grupos parlamentarios con respecto a la asignación de espacios, recursos y lugares en comisiones. Aun más, carecería del apoyo necesario para que prospere cualquier iniciativa que llegue a presentar. Esto significa que su gestión sería poco más que testimonial.
Cabe hacer dos acotaciones a este punto. La primera: existen en todos los órganos representativos legisladores registrados como “independientes”. Esto no significa necesariamente que sean “ciudadanos” –incluso en la mayoría de los países no entenderían ese término–. Muy al contrario, son personas que militan en paridos locales y que no reúnen el número suficiente para conformarse como grupo parlamentario. No obstante, colaboran con los partidos nacionales con quienes comparten identificación ideológica.
Segunda acotación: en México ya hemos tenido experiencias de “legisladores independientes”. Y han demostrado ser personas con ambiciones políticas claras que usan el membrete de “ciudadano” para legitimarse. El ejemplo más famoso fue Marcelo Ebrard Casaubón durante la LVII Legislatura (1997-2000).
Hacia 1996 Ebrard había renunciado al Partido Revolucionario Institucional. En 1997 fue postulado por el Partido Verde Ecologista de México como candidato plurinominal. Una vez en la Cámara de Diputados, accedió a las comisiones bajo las cuotas de poder que le tocaban al PVEM, aunque manteniéndose “independiente”.
Durante su gestión fue un legislador activo en el tema del rescate bancario – entonces Fobaproa – por lo que, bajo presiones del PRI, el PVEM lo retiró del tema en 1999. Para ese momento Ebrard ya había participado en la fundación el Partido del Centro Democrático, del cual llegó ser candidato a Jefe de Gobierno del Distrito Federal en 2000, renunciando antes de las elecciones a favor de Andrés Manuel López Obrador. Lo demás es historia conocida.
Por último, y sin importar las buenas intenciones que llegue a manifestar un candidato “independiente” durante su campaña, de ser electo actuará según las reglas del juego. Y si éstas fomentan el amateurismo, la improvisación, el cortoplacismo y la irresponsabilidad al no existir mecanismos de rendición de cuentas como la reelección inmediata, van a dar los mismos resultados que los legisladores y alcaldes “políticos”.
¿Qué sucede en los estados?
Actualmente hay dos estados donde compiten candidatos independientes: Quintana Roo y Zacatecas. En el primero buscan tanto ayuntamientos como asientos en el Congreso. En el segundo sólo ayuntamientos. Las tablas muestran sus nombres. Las cuentas de Twitter se consiguieron gracias al tuitero Candi-Independientes (@candidatosinde).
De acuerdo a los medios, entre los candidatos hay muchos ex militantes de partidos. Eso, como se vio arriba, es natural. Dejemos para las películas de Cantinflas al espontáneo que, con la mano en el corazón, dice que desea meterse a la política y aguantar todo lo que eso conlleva por “vocación de servicio”.
En todo caso corresponde al ciudadano revisar las plataformas, evaluar y votar. Cada quien hace lo que desea con su voto. Si viven en un municipio o distrito que tenga candidatos independientes, revisen sus cuentas y busquen sus plataformas. Puede que votar por ellos sea tan útil como hacerlo por un gato o un burro. O puede que no. En todo caso estarán informándose sobre las opciones disponibles para sustentar su decisión – y de eso trata el actuar como ciudadano.