Darío Ramírez
06/06/2013 - 6:01 am
El incansable afán de querer regular Twitter
El gran periodista y escritor Roberto Saviano no entiende Twitter. Me queda claro después de leer su reciente texto publicado en El País titulado “Fuera matones de nuestro Twitter”. El periodista italiano, poseedor de una cadenciosa prosa, se escandaliza por la enorme cantidad de insultos que recibe en las redes sociales. Debe ser que soy […]
El gran periodista y escritor Roberto Saviano no entiende Twitter. Me queda claro después de leer su reciente texto publicado en El País titulado “Fuera matones de nuestro Twitter”. El periodista italiano, poseedor de una cadenciosa prosa, se escandaliza por la enorme cantidad de insultos que recibe en las redes sociales. Debe ser que soy un tuitero con pocos seguidores (7,824) en comparación con los de Saviano (438,635) y por esa razón mi piel es mucho más gruesa ante intercambios tuiteros que descansan en los insultos, mofas y burlas contra mi trabajo y mi persona.
Reconozco que los mensajes contra Saviano deben de caerle fatal debido a su situación delicada de seguridad provocada por su acucioso trabajo periodístico. Pero al final son eso, insultos, y su desubicada propuesta de desterrarlos de la red social simplemente debe ser tomada como una señal de hartazgo e impotencia del periodista italiano, pero nada más. O por lo menos eso espero, porque imagino que él mismo leerá su texto en un futuro y se pedirá derecho de réplica.
El debate sobre las expresiones dolientes o incómodas en redes sociales no es nuevo. Como muchas cosas, se divide en dos: los garantistas de las buenas costumbres que buscan desterrar de la red expresiones válidas pero irreverentes por groseras. Basan su argumento en que son consideras poco democráticas e inútiles. Pueden ser ambas cierto, la pregunta es: ¿y qué?
Por el otro lado, los menos democráticos o irreverentes que reconocen la existencia de expresiones ofensivas e insultantes, pero que su existencia se basa en el derecho contenido dentro de los límites a la libertad de expresión. Su conveniencia o aportación a la democracia es, seguramente, poca.
Los relatores de la libertad de expresión y opinión de la OEA y de la ONU han dicho que los límites a la libertad de expresión son los mismos dentro y fuera de la red. Esto lo recuerdo o lo informo a aquellos que buscan sugerir nuevos límites digitales a este derecho fundamental. Entonces, la honra y la reputación se protegen, una vez más, dentro y fuera de la red. El reto sería dejar de sugerir nuevos límites y aprender a convivir con los que tenemos hoy en día.
El Internet ha roto el monopolio de la información a los medios tradicionales. Hoy ya puedes pasar tus días sin recorrer las páginas impresas de los periódicos y alimentar tu información de puros medios independientes o alternativos. Los medios tradicionales controlan cada vez menos la información. Esto gracias al Internet. El tratamiento periodístico de la información sigue siendo su prerrogativa.
Al periodista Saviano le molestan los insultos porque ahora los lee en su timeline. Cualquier persona que lo quiera alagar o insultar ahora puede hacer de manera directa. Es la horizontalidad de la comunicación. Aquellos que antes se podían sentir intocables (políticos, figuras públicas, periodistas, deportistas) si entran a Twitter tendrán que cultivar una piel más gruesa o esquivar comentarios ofensivos. Porque es demasiada arrogancia pensar que a todos les vas a caer bien en Twitter.
Durante las revoluciones de la Primavera Árabe una de las primeras acciones que hicieron los gobiernos en contra de los manifestantes y medios de comunicación fue bajar el switch de Internet. Sabían que la comunicación pasaba por la red. La tentación de los tiranos es limitar el acceso a Internet.
Ahora mismo, durante las recientes manifestaciones en Turquía, el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, ha acusado a los usuarios de redes sociales de promover los disturbios recientes en el país. Dijo: “hay un problema que se llama Twitter”… “ahí se difunden mentiras absolutas”… “Twitter es la fuente de problemas para la sociedad actual”. Y eso que el primer ministro tiene más de tres millones de seguidores en la red. El primer ministro pide control sobre la red o lo ve como una amenaza por su contenido.
Para Saviano los que insulten o no cultiven un lenguaje civilizado deben de ser desterrados. El umbral de la expresión para el escritor debe ser alto para tener cabida en Twitter. El contenido vulgar debe de ser reglado o eliminado. Para uno son llamados a disturbios de la paz social e insultos, para otros son gritos de libertad o incipiente (y tal vez única) manera de alzar la voz. Jamás pensé que se acercarían posturas entre el ministro turco y el periodista italiano.
Desde hace años en Turquía dictaron la prohibición de YouTube como respuesta a que en la página se hallaban vídeos insultantes para la figura de Kemal Atatürk, el fundador de la moderna República de Turquía, algo que es delito bajos las leyes turcas. Los países autoritarios han puesto reglas a la red, reglas basadas en la censura y en el limitado acceso a la información para su población.
Roberto Saviano propone reglas para Twitter (y al mismo tiempo afirma que no busca censura). Dice que la ausencia de reglas ha provocado la “degeneración del medio”. Una de las maravillas de esta red social es la curación comunicativa que cada usuario puede hacer para intercambiar o simplemente conseguir información u opiniones. Sugerir reglas para Twitter es tan absurdo como pedir la adopción de un catálogo de buenas conductas para todos los usuarios. Dicha plataforma digital de intercambios de expresiones en 140 caracteres está protegida por el derecho que salvaguarda la libertad de expresión.
Una vez más, pedir civilidad cibernética como requisito huele un poco a ministros que acusan de mentiras o infundios todo lo que hay en Twitter y lo catalogan de peligroso. Debemos de ser sumamente cuidadosos cuando pedimos regulación de contenido a la ligera. Porque al final, el resultado pueda perjudicar nuestra valiosa libertad.
De ninguna manera niego que un buen debate, con más información que adjetivos, pueda ser más benéfico para intercambiar ideas. Simplemente apelo a que no todo debate puede o debe ser civilizado. Tal vez el insulto a un diputado, o a un político ratero esté bien ganado y el grito digital ofensivo e insultante sea lo único que tiene el ciudadano para mostrar su descontento. ¿También es inválido ese insulto? Al final, seamos francos, es irrisorio e iluso regular los insultos que no trasgreden los límites a la libertad de expresión. Hay que entender un poco más Twitter.
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