El mar se retira kilómetros cada día. El Océano Índico está vivo. Y vuelve por las tardes como los ojos que se cubren de lágrimas y se encharcan, mansito, lentamente, sobre la arena a donde los lugareños fueron a levantar almejas y moluscos para el desayuno, el mar llega a las barcas de colores que quedaron varadas, las de vela latina, y sigue sobre la playa blanca entre los niños que juegan y las telas de las capulanas de sus madres, ondeando o ceñidas, hasta el promontorio de tierra que sostiene a la carretera costera. Es Maputo. Tomo una cerveza obscura sobre una mesa de lámina y miro el mar. No hay un mar como éste en México: dan ganas de correr hasta alcanzarlo, hasta perderse, hasta ser devorado por las aguas y sumergirse en sus fantasmas.
Ésta es una tierra sonámbula que se transforma por las noches.
Vine a Maputo a buscar a Mia y aún no lo he encontrado. Por lo menos ya sé que es hombre y que Mía, supongo, es la versión cariñosa de Emílio, António Emílio Leite Couto, Mia Couto, el escritor mozambiqueño más impresionante que he leído y uno de los escritores del mundo, vivos, que más emoción me han despertado.
Lo leí por primera vez en Estados Unidos, en una antología de Penguin con portada cliché y racista sobre literatura africana: un niño con una metralleta de juguete a la sombra de un militar, Gods & Soldiers, Soldados y dioses, como si en África no se pudiera hablar de otra cosa. Imaginé que era mujer, supe que daba la Cátedra de Ecología en la Universidad Eduardo Mondlane y que se dedicaba a hacer evaluaciones de impacto ambiental. Su texto era un ensayo sobre los lenguajes que no sabemos que sabemos, los lenguajes que tenemos para nombrar al mundo, a las plantas y a los seres, lenguajes intraducibles pero que se sienten: los lenguajes de todos nuestros antepasados.
Termino la cerveza y salgo hacia el hostal para revolver por enésima vez mi mochila en busca del papelito con el teléfono: lo tenía también en un correo electrónico, pero a Gmail le pareció muy extraño que me tratara de conectar desde Mozambique y, “por mi seguridad”, bloqueó mi cuenta.
Breve recorrido por la literatura africana de habla portuguesa
En América se sabe muy poco de África, salvo por Cuba, Brasil y EE.UU., nuestros lazos con el continente son mínimos. Incluso, cuando he hablado de la importancia de tender puentes culturales, no falta la pregunta “¿para qué?”, como si allá no hubiera nada, como si África fuera al vasto territorio de la miseria. Sorpresa: los africanos sienten lo mismo frente a América Latina. Las únicas excepciones son, precisamente, los países de habla lusitana: Angola, Mozambique y Cabo Verde.
La explicación tiene que ver con procesos históricos que se resumen en una frase: los Estados Unidos del habla portuguesa son los Estados Unidos de Brasil. Y es en Brasil donde se dictan modas y tendencias, es la metrópoli (no Portugal). Ahí está el puente, el lazo, diferenciado si se quiere, pero un puente.
La literatura escrita afro-lusitana es reciente y comienza a surgir con las independencias, en los setentas, a la sombra del Boom latinoamericano. En el caso de Mozambique se considera que la primera obra fue el libro de cuentos Nós Matámos o Cão-Tinhoso de Luís Bernardo Honwana, publicada aún durante la época “colonial”, en 1964. Luego le seguirán escritores notables como el propio Mia, João Paulo Borges Coelho y Paulina Chiziane. Cualquiera de ellos ha publicado obras que cambian a sus lectores, que los trastocan y los cimbran (a diferencia de la mayor parte de la oferta editorial ibérica con su caudal de obras flacas y olvidables).
En Angola comienza la publicación literaria poco antes que en Mozambique. José Luandino Vieira publica el libro de cuentos A cidade e a infância en 1957 y, en 1963, al estilo de John Dos Passos o Carlos Fuentes, la obra que pretende ser la obra total de su ciudad natal Luuanda. Después le seguirán João Melo, José Eduardo Agualusa, Gonçalo M. Tavares y Onjaki, entre otros. Y, lo mismo, es difícil leerlos y fingir que no ha pasado nada.
Dejaré a un lado a los escritores de Cabo Verde por cuestiones de espacio (aunque Arménio Vieira ganó el Premio Camões en 2009 y Henrique Teixeira de Sousa fuera un escritor de primera línea), para tratar de responder a una pregunta: ¿por qué son tan buenos estos pelados?
La resaca del mar, la periferia
Toda persona que ha vivido en la costa sabe que hay que temer a la vuelta del mar, a la resaca, que hay que tenerle respeto. Y pareciera que sucede algo similar en la literatura, cuando vuelve la marea desde la periferia, vuelve con tal fuerza que desplaza a los autores del centro.
El fenómeno, auguro, se podría rastrear en cualquier sitio pues las condiciones sociales son similares. Mientras los autores del centro tienen todo a la mano (universidades, bibliotecas, contacto con autores afamados, etc…), los autores de la periferia tienen que ser casi autodidactas. Esto es una desventaja de inicio pues es más difícil recibir consejos enriquecedores, publicar en revistas, convencer a un editor de que te lea, estar al tanto de lo que se está haciendo en el día a día de la literatura, etcétera. Sin embargo, a la larga es benéfico por tres razones. 1) El escritor de la periferia lee a los clásicos (no encuentra nada más en sus librerías y bibliotecas) y aprende de los clásicos en lugar de “aprender” de las novedades y confundirse creyendo que las novedades son obras maestras a lado de La divina comedia. 2) El escritor de la periferia, dada la cantidad de obstáculos que tiene que sortear (nomás imagine al Gabo en Aracataca), tiene que estar harto convencido de que quiere ser escritor pues nadie le va a facilitar la vida sino todo lo contrario, y si algo requiere un buen escritor es estar totalmente convencido de que tiene algo que decir. 3) Como no tiene compadres que le hagan el paro para publicar una novela de calidad regular, el escritor de la periferia tiene que exigirse ser bueno, muy bueno, excepcional, para que alguien en una editorial del centro (ahí siguen todas) se “arriesgue” a publicar a un desconocido.
Por descontado, hay otros factores pero estos tres me parecen los más importantes. Piense usted en el Boom latinoamericano, un montón de tipos desconocidos venidos de países marginales y de ranchos aún más marginales (Aracataca, Zapotlán el Grande, Arequipa, etcétera) que, si bien algunos comenzaron publicando libros que se ceñían a los cánones del centro, por lo general presentaron obras cuya escritura era única, era “nunca antes vista”, eran obras con una fuerza que ya no tenían ni han vuelto a tener los autores españoles.
Eso mismo pasa en África hoy día. África es esta periferia que resurge, que viene como un mar en creciente. Son aún pocos los autores por país, si se quiere, pero la potencia de sus obras supera, y por mucho, el estándar de los países centrales.
Uno de los mejores ejemplos de esto es Mia Couto, a quien este 26 de mayo le han dado el Premio Camões, el premio más importante en lengua portuguesa.
¿Y lo encontré en Mozambique?
Los problemas de la traducción
Encontré su número de teléfono y hablé con él. Me dijo que nos viéramos a las “tres”, justo antes de que partiera a Johannesburgo para ir a Río. Estaba emocionadísimo. Armé mi tambache de preguntas. Iba a conocer a un escritor que admiro y que además es ecólogo (como yo). A un escritor cuya narrativa es tan poética, tan rítmica, tan precisa, que no hace falta haber tomado nunca una clase de portugués para disfrutarlo: me consta, no sólo en mí, sino también en mis alumnos de letras a quienes he puesto a leer textos suyos en portugués y les han encantado. Cosa curiosa, las notas referentes al premio, en la prensa lusitana, hablan y resaltan el carácter experimental de la escritura de Mia, de cómo rompe las reglas del idioma, de cómo inventa e incorpora giros y palabras mozambiqueñas. Pero para mí es el autor lusitanófono más fácil de leer.
En fin, estaba encantado y emocionado, pero cuando volví a llamar por ahí de las dos de la tarde, corroboré que mi portugués no era tan bueno: Mia había dicho “trece” no “tres”.
Así que volví a la mesa de lámina y a la cerveza obscura, a ver ese mar que cambiaba como si quisiera cambiar la tierra toda, como esa Terra sonâmbula que describe Mia en su novela y que confunde a los hombres porque la tierra nunca será la misma después de cada noche. Volví a las calles de Maputo a buscar los indicios que enviaron a la cárcel a Rosa Caramela, a observar en los rostros de los hombres que cada hombre es una raza, como dijo un vendedor de pájaros, que cada persona es una humanidad individual y por eso no tiene sentido hablar de razas.
Enhorabuena por el premio, Mia, más que merecido. Ojalá en México sirva para que comencemos a volver los ojos a un país hermano.
Nota: en español, en México, la obra de Couto está en Alfaguara y Almadía (http://www.almadia.com.mx/v2/autores.php?id_autor=98) quien además, desde Oaxaca, ha publicado también a Onjaki y a Tavares.