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Darío Ramírez

09/05/2013 - 12:01 am

La guerra contra el silencio

Acostumbrarnos al constante deterioro del ejercicio de la libertad de prensa es marcar nuestro destino como sociedad. Hace unos años la autocensura en nuestro país se evidenciaba con casos de aquellos medios o periodistas que estaban en las regiones típicamente más peligrosas. Hoy la práctica está incorporada en las redacciones en todo el país. El […]

Acostumbrarnos al constante deterioro del ejercicio de la libertad de prensa es marcar nuestro destino como sociedad. Hace unos años la autocensura en nuestro país se evidenciaba con casos de aquellos medios o periodistas que estaban en las regiones típicamente más peligrosas. Hoy la práctica está incorporada en las redacciones en todo el país. El deterioro del contexto para ejercer el periodismo es cada vez más inseguro. En muchos medios de comunicación la decisión de publicar o no información de interés público primero pasa por una evaluación del riesgo que puede conllevar su publicación y después por los criterios netametne periodísticos. Cada vez es más común el “mejor no público para que no pase nada”. La decisión es comprensible y no criticable, ninguna nota vale una vida, sin embargo, el silencio comienza a ganar terreno.

Parecería que todavía no podemos dimensionar las consecuencias del silencio u omisión de informar en nuestra prensa. Resulta evidente que todavía no alcanzamos a ver cómo nuestro derecho a la información (y el comentario va en relación con las sociedades en las entidades federativas) está siendo afectado por la violencia generalizada que azota al país. Vemos hechos violentos, pero no el efecto más allá de lo evidente.

Fernando Savater escribió una columna recientemente en donde señaló: “Como dijo Bertrand Russell, “si no podemos evitar los demás crímenes, al menos evitemos el del silencio”. Porque romper la imposición del silencio es el comienzo de la lucha contra el resto de los crímenes”.

Tener una prensa arrinconada, con miedo y silenciada, no es asunto de la prensa. Es y debe de ser un asunto de todos. La perpetuidad de nuestro sistema político basado en la rampante corrupción y debilidad de las instituciones que sostienen el Estado de Derecho, solamente puede ser vencido con una prensa vigorosa, objetiva y verdaderamente independiente.

La mala noticia es que jamás hemos tenido una prensa con estas características. Contados ejemplos de periodismo independiente han aparecido en nuestra historia. Bien narra Jacinto Rodríguez en su libro La Otra Guerra Secreta, la sumisión, el control y contubernio entre el poder político y la prensa a lo largo de la historia del periodismo.

Entonces: una prensa que arrastra prácticas del pasado, un contexto violento que pone en la mira a los comunicadores del país, un silencio cada vez más generalizado, un Estado ausente en el combate a la impunidad de los actos violentos contra la prensa, una sociedad despreocupada porque no dimensiona la afectación que tiene en su derecho a la información la violencia contra la prensa, instituciones del Estado que no sirven más que para dar santuario a un buen número de burócratas, casas editoriales que no se han dado cuenta de que la práctica del periodismo ha cambiado y no adaptan sus coberturas a la realidad, el afianzamiento de la idea que la principal violencia contra la prensa proviene del crimen organizado, cuando está documentado que cuatro de cada diez agresiones son cometidas por alguna autoridad. El panorama no es nada alentador.

Es falso pensar que el periodismo en México está muerto. A pesar de la violencia y ataques gubernamentales tenemos buenos ejemplos. Son pocos pero importantes. Son ejemplos donde el silencio no ha vencido. Son estoicos defensores del derecho a la libertad de información. Son oasis informativos donde se refunda el valor social del periodismo. Son voceros de información que hace que otros crímenes no queden en el anonimato. Necesitamos que digan y que sigan diciendo. Necesitamos esas historias que nos expliquen qué pasa en nuestra sociedad. Necesitamos de una prensa que incomode, rete, denuncie, contraríe, disguste al poder. Unos medios que ante la violencia no sólo se pregunten si vale la pena publicar sino que se pregunten cómo publicar. Una prensa que no se recargue en el boletín, en la conferencia de prensa o en el dicho del personaje, sino que urge un poco más allá para verdaderamente informar a su público.

La obligación de revertir el contexto presente pasa por que cada actor asuma sus responsabilidades. El gobierno debe investigar y garantizar un contexto de seguridad para la libertad de prensa, a través de romper el ciclo de impunidad. Los medios deben deshacerse de prácticas corruptas que los señalan como compinches de las autoridades. Así mismo, hay una gran e importante responsabilidad en materia de prevención de agresiones por parte de las casas editoriales, el no asumir prácticas de protección por parte de algunos dueños únicamente abona al alto riesgo de los reporteros. La necesidad de hacer un frente común por parte de los medios de comunicación para evidenciar la impunidad y el hostil contexto es fundamental para cambiar la realidad. Y, por último, la sociedad debe de demandar mejor periodismo que satisfaga su derecho a la información, para ello, debe de defender y proteger a su prensa.

La guerra contra el silencio la estamos perdiendo. Debemos reconocer que el silencio le conviene a los que detentan un antidemocrático poder. El flujo de información, ideas y opiniones no es un asunto de las empresas informativas. Es un asunto de toda la sociedad. Es un asunto de nuestro derecho a la información.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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