El primer objetivo del Cártel de la Chatarra y de sus capos son los niños. En los primeros años de edad, saben bien, se pueden generar gustos que persisten de por vida. Un niño pequeño que se hidrata con bebidas dulces, seguramente lo hará de adulto. Un niño que consume yogurt dulce lo reclamará así de por vida. Un niño al que se le dan botanas saladas, seguramente tendrá la inclinación a botanas saladas de por vida. No importa los daños que esto pueda generar: obesidad, hipertensión. El mejor gancho para inducir a los niños al consumo de estos productos es una publicidad que abusa de su vulnerabilidad, de su “credulidad e inexperiencia”, como lo dice la Organización Mundial de la Salud.
Cada año, en los Estados Unidos se realiza una Conferencia de Publicidad Dirigida a la Infancia donde se comparten las maneras más efectivas para inducir a los niños por medio de la publicidad, desde los éxitos de incluir juguetes hasta el neuromarketing. El año pasado mientras se realizaba esta conferencia en el primer piso del Yale Club de Nueva York, en otro piso del mismo edificio se llevaba a cabo el encuentro titulado Alto a la Explotación Comercial de los Niños (AECN). La Conferencia ofrecía las estrategias para “crear consumidores de por vida”, llegar a comunidades minoritarias y grupos étnicos. En el contra-encuentro AECN se concluía que la publicidad dirigida a los niños, la comercialización intensa de su entorno, estaba teniendo como resultado final una generación destinada a problemas sicosociales y físicos.
La revista The Lancet, dedicó su editorial de septiembre de 2012 a la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia una de las más prestigiadas del mundo en temas de salud y narra estos eventos que tuvieron lugar en Nueva York. La revista señala: “el incremento de la obesidad y la diabetes tipo 2 entre los niños está representando una crisis de salud pública relacionada con el “ambiente tóxico” creada en gran medida por la industria procesadora de alimentos”. Las campañas de publicidad relacionan los alimentos y bebidas procesados con el entretenimiento (películas, videos, videojuegos y celebridades) y con juguetes. Estos productos son promocionados a los niños a través de la televisión, en las películas, la radio, los materiales impresos, los anuncios en las calles, los sitios de Internet de las empresas, a través de cupones y en los puntos de venta. No existe ningún grupo de la población que sea abordado de manera tan invasiva por la publicidad como los niños. Al salir la película de éxito, el personaje ya está en la Cajita Feliz, en la caja de cereales, en múltiples dulces, en camisetas, pijamas, mochilas, videojuegos, etc.
The Lancet explica que la publicidad dirigida a niños se ha incrementado con nuevas estrategias y tecnologías, señalando cómo las empresas están realizando investigación de mercado en línea, a través de páginas web y espacios para chatear, donde se levantan estadísticas, se aplican encuestas a los niños obteniendo respuestas directas, sin filtros, más útiles que cualquier investigación. Los niños no son el único objetivo, también los padres desinformados y los propios nutriólogos. Los padres los llevan a espacios que aparecen como educacionales y que son sembradores de marcas (como Kidsania o muchos espacios dedicados a los niños y que están invadidos de publicidad de comida chatarra). Los nutricionistas, señala The Lancet, “son agresivamente reclutados por la industria de alimentos para dar legitimidad a sus métodos y productos”. Este es el caso de Nestlé patrocinando fundaciones para la salud o congresos de nutricionistas o formando mujeres pobres bajo sus preceptos para que vendan sus productos y den “orientación nutricional” a las familias.
Se pregunta The Lancet: “¿qué podemos hacer en relación a este ambiente tóxico”. En su respuesta señala: poner impuestos a los refrescos y la comida rápida; subsidiar los alimentos nutritivos, como frutas y vegetales; etiquetar el contenido de la comida chatarra; y prohibir la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia.
En la reunión de la AECN, señala la revista científica: “Michael Brody, que es jefe del Comité de televisión y medios de la Asociación Americana de Siquiatría Infantil y Adolescente declaró que “justamente como los pedófilos, los publicistas se han vuelto expertos en niños”. A lo que The Lancet comenta: “Palabras fuertes, posiblemente. Pero ya es hora que los padres, maestros y los profesionales de la salud regresen a sus papeles como los verdaderos expertos en niños”.
Sin duda, la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia es una de las prácticas más perversas de la sociedad contemporánea. Se ejerce sobre una población vulnerable que tiene, en la ley, una protección especial. Se utiliza para engañarla, para manipularla, las herramientas más sofisticadas. En el caso de los Estados Unidos se gastan más de 12 mil millones de dólares anuales en este tipo de publicidad que tiene tras de sí un ejército de sicólogos, neurólogos, etnólogos, sociólogos.
Al escribir esta nota recibo la noticia de que el Pleno del Congreso peruano recién aprobó una ley por la alimentación saludable que protegerá a los niños peruanos de la publicidad de alimentos y bebidas no saludables; establecerá etiquetados que realmente orienten a los consumidores; regulará los alimentos y bebidas dentro de las escuelas y promocionará la alimentación tradicional del Perú.
En 2012, invitado por el Congreso peruano, asistí en Lima a un debate con la industria. Pude ver los ataques que estaban recibiendo los legisladores que promovían esta legislación, la campaña desatada en contra por parte de estas grandes empresas que dominan el mercado en todo el mundo. Sin embargo, en Perú han ganado una importante batalla, como ya se hizo en Chile con una ley similar.
La pregunta que nos queda es saber si en la política contra la obesidad que será lanzada en México contaremos con regulaciones o el Estado mexicano se mantendrá rehén de la industria. La palabra la tiene la Secretaría de Salud. La definición que tomen en esta política marcará los próximos cinco años y medio, marcara el inicio de una política que realmente comience a modificar el ambiente obesigénico o que la situación se mantenga como está y los daños en salud se agraven, agudizando el colapso del sistema de salud del país.