Diversidad y diplomacia cultural

09/04/2013 - 12:01 am

“Es el Diablo”, es lo primero que pienso. Lo segundo: que trae el mismo modelo de gafas que un supuesto líder democrático africano. Estoy en Johannesburgo, Sudáfrica, y se inaugura una muestra de la bienal internacional de cartel “Voces en Libertad” que coordinó la Secretaría de Relaciones Exteriores de México. La obra en cuestión es de Sindiso Nyoni, R!OT, http://www.studioriot.com/ y es realmente bueno, uno de mis favoritos. Pero luego de un rato en la exposición me doy cuenta de otra cosa: todos los asistentes se parecen entre sí, se visten similar y utilizan los mismos gestos al hablar. Mejor aún: se visten igual y hacen los mismos gestos que los asistentes a cualquier exposición en Cholula o la Condesa. ¡Son hipsters!

Años antes, en Cataluña, una amiga pro-independencia me llevó a un concierto pretendidamente contracultural en medio de unos ranchos de la comarca. Yo estaba intrigadísimo: ¿cómo sonará la música contestataria catalana? Ya había escuchado a Pomada pero me imaginaba algo aún más radical. Pero, oh sorpresa, los rebeldes catalás se la pasaron tocando cóvers de Mecano, Héroes del Silencio y anexas.

Después de estas experiencias, y otras similares, la pregunta que me rondaba era: ¿de verdad somos los humanos, como especie, tan poco creativos? Es decir, ¿tan poco creativos que los artistas visuales de varias culturas y continentes se ven iguales y hablan igual?, ¿tan poco creativos que los músicos contraculturales de diferentes culturas y continentes terminan tocando cosas similares?

Pero luego volví a México.

Y, aquí, vaya que tenemos diversidad cultural.

Así que la pregunta cambió: ¿cómo podría la Secretería de Relaciones Exteriores hacer mejor uso de esta diversidad en sus políticas de diplomacia cultural?

Diplomacia cultural

La diplomacia cultural, el soft power, pretende en resumidas cuentas que le caigamos bien a la raza de otros ranchos, mostrando que somos a todo dar. Y para eso, cada estado, utiliza los productos culturales de su sociedad a conveniencia: se dan becas para estudios, se regalan discos con los éxitos del momento, se hacen exposiciones, traducciones, muestras de cine, se subsidia la venta de programas de televisión, se organizan bailes y conferencias, etcétera. ¿Por qué? Baste una razón: es más fácil hacer negocios con alguien que, sin conocerte, cree que eres buena persona, por ser de tal o cual país, que con un total desconocido.

Por desgracia a veces esto se olvida y es común, entre los países que antes fueron colonias, que la diplomacia cultural se reduzca a hacer imitaciones burdas de la cultura europea. Como si quisieran decir “de veras de veritas que ya somos civilizados y no somos un montón de __________ (ponga ahí el gentilicio despectivo de su preferencia)”. Aparte de patética, dicha actitud ha sido contraproducente o inútil, en el mejor de los casos, para las sociedades de los países que la han practicado.

Así, en esta era de globalización y libre comercio, nuestra diplomacia cultural habría de mostrar, por un lado, que somos a todo dar y, por otro, que somos únicos: que lo que se encuentra en México no se encontrará en ningún otro lugar del mundo. Más aún, la diplomacia tendría que extenderse hacia aquellas naciones con las que podemos tener vínculos comerciales favorables. Sí, sería maravilloso vivir en un mundo utópico, pero, por mientras, podemos empezar a trabajar con lo que tenemos, y tenemos una inmensa riqueza en diversidad.

Diversidad cultural

Cuando uno va a un concierto en un rancho mexicano, a diferencia de Cataluña, uno puede estar seguro que lo que escuchará no será ni por asomo similar a lo que suena en las radios comerciales europeas. Quién sabe qué sea, puede ser pasito duranguense, 3Ball, sonidero cholulteca, vallenato regiomontano, banda o tambora, etcétera, pero será algo diferente. ¿Por qué no utilizarlo? Imagínese una parranda egipcia al ritmo de El mechón, de Banda MS, a un grupo de hindúes haciendo coreografías de pasito duranguense, hartos malayos con botas de Matehuala o un bailongo sonidero en Mozambique.

Puede que suene un tanto descabellado, pero si lo piensa un momento: ¿hay mucha diferencia entre la música de Kusturica y la sinaloense? Más aún, cuando se hizo, funcionó. Y de ahí la fama de, por ejemplo, El Santo en Turquía o Filipinas, de Chespirito en Chile, Pedro Infante en Colombia, Verónica Castro en Rusia, Jorge Campos en Nigeria o Thalía/Marimar en Costa de Marfil.

Por supuesto, también existe la posibilidad de que no funcione. Pero son ritmos nuevos y frescos, totalmente fuera de la moda europea-estadounidense-japonesa de la globalización. Francia hace un disco de éxitos anual que distribuye en sus embajadas, México también lo podría hacer (y que aporten las disqueras, pues).

Aparte de estos productos culturales, originales, dinámicos y populares, también está nuestra enorme riqueza tradicional que por lo general sí usan nuestros agregados culturales: del huapango al mariachi, de la cerámica de Mata Ortiz a la oaxaqueña y del legado maya al legado azteca. Pero algo parece pasare por alto: las casi 70 lenguas vivas de nuestro país y el cúmulo de experiencias, buenas y malas, que hemos tenido en los programas estatales de convivencia cultural: desde Manuel Gamio y antes hasta los programas de becas en lenguas originarias. ¿Por qué es importante esto en materia de diplomacia cultural?: porque la mayor parte de los países del mundo (casi todo África, América y Asia, por ejemplo) tienen precisamente esta disyuntiva hoy día: ¿seguimos con la idea de una cultura hegemónica o buscamos la creación de un estado multicultural? ¿Y cómo le hacemos? Aquí nuestra experiencia –y, repito, lo bueno y lo malo– es rica y, ojo, es muy diferente a la experiencia europea (hemos tenido genocidios, sí, pero muchos menos que los europeos, por decir algo, durante el siglo XX). Por lo que se vuelve ideal para entablar puentes culturales.

Por último tenemos otra diversidad, muy rica, ya no cultural aunque, como bien ha dicho Eckart Boege, está relacionada: la biodiversidad.

Biodiversidad

Desde hace un par de décadas, por lo menos, ha empezado a usarse el término de diplomacia ambiental. México es uno de los 12 países megadiversos del orbe; es decir, México es uno de los 12 países con más especies en todo el mundo. Mejor aún, México fue uno de los pioneros, desde el siglo XIX, en políticas de desarrollo sostenible y políticas forestales. La primer novela moderna mexicana plantea incluso el manejo sustentable de un bosque: el monte de los Pericos en La parcela, de José López Portillo y Rojas. En el siglo XX tenemos la experiencia de El apóstol del árbol, Miguel Ángel de Quevedo, y contamos con un buen número –aunque siempre limitado– de reservas naturales. También, en México contamos con varios de los mejores exponentes de la ecología social, como Víctor Manuel Toledo o Eckart Boege, por ejemplo. Y, como menciona Boege, la relación con la naturaleza de las comunidades campesinas e indígenas mexicanas es también una relación cultural, rica y diversa.

Durante este siglo XXI todo indica que la diplomacia cultural y la diplomacia ambiental tendrán que ir de la mano. ¿Por qué?: porque las cuestiones ambientales, a la luz del cambio climático, se han vuelto cuestiones éticas, cuestiones culturales. Y sí, un país como Costa Rica, que se promueve a sí mismo como protector de los espacios naturales, es un país que cae bien y, a diferencia, un país que se promueve como destructor de bosques y manglares, es un país que cae mal en el imaginario social.

Así, sería maravilloso que la Secretaría de Relaciones Exteriores le sacara mayor provecho a toda esta riqueza. Y no sólo nos promoviéramos, como quiso Felipe Calderón, como un simple destino turístico de países ricos (“Tequila shots”).

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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